Descuella en ese
fandango de locos que es la Venezuela de Maduro la figura del fundamentalista
del voto.
Integrante de la llamada
clase política, o más bien, de su periferia, se le conoce a distancia por el
morralito en que lleva citas sueltas de Hannah Arendt, Edmund Burke, Amartya
Sen, Nicolás Maquiavelo, Jürgen Habermas y Gianbattista Vico.
El fundamentalista del
voto mete la mano cada tanto en su muestrario de lecturas de ciencia política
para repartirlas al paso, como si fuesen octavillas, entre aquellos a quienes
busca persuadir de que, a pesar de que los esbirros de Maduro puedan secuestrar
funcionarios electos y luego de torturarlos, asesinarlos arrojándolos desde un
décimo piso, los venezolanos amantes de la libertad no tienen más opción que
votar en cuanta elección disponga la dictadura, así esté amañada según sus
propios despóticos términos, desde hoy hasta la consumación de los siglos.
El fundamentalista del
voto, ya lo dijimos, no es exactamente un protagonista de la clase política
sino una figura ancilar de la misma. Esto es así porque las cabezas visibles de
los pocos acorralados partidos de oposición no prodigan ya ideas, y mucho
menos, libros: eso es cosa del siglo pasado, algo que solo podría ocurrírsele a
un Rómulo Betancourt o a un Teodoro Petkoff. Para airear ideas sobre lo que
conviene hacer para poner fin a la dictadura está el fundamentalista del voto.
El fundamentalista del
voto suele ser un profesional de la demoscopia o un politólogo, o ambas cosas a
la vez, y tiene acceso como articulista a los contados espacios de opinión que
el régimen tolera. Lo esencial de su argumento es la denuncia del
abstencionismo y, puesto a ello, es capaz de hacer del sofisma un deporte
extremo.
Uno de ellos achaca el
empantanamiento de la acción opositora al hecho de que, según el
fundamentalista del voto, la política de oposición ha estado últimamente en
manos de aficionados, de gente ingenua e impaciente, imbuida de un inconducente
misticismo moral. Otro gallo cantaría, se nos dice, si los oficiantes fuesen
políticos profesionales, curtida gente del gremio, gente dueña de los fríos
saberes propios del oficio. No entenderlo así no es más que antipolítica.
Este argumento es groseramente
fullero pues basta leer la prensa de atrás hacia adelante para constatar —sin
hurgar mucho en la herida— que, desde al menos 2005, han sido veteranos
políticos partidistas los jefes de la oposición.
Los despropósitos, los
vaivenes, los tejemanejes electoreros, los diálogos en la trastienda, las metas
incumplidas, los fracasos y en suma, la perpetuación de Nicolás Maduro en el
poder, son achacables únicamente a ellos. El electorado, o por decir mejor, la
gente moliente y sufriente, estuvo todo ese tiempo siempre atenta, no solo a
votar, sino también a hacerse matar en la calle cuantas veces lo exigieron los
profesionales del difícil arte de la política tan sacralizado por el
fundamentalista del voto. Algún día la decepción universal tenía que manifestarse
y así lo hizo en mayo pasado.
En esto del
abstencionismo se ha llegado al extremo de afirmar que de haber elegido en mayo
pasado —acudiendo en masa a unas elecciones claramente fraudulentas—, a Henri
Falcón, ese sosías de Chávez, alguien que remeda al Comandante no solo al
hablar, sino hasta en el tono de las corbatas, ya a estas alturas estaríamos
viendo los frutos de un gobierno de reconciliación y concordia nacionales, un
gobierno restaurador de la economía de mercado y la democracia liberal. ¿Quién
se interpuso? ¿Quién nos robó ese rutilante desenlace de nuestra tragedia? Nada
menos que el 54% del padrón electoral que se abstuvo de votar.
El fundamentalismo
atribuye esas cifras a protervos trolls y bots alentados por el gran Partido
Abstencionista de la Burguesía Apátrida y Proyanqui que expresa a la facción
plutócrata de la oposición liderada por María Corina Machado. El
fundamentalismo niega que el electorado se haya abstenido soberanamente: fueron
anónimos tuiteros quienes lo engatusaron.
El fundamentalismo finge
creer que votar en las elecciones municipales, pautadas por la dictadura para
el venidero 9 de diciembre, es el primer paso en la recuperación de nuestra
democracia.
El fundamentalismo del
voto es la zarza ardiente desde la que Nicolás Maduro habla y nos pide el voto.
Ibsen Martínez
@MartinezIbsen
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