lunes, 26 de agosto de 2019

CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ: UNA OPORTUNIDAD, NO UNA GARANTÍA

En la formación de la voluntad del electorado influyen diversos factores políticos, emocionales, comunicacionales, económicos y culturales, en una síntesis que al final, se vota por candidatos o partidos cuya imagen logre asociarse a una vida mejor, y ese suele ser el hilo rojo de las campañas electorales exitosas, el Dr. Jekyll. Una oferta de futuro y por otro lado se complementa al identificar al competidor con un infierno real o potencial. Entra en juego el Mr. Hyde llamado “campaña negra”. 

Los dos pensadores británicos del siglo XIX que terminaron de diseñar la democracia representativa tal como la conocemos, Jeremías Bentham y John Stuart Mill, plantean que los seres humanos buscan con sus actos, placer, beneficio personal y familiar, y a esto se llamó utilitarismo. Bentham escribe que “la libertad… tiene valor solo en cuanto constituye medio para conseguir la felicidad”. El aparataje de una campaña electoral bien concebida debe inducir en la mente de los electores a Mr. Hyde y el Dr. Jekyll. 

 Marx, cuyo esquema político es primitivo comparado con contemporáneos mucho menos celebrados, quedó estupefacto en 1848 cuando presenció la primera votación directa, universal y secreta conocida, que eligió a Luis Napoleón en Francia. Para él todo régimen burgués era una dictadura, y su brújula enloqueció cuando la clase obrera, “la mayoría social explotada”, votó en masa por éste, mientras los comunistas quedaron reducidos a una demacrada minoría. A Marx le pareció casi un acontecimiento mágico. 

Para su despecho una mayoría social “proletaria, explotada, miserable”, que solo podía perder las cadenas, se ponía al servicio de sus enemigos y no era capaz de hacerse mayoría política a través del proceso electoral que convierte sufragios en curules, es decir, en poder. Contentarse porque los estudios de opinión arrojen que 80 ó 90% desea salir del actual gobierno, debería ser estímulo suficiente para concurrir a una elección porque son muy altas las posibilidades de ganarla, si se tiene la capacidad suficiente. 

Mayorías social y política

Y si no es por el voto y las curules que tornan mayoría social en mayoría política, aquella es una ficción que sirve de poco. Las mayorías políticas hay que construirlas, no están dadas por simpatías estadísticas, sino son un proceso productivo que requiere recursos económicos y humanos, partidos, una campaña electoral sólida, habilidad política, estudios técnicos de opinión, una maquinaria de testigos en las mesas que recabe las actas. Y la moralización de los electores para que concurran en situaciones adversas y ganen. 

En veinte años la sociedad ha fracasado varias veces en estos principios básicos, pero también fue exitosa cuando lo hizo bien, como en 2015. La experiencia real acumulada es que ninguna (enfatizo: ninguna) de las denuncias de fraude ha podido respaldarse con el elemento esencial, los recibos, que son las actas. Y la misma experiencia señala que cuando se tienen la victoria se logra no importa el ventajismo de gobierno. Eso lo vimos el año pasado en Zulia, Táchira, Mérida, Anzoátegui y Nueva Esparta. 

En mayo de 2018 tuvimos la demostración más palmaria e insólita, digna de estudio por tratarse de un hecho incomparable, de como la incompetencia estratégica puede impedir que una amplia mayoría social se convierta en mayoría política, sugiere Adriana Morán. Este caso es tan increíble que merecerá estudios por ser modelo de suicidio de un liderazgo y se han dado argumentos tan pueriles como que a los decisores no les gustaba el candidato. 

En otras palabras, que era preferible el triunfo de Maduro. Demostramos incapacidad para dar una exitosa batalla electoral, como si ha ocurrido en otros países de la región, pese a la proclama de ser mayoría. Y tampoco hemos sido suficientemente hábiles para negociar con el gobierno y hasta eso han tenido que asumirlo los norteamericanos, tal como se supo recientemente. 

Rendirse mata

Las primarias argentinas del domingo ilustran lo que hemos dicho. Macri triunfa sobre el peronismo en 2015 porque representó una esperanza de cambio para mejorar la vida de la gente. Pero desde hace por lo menos dos años se observa que su deriva podía conducirlo a la derrota, porque no enfrentó los desarreglos estructurales que envilecen la sociedad, empezando por la inflación, lo que se suma a su inexperiencia política. 

Las mayorías no son estables sino efímeras y la capacidad de los líderes se prueba precisamente al mantenerlas. El haber rechazado el financiamiento del FMI que le hubiera permitido suavizar los efectos del ajuste para emprender la reforma estructural de la economía, siempre lució como una excentricidad que salió muy cara, particularmente para alguien que se enfrenta a un monstruo con el arraigo popular del peronismo. 

La eventual pérdida de la mayoría política en las elecciones de octubre debería ser una lección. Mantener el poder o cualquier parcela de felicidad, como diría, Bentham, obliga a tejer acuerdos, arreglar disputas, conciliar diferencias, pero no para medrar sino para realizar eficientemente los objetivos de la acción, la conquista de mayor bien. Pero la libertad es una oportunidad, no una garantía. Y todo se puede perder. 

Carlos R. Hernández
@CarlosRaulHer

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