El momento de actuar contra este virus fue en el mes de diciembre de 2019. Pero, en vez de tomar medidas para combatir el virus, el gobierno chino cometió la torpeza de perseguir a los que denunciaron su presencia.
Los chinos han logrado un relativo éxito en su campaña de desinformación sobre el papel que han desempeñado en la diseminación del coronavirus. Pero las pruebas están en su contra porque todo el mundo sabe que este asesino invisible y silencioso nació en la ciudad china de Wuhan. Con su supresión de la información sobre el virus, su ineficiencia para contenerlo y su incapacidad para evitar su diseminación en sus primeros días y semanas, el régimen chino no sólo puso en peligro a sus ciudadanos sino a los ciudadanos de más de cien naciones que ahora confrontan la ingrata tarea de contener su propia pandemia.
Pero lo más condenable de esta pesadilla es que el gobierno chino censuró y detuvo a los valientes médicos que intentaron dar la voz de alarma para advertir del peligro a sus compatriotas cuando se dieron cuenta de la gravedad de la situación. Este silencio taimado y mal intencionado fue el facilitó que el virus invadiera a la casi totalidad del globo terráqueo. Porque, en un principio, el Partido Comunista Chino quiso dar la impresión de que no había motivo alguno para preocuparse. El gobierno puso en vigor el aislamiento total de Wuhan el 23 de enero−siete semanas después de que el virus hiciera su aparición en dicha ciudad.
Según han demostrado los acontecimientos en Italia, Estados Unidos, España y Francia, en una semana pueden pasar muchas cosas y mucho más en siete semanas. Para ese momento, el alcalde a la ciudad, Zhou Xianwang, admitió que 5 millones de personas había abandonado Wuhan. Nunca sabremos cuántos de ellos fueron agentes transmisores de este asesino invisible.
Lo que sí sabemos es que China tiene una historia de ineficiencia para combatir los virus, incluyendo el SARS de 2002 y 2003. Pero la ineptitud de los chinos para enfrentar la amenaza del coronavirus no tiene paralelo. El momento de actuar contra este virus fue en el mes de diciembre de 2019. Pero, en vez de tomar medidas para combatir el virus, el gobierno chino cometió la torpeza de perseguir a los que denunciaron su presencia.
Ahora bien, los chinos no actuaron solos. Contaron con la complicidad de la Organización Mundial de la Salud, cuyo director, Tedros Adhanom, es un comunista etíope que ha puesto su cargo al servicio de Pekín. Sin el engaño de China Comunista y la colaboración de la Organización Mundial de la Salud, esta pandemia pudo haber sido mucho más limitada y, por lo menos, el mundo habría tenido más tiempo para enfrentarse a ella.
Por otra parte, las naciones desarrolladas del mundo tienen cierto grado de responsabilidad en la conducta de China Comunista. Después de muchos años de insistencia, la tiranía china logró ser aceptada en la Organización Mundial de Comercio. Su régimen totalitario y su proteccionismo desbocado indicaban que China no contaba con los atributos para ser aceptada en una organización de libre comercio. Pero la avaricia pudo más que la razón y, en 2001, China Comunista se convirtió en miembro pleno de la organización. Aquellos que se hicieron ilusiones de que China se comportaría como una nación respetuosa de los intereses de sus socios sufrieron un gran desengaño.
La realidad es que China es un estado mercantilista que discrimina sistemáticamente contra los productos extranjeros y contra las compañías extranjeras que operan en su territorio. Al mismo tiempo, obliga a esas compañías a entregarle su propiedad intelectual como condición para beneficiarse del gigantesco y creciente mercado chino de 1,400 millones de habitantes. Como si fuera poco, China hace trampas en sus actividades comerciales, incluyendo no sólo galácticas tarifas sino requerimientos domésticos y otras formas tradicionales de proteccionismo.
Pero lo más ominoso es que, de un tiempo a esta parte, China Comunista ha dado muestras de que no se conforma con ser sólo una potencia económica. Todo indica que China pretende nada menos que superar a los Estados Unidos como primera potencia mundial. Las pruebas las tenemos en su frenética construcción de centenares de islas artificiales en el Mar del Sur de la China sin tener en cuenta el antagonismo que ha creado con vecinos como Indonesia, Malasia, Filipinas y Taiwan. Expertos en energía calculan que esos mares tienen reservas considerables de petróleo y gas natural.
Otro factor a tomar cuenta es su desenfrenada carrera armamentista. En los últimos cuatro años el presupuesto militar de China Comunista ha aumentado en más del siete por ciento anual. Con un presupuesto militar de 250,000 millones de dólares, China es el segundo entre los 15 países con presupuestos más altos en ese capítulo, superada únicamente por los Estados Unidos con 649,000 millones.
Al mismo tiempo, China Comunista tiene un deplorable récord en el campo de los derechos humanos. El Partido Comunista Chino está utilizando sus fuerzas de seguridad para el encarcelamiento masivo de musulmanes chinos de la secta Uighur en campos de concentración. China los llama "campamentos de educación" y los estimados oscilan entre uno y tres millones de ciudadanos chinos.
Sin embargo, la izquierda americana y la prensa dominada por ella están más interesadas en apaciguar a China que en confrontarla. Con ello demuestran que son unos vende-patrias o que tienen muy mala memoria. Se les ha olvidado que apaciguar tiranos es el camino más directo para llegar a la guerra. El ejemplo más notorio fue el apaciguamiento de Adolfo Hitler por el entonces Primer Ministro de Inglaterra Neville Chamberlain. El 29 de septiembre de 1938, Chamberlain firmo el Pacto de Munich en que le dio luz verde a Hitler para que se tragara a Checoslovaquia. Envalentonado, Hitler invadió después a Polonia y comenzó la Segunda Guerra Mundial, con su horrible saldo de 75 millones de muertos.
Por eso, en este momento no existe otra alternativa que confrontar a una China Comunista que está dedicando gran parte de sus riquezas para armarse hasta los dientes. Sus desmanes han sido ignorados durante décadas por los gobernantes norteamericanos y por los de la mayoría de las naciones del mundo. El mundo entero, comenzando por China Comunista, se enriqueció con el trabajo esclavo de los obreros chinos. En la batalla entre el dólar y los derechos humanos ganó el dólar. Tuvo que llegar Donald Trump a la Casa Blanca para pasarles la cuenta a los chinos.
En esa cuenta están, por un lado, los miles de americanos asesinados por el COVID-19 y, por otro, el MILLÓN DE MILLONES DE DÓLARES−UN TRILLÓN EN INGLÉS− de la deuda de los Estados Unidos con China Comunista. China Comunista tiene que perdonar una proporción considerable de esa deuda a los Estados Unidos. Esto equivaldría a la penalización o la indemnización por algún descuido, maldad o torpeza El justo castigo contenido en la frase "El que la hace la paga" y los comunistas chinos han cometido todos esos delitos. Como ocurrió con Hitler, apaciguarlos sería un suicidio.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de La Nueva Nación
Estados Unidos
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