En este cotidiano proceso tienen mucha influencia el nivel de conocimientos y la cultura general de las personas, su educación formal, su práctica laboral o profesional, pero también sus creencias, supersticiones y afectos y las posiciones ideológicas y políticas que se defiendan. Ni que hablar del papel de los medios de comunicación, la Internet incluida, en la transmisión de informaciones ciertas o falsificaciones desinformativas y la manipulación de voluntades, con propósitos que van desde los económico-mercantiles hasta los políticos nacionales y mundiales. Se trata de una pléyade de factores que terminan en el establecimiento de matrices generales de opinión.
Las enfermedades y las epidemias, por afectar peligrosamente a los seres humanos, son un desencadenante importante de opiniones y elucubraciones diversas. La actual pandemia por el SARS-CoV-2, no sólo no es una excepción a la regla sino que ha sido el caso más brutal que se haya visto, en relación con su gigantesca difusión informativa mundial y nacional desde sus mismos inicios en enero de este año, lo cual es un hecho que tiene que llamar la atención independientemente de que no se tenga completa ni certera explicación del mismo. Por esta razón es que luce ridícula o motivada por otras causas, la acusación de Donald Trump contra la Organización Mundial de la Salud de que retuvo información inicial importante para el enfrentamiento de la pandemia.
Hay cuatro elucubraciones principales en relación a la existencia de conspiraciones mundiales detrás de la epidemia por el coronavirus. Ninguna tiene base científica, ni puede ser soportada en pruebas de ningún tipo. Es más, circulan como el viento en el mundo entero aun en contra de resultados, más que confirmados, de distintas investigaciones científicas realizadas en diferentes países. En el caso de Venezuela, me atrevo a afirmar que este fenómeno es incluso más intenso que en otras partes, pues se ha insertado en la confrontación política de las últimas dos décadas. Y no es sólo la gente común la que cree este tipo de fantasías, intelectuales y profesionales, muchas veces con excelente formación, nos sorprenden con gran frecuencia con una vehemente defensa de alguna de estas creaciones, cuyo origen no es tan inocente como se pudiera pensar.
Una primera elucubración, muy frecuente en Venezuela entre los opositores viscerales y extremistas del gobierno de Maduro, que odian a China porque la consideran un soporte del régimen, es que el virus es una creación científica de un laboratorio chino, para perjudicar la economía de EEUU y posicionarse como la primera potencia económica mundial actual. Algunos, los más fanáticos e ignorantes, llegan a decir que es la forma en que el comunismo chino se extenderá por el mundo. Se trata de gente muy conservadora, admiradores de Trump y de las “proezas” estadounidenses en invasiones de países atrasados. La expresión xenofóbica de Trump, cuando habló del “virus chino”, impulsó este tipo de conducta.
Para otros, adversarios ideológicos y políticos de los anteriores, pero con sus mismos prejuicios y limitaciones intelectuales, el virus es un arma biológica hecha en EEUU para detener el crecimiento económico de China, que ya los superó en valores absolutos, y que amenaza su hegemonía también en otros renglones. Con el VIH, hace muchísimos años, se dijo que era una creación estadounidense para acabar con los negros africanos. Y, así como hoy se estigmatiza la cultura alimentaria de los chinos, basados en el error de creer que el coronavirus actual es el mismo que existe en ciertos tipos de murciélagos comercializados en China, en el pasado se llegó a decir que el salto del HIV a los humanos era por la existencia de aberrantes conductas sexuales africanas.
Un tercera hipótesis, menos difundida pero más sólidamente argumentada, es que lo que actualmente ocurre es una conspiración del capitalismo mundial, que incluye a EEUU, Europa y a los tigres asiáticos, pero también a China y Rusia, que se han puesto de acuerdo en la necesidad de redefinir al mundo en sus relaciones futuras, en la necesidad de reducir la población mundial, en garantizar el total y absoluto sometimiento de los pueblos, los trabajadores incluidos, para una profundización de la explotación y una maximización de la ganancia y la acumulación. La cuarentena mundial sería el instrumento básico para la aceptación posterior de este nuevo orden. Las permanentes referencias a que luego de la pandemia “todo será distinto”, hechas por la prensa transnacionalizada y por muchísimas figuras mundiales, entre ellas Henry Kissinger, apoyan esta argumentación.
Una cuarta consideración hecha, aparentemente muy popular fuera de Venezuela, es que el virus es una invención de Bill Gates, el multimillonario dueño de Microsoft, quien en una conferencia en San Francisco en 2015 dijo que el mayor peligro para la Humanidad era la aparición de alguna enfermedad infecciosa producida por un virus. El video de esta declaración tiene millones de visitas mensuales y sobre las mismas la imaginación ha cimentado sus locuras. Existen además consideraciones diversas de carácter ético sobre la conducta de los seres humanos y el supuesto “respiro” dado a la naturaleza, con la paralización de la actividad industrial mundial, la caída en el consumo de combustibles fósiles, que deberían llamar la atención para una nueva forma de relación productiva con el planeta.
Lo cierto es que los coronavirus, incluso el actual, han estado entre nosotros desde hace décadas; han sido causantes de otras epidemias inclusive en este siglo, el Covid-19 no es una creación humana, las manipulaciones genéticas dejan huellas que los científicos pueden identificar y que, si bien existen investigaciones en virus, que pudieran ser usados como armas biológicas, con éstas pasa lo mismo que con las armas nucleares. Su uso conlleva el grave riesgo de destruir también a quien las tiene. Si se ve lo ocurrido con el Covid-19, se comprenderá lo que afirmamos.
Luis Fuenmayor Toro
lft3003@gmail.com
@LFuenmayorToro
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