Venezuela vive en estado de aguda tensión que, por
cierto, tiende a extremarse por causa de recientes iniciativas adoptadas por
las esquinas del conflicto nacional. De especial importancia vuelven a ser las
postuladas por la comunidad internacional para celebrar elecciones libres en el
marco de una integral democratización de Venezuela.
Cualquier nuevo pronunciamiento de los factores
mencionados debe ser analizado con el detenimiento del caso, especialmente
coincidentes con un reciente discurso del presidente Joe Biden, quien no por
casualidad dedica frases especialmente elogiosas a Juan Guaidó. Sería ese el
camino confiable para dejar atrás la oscura tragedia que sepulta a nuestro país
y se expande a todos los ámbitos de la administración, la economía, el
deterioro acelerado de los servicios y los más peligrosos índices de hambre y miseria.
El problema se agrava porque el oficialismo insiste en
predicar que los comicios que celebrarán en noviembre son inobjetables,
enfrentando el criterio adverso de la comunidad internacional, que se viene
uniendo alrededor de la advertencia de que esos muy cuestionados comicios no
serán reconocidos como válidos y, por tanto, de persistir en realizarlos contra
viento y marea, la crisis se profundizará y las sanciones continuarán y hasta
se agudizarán.
Lo sorprendente es que si se cumplieran las condiciones
que normalizaran democráticamente la realidad nacional, la tragedia comenzaría
a desaparecer como por arte de magia.
Primero, porque la comunidad internacional –como lo
revela la desmilitarización de Afganistán– prefiere la paz a la guerra; así los
fervientes partidarios de que los malos de la partida sean los otros, en tanto
que los buenos, por supuesto, son ellos. Pero la realidad es que los países que
han dictado sanciones lo han hecho contra violaciones aviesas de los derechos
humanos y más bien grotescos incumplimientos de las más elementales normas
electorales.
Sin esas profundas irregularidades por parte del
oficialismo tanto las sanciones como el claro reconocimiento de las elecciones
se convertirían en realidades automáticamente aceptadas, como por lo demás lo
fueron consecutivamente desde 1958 hasta 1998, los célebres 40 años de
democracia, fructíferos, que ha sido calificados como «la edad de oro de la
historia nacional» y también «la revolución democrática de la república civil».
Sin extenderme en consideraciones económicas, es evidente que el impetuoso
crecimiento del país fue digno de admiración universal.
Como bien afirmara el economista Ángel Alvarado
Rangel, es la calidad de la moneda, su resistencia al desorden inflacionario,
uno de los indicadores por excelencia de la estabilidad y prosperidad de los
países. El caso es –insiste el profesor Alvarado Rangel– «que entre la década
de los 40 y principios de los 70, el bolívar aparecía en el ranking
internacional como una de las tres mejores monedas del mundo. Era un periodo de
sostenido crecimiento económico y estabilidad política» (¿Por qué no llegamos a
fin de mes? La inflación y sus males en Venezuela. Fundación FORMA. Caracas
s/f)
El elogio brindado por Biden a Guaidó no es ocasional
ni menos incomprensible, puesto que en enérgica declaración oficial EE. UU.,
Canadá y la Unión Europea trazaron una política de fuerte respaldo a su
interinato.
Los contornos del documento conjunto no podían dejar
nada importante fuera de foco. Y realmente nada quedó en el aire. Lo primero,
salirle al paso a la lógica de sanciones integradas como el mármol, y
beneficiarse gradualmente de la posible división de la comunidad internacional.
El documento único no lo permitió porque rechazó las concesiones al detal.
Maduro debía democratizarlo todo a cambio de la derogación de todas las
sanciones. Y en lo concerniente a las condiciones para el sufragio libre de
veras, se incluye la plenitud de lo consagrado en las Constituciones de las
democracias occidentales, como base inamovible del reconocimiento universal a
sus resultados. La negociación entre las partes se haría cargo de los
pormenores enojosos que, dejados sin respuesta, podrían llevarse en los cuernos
el mejor de los diálogos. Se incluyen el tratamiento que recibiría Maduro al
dejar el mando. Digamos que se decidiera considerarlo expresidente, con el
trato usual que se otorga a los expresidentes en democracias. A cambio de tan
generosa concesión, la victoria que lo desplace del poder sería nacional e
internacionalmente reconocida.
La enorme importancia de acuerdos de semejante rango
se mediría al romper en una fuerte consolidación de la democracia y el
surgimiento de la convivencia, base para una granítica consolidación
institucional que enviaría a un prehistórico pasado los momentos más
ignominiosos que, por más de 20 años, atormentaron a nuestro país, por el
manejo más disparatado, ligero y reprochable de una nación que merecía mejor
suerte.
El mal paso, darlo rápido, dicen que dijo la reina Victoria.
Si esa alusión se refiere al diálogo, la negociación y las elecciones libres,
transparentes, iguales y protegidas por el mundo entero, creo que bien valdría
la pena entrar en el proceso de purificación democrática bajo los emblemas
flameantes de la libertad, la democracia, la justicia, la convivencia
civilizada y la más acelerada y merecida prosperidad económico-social.
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
@DiarioTalCual
Venezuela
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