En la ciencia ficción de Marx, las revoluciones corresponden a la “ley histórica”, estadio final de las naciones avanzadas antes del comunismo y la felicidad. La historia humana según él, es una secuencia en orden, comunidad primitiva, esclavismo, feudalismo, capitalismo, comunismo. El detalle es que África, Asia, ni América vivieron esas etapas, y ni siquiera toda Europa. “La rueda de la historia” la mueven fuerzas motrices desatadas, incontrolables, que hacen de los hombres briznas de paja en el huracán. La revolución sería un resultado inevitable de condiciones materiales objetivas (la industrialización convierte al proletariado y sus familias en mayoría social, la “depauperación absoluta y relativa”, pobreza, explotación, tiranía, injusticia, desencadenan la lucha de clases, indetenible según su ciencia de la historia.
Durante los 35 años que vivió en Londres, mantenido por Engels, descubrió con amargura una clase obrera con alto standard de vida, la “aristocracia obrera” que no era revolucionaria. Los crímenes de la Comuna de París de 1870 que tanto lo entusiasmaron, tenía menos que ver con obreros que con manadas de terroristas y lumpen que trataron incendiar el Louvre y la Notre Dame (la habían embadurnado de petróleo para darle candela a ese “símbolo de la opresión”) y se salvó porque los ciudadanos de París protagonizaron batallas en defensa de ambos. Al final no hubo revolución comunista en Europa sino en países que carecían de las condiciones supuestas por Marx, ni proletariado mayoritario, ni gran industria. Las revoluciones venían a castigar la crueldad del “capitalismo, pero la “etapa superior de la historia” fue una pesadilla desde 1793, hasta el socialismo XXI.
Pone el asunto en orden analítico la estasiología que estudia los partidos políticos y su relación con revueltas, jackeries, turbas, golpes de Estado, guerras civiles. Diferencia enfáticamente los desórdenes de las revoluciones propiamente dichas, que quebrantan la propiedad, la familia, las relaciones de poder y el derecho a la vida, con el fin de crear la nueva sociedad. Esta perspectiva permite varias conclusiones. Por ejemplo, que la relación de las revoluciones con la pobreza se limita a dos aspectos: la demagogia de los pretendientes a dictadores y el futuro que espera a los países que sucumben. No estallan en la miseria, sino por el contrario, en sociedades de riqueza creciente, pues seres postrados de hambre se concentran en buscar proteínas para sus hijos. Es por eso que asedios económicos no promueven cambios sino los dificultan.
Los gobiernos cercados actúan con síndrome de Stalingrado, la desesperación del cul de sac, lo que analizan autores paradigmáticos del tema, Crane Brinton, Gordon Tullock, Samuel Huntington, Chalmers Johnson. Ellos desmontan los mitos de la pobretología política, el “mientras peor mejor” de Marx. Por ejemplo, Rusia pre revolucionaria vivía una incipiente modernización y rápido proceso industrial por impacto de la producción petrolera de Bakú. El comité central de los bolcheviques no tenía que ver con proletarios reales y era de caballeros ideólogos, que vivían de remesas de sus familias, amigos (a Lenin lo mantuvo 30 años su mamá) y tenían simbólicamente un solo obrero, Tomsky. Esos fueron los jefes de la pequeña minoría que asaltó el poder, dirigidos por Trotsky (quien si trabajaba y era rico) sin un tiro ante adversarios inútiles.
Francia en 1789 era próspera por años de crecimiento, pero tuvo el invierno más rudo del siglo, perdió el trigo, y el gobierno ese año padecía un alto déficit fiscal por haber financiado la independencia norteamericana. El régimen cae en 1793 por las torpezas de los defensores conjugada con el talento político de los revolucionarios. Perdura la mentira de la “miseria” del pueblo francés a través de la imagen romántica y falsa de Jean Valjean de Víctor Hugo, preso y perseguido toda su vida por “por robar un pan”. Cuba en 1958 era un edén turístico y de negocios con altos niveles de vida, pero los ideólogos impusieron el ícono lastimero del “guajirito”, mientras los negros, y todo el mundo, ascendían meteóricamente con el boom de música afrocubana y la industria turística. Es común que se confundan acciones de calle impulsadas por activistas, con “el pueblo”.
Según Tullock en la modernización surgen resentimientos por lo que llama “privación relativa”, gaps de ingresos entre sectores medios. Profesionales de punta y empresarios ganan más que otros menos calificados, y líderes e intelectuales convencen a parte sustancial de las élites y clases medias de que la situación es desastrosa, para resquebrajar así el bloque de poder que mantiene el orden. Ocurrió en Venezuela cuando la democracia corregía sus errores en un período de renacimiento, con descentralización, reforma municipal, reforma del Estado, desempleo mínimo y crecimiento económico más alto del mundo, 10%, igual que China. Lo que si parece una ley histórica es la memez de quienes impulsaron sanciones económicas contra Venezuela para producir un levantamiento popular y un golpe de Estado. Pagaron los pobres y las clases medias.
Carlos Raul Hernández
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Venezuela
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