Muchas veces, resulta difícil aceptar que “nada es para siempre”. El apego suele desvirtuar valores tan trascendentes como la libertad. Libertad para elegir o decidir lo que mejor prefiera el individuo. O para encaminar su vida por el rumbo cuyo horizonte se observe más profuso y alentador. Aunque también se da el caso de quienes adoptan el camino contrario
Vale este exordio a propósito de provocar una reflexión que induzca la motivación que más aproxime al hombre a desprenderse de cuanto vicio pueda consumir sus mejores energías. Y eso no representa otra cosa distinta de lo que las libertades pueden proveer o brindar.
El hombre libre hace volar su pensamiento tan alto que no teme asumir una actitud que se oponga a la fatalidad. ¿Cuántas tonterías se cometen en nombre de ideologías que ostentan premisas incitadas por el poder político? Sobre todo, cuando son pronunciadas sin siquiera haber comprendido el abuso y la precariedad que encierran sus contenidos
Repetidas veces, las realidades se tornan obscenamente arbitrarias respecto del ejercicio de valores. Hay contextos legales que tienden a esclavizar al ser humano para adueñarse de libertades que permiten viajar hasta el tope de los sueños. Y hasta de realidades.
Es el problema que se sucede en el fragor de toda dictadura. Sobre todo, cuando presume que su poder será eterno. Sin advertir que la política funciona como una “tómbola”. Aunque es probable que tan absurda presunción, la cual es defendida a costa de cualquier precio político, social y hasta económico, no resulta de algún análisis político ecuánime. Sino de una obsesión que nubla toda visión y reflexión abordadas -incluso- a conciencia.
Toda dictadura asumida con base en engañifas, casi siempre termina defenestrada más rápido que lo que la imaginación permite calcular. Este problema ya lo había presagiado Eduard Punset, publicista y político, cuando para justificar la obstinación propia del hombre, dijo que “una vez que el ser humano ha tomado una decisión, tiende a buscar razones que la apoyen, ignorando todo lo demás”. Así tal cual, reacciona quienes -encandilados por las posturas que ofrece el poder político- presumen que todos sus objetivos serán, de alguna manera, alcanzados.
La perspicacia contenida en esta reflexión trae a colación la incidencia de problemas surgidos al amparo de la arrogancia que suele caracterizar la actitud de numerosos gobernantes. Particularmente, en el caso del trazado de pretensiones canalizadas sobre una línea de tiempo arbitrariamente propuesta. Este problema se ha convertido en uno de los tantos criterios de gobierno mediante el cual, el gobernante se arroga la suficiente potestad para imponer lo que su tosquedad, imbecilidad, antojo y despotismo le dictan.
Estos gobernantes consiguen en la situación arriba expuesta, la excusa perfecta para lucir el poder que su cargo le permite desplegar. Así logran imponer lo que esconden “bajo la manga”. Buscan sobreponerse a todo obstáculo que pueda impedirle el logro de su plan. Indistintamente del carácter de la imposición elaborada. De esta forma obligan a que se aplique y realice el contenido de su propósito. A que se asuma como una “verdad”. Aunque en el fondo, sólo alcanza a verse como una verdad de pacotilla.
En política, una realidad ofertada bajo un cínico y ridículo argumento, no exige más palabras que las pronunciadas desde la cúpula del poder. Por supuesto, a favor de lo presentado como “gran verdad”. O “innegable necesidad”. Sin embargo, muchas veces no se atina a entender que una realidad, falsamente construida, tiene sólo la capacidad de sacrificar otra “realidad”. Por eso, cuesta más mantener a flote una realidad ganada en todo su sentido, que una “realidad” erigida sobre infamias. Aunque sea para obtener de ella, una ganancia.
Esa es la situación que padecen países con sistemas verticales. Donde cualquier razón es justificada por el decálogo que insta las circunstancias promovidas por la improvisación y la arbitrariedad. Justamente, en medio de tan perturbadas realidades, es donde caben las tergiversaciones de las que se vale regímenes autoritarios para consumar sus necedades y pataletas Siempre de la mano de un militarismo prestado a las coyunturas o ambiente donde cualquier falsedad sirve para validar lo que presume quien detenta el poder. Y aún peor, sin medir sus efectos.
Así suelen forjarse realidades con la intención de mostrar una apariencia. Pero que sólo es reflejo del calco de alguna imagen pintada bajo condiciones utópicas. Es así como esos regímenes políticos argumentan sus falsas verdades (“falsos positivos”, en el léxico jurídico) en contraposición con lo que las realidades alcanzan a exhibir. Esto se conjuga con la indiferencia y el egoísmo, condiciones éstas de las cuales se vale la política para infundir barbaridades que sus medios de comunicación hacen pasar por verdades. Y que entonces la adosan a realidades que terminan pervirtiéndose.
Además, resulta tan ridículo como imposible, seguir el susodicho juego político. Más, cuando se pretende que la población asuma la actitud del avestruz al verse amenazado. Y que en el caso de una población, ocurre en el momento de conocer el horrible tamaño de aquellas realidades enredadas con mentiras o verdades.
Estos problemas son cada vez más insidiosos. Especialmente, cuando las realidades muestran la magnitud de lo acaecido al amparo de regímenes que (des)gobiernan deformando lo posible. Es la situación vivida, cuando una sociedad vive en medio de situaciones formadas por “realidades” que zarandean.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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