Las dos más grandes economías mundiales son las de
Estados Unidos y la del gigante asiático, lo que no quiere decir que se
encuentren estos dos países, el uno al lado del otro, encabezando las listas
mundiales de mediciones de desempeño. Por ejemplo el Foro Económico Mundial le
da a Estados Unidos el tercer lugar en la lista planetaria de productividad y a
China apenas el sitial número 28. Y otras estadísticas los colocan
verdaderamente distantes y a China muy desfavorecida. Los números del Banco
Mundial se asignan una cifra de Producto Interno Per Cápita a China de $
7.590 y a Estados Unidos casi ocho veces
esa misma cifra, es decir $ 45.629.
Sin embargo la percepción global que se ha desarrollado
en torno al poderío chino le otorga una fortaleza que no se compadece con la
realidad. No es cierto que se está produciendo un “cabeza a cabeza” entre las
dos potencias. Lo que sí existe es una dinámica acelerada de inserción de China
en el mundo, un crecimiento muy pronunciado de sus parámetros de expansión
interna y un acercamiento de sus gobernantes al liderazgo mundial. Pero los
Estados Unidos la siguen superando de lejos en todos los parámetros de medición
de bienestar económico y de calidad de vida.
Ocurre, no obstante, que las percepciones de la población
son tan importantes como las realidades numéricas cuando los países se
encuentran en medio de procesos electorales, lo que es el caso a la hora actual
en Norteamérica. Dentro de su propio país, el ciudadano americano, no solo se
siente invadido inmisericordemente por lo todo lo chino, sino que considera,
como lo han medido calificados investigaciones, que China le lleva la delantera
a los Estados Unidos a escala mundial. Según Gallup, más de la mitad ( 51%) de
los americanos consideran a China la primera potencia y solo un tercio
(34%) de los encuestados le dan la
primacía a su propio país.
Al gobierno de Obama le preocupa que en este ambiente de
rechazo popular a sus primeros socios comerciales es donde resulta más propicio
hacer prosperar entre los gobernados un potente proteccionismo frente a Asia.
La política exterior oficial va por un camino diferente dentro del tradicional
aperturismo americano. Sus esfuerzos de los últimos años han estado orientados,
más bien, a convertir a su rival en un socio estratégico, a mantener relaciones
pacíficas sin dejar de prestar atención a las áreas de conflicto que no dejan
de existir, particularmente en el área militar. Así ha sido desde la década de
los 70 y así han conseguido armar y sostener relaciones no muy cálidas ni
estrechas pero si progresistas y pacíficas ante las partes.
En China, por su lado, la política exterior en relación a
Estados Unidos no representa un quebradero de cabeza mientras no consiga un
crecimiento estable al interior de sus fronteras. Esa es su verdadera y única
prioridad. Para China los asuntos
externos no guardan la misma importancia que la solidez económica interna y el
mantenimiento de su expansión. La realidad es que del buen manejo que han
exhibido de su propio progreso por varias décadas han extraído la asertividad
necesaria para pisar fuerte en lo internacional. Para suerte de los chinos, de alguna manera
inercial, el mundo los sigue encontrando poderosos, incluso dentro de la propia
Norteamérica. Mejor para ellos. La diplomacia aún puede esperar.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@beatrizdemajo
Miranda - Venezuela
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