SIN PARANGÓN
Se siente el "padre fundador" de un "movimiento sui
géneris" cuya meta es nada menos que la transformación radical de las
instituciones políticas norteamericanas.
Donald J. Trump no se parece a nadie . Es un verdadero original en una
especie de museo político norteamericano. Se hizo multimillonario con el
producto de su trabajo y de su talento para operar en el mundo putrefacto y
traicionero de los bienes raíces en Manhattan. Antes de postularse para
presidente jamás había ocupado o aspirado a un cargo público por elección. Se
movía dentro del espectro ideológico político entre la derecha y la izquierda,
según los intereses de sus empresas. Amenazó media docena de veces con aspirar
a la presidencia sin cumplir su palabra. Cuando decidió aspirar hace 20 meses
los "expertos" y "politólogos" se burlaron de él. La prensa
militante y complaciente de la izquierda abundó en titulares destacando sus
peripecias empresariales y sus escándalos personales. Las encuestas de opinión
pública lo mostraban como un candidato sin posibilidades de lograr suficientes
votos electorales para ser electo a causa de un astronómico nivel de rechazo
del 60 por ciento. Pero todos se equivocaron y el pasado viernes 20 de enero
Donald Trump fue juramentado como el vigésimo quinto presidente de los Estados
Unidos de América.
Muchos de quienes lo apoyan con una intensidad casi fanática lo comparan
con Ronald Reagan, el hombre que puso de moda el conservadorismo y sacó a los
Estados Unidos del pesimismo rampante en que lo había sumido el pusilánime de
Jimmy Carter. Pero yo no encuentro parecido ni paralelo entre Reagan y Trump. A
pesar de su habilidad para negociar con la izquierda demócrata que controlaba
el Congreso durante su presidencia, Ronald Reagan era un verdadero conservador
y un militante del Partido Republicano.
Por su parte, Donald Trump no profesa ideología alguna ni muestra el más
mínimo respeto por el Partido Republicano. Se siente el "padre
fundador" de un "movimiento sui géneris" cuya meta es nada menos
que la transformación radical de las instituciones políticas norteamericanas.
Una marcha atrás acelerada del abismo de izquierda al que lo llevó el ideólogo
Barack Obama. Con un ego que no cabe en la Trump Tower y mucho menos en la Casa
Blanca, Trump muestra una confianza quizás desproporcionada en su capacidad
para sacar ventaja frente a sus adversarios en cualquier negociación. Cree en los
resultados más que en la ideología o la retórica y vaticino que se moverá a la
derecha o a la izquierda según el caso y las circunstancias. Luego, aunque a
veces él mismo lo cite, Donald Trump no es Ronald Reagan ni parece estar
interesado en serlo.
Sus enemigos dicen que Donald Trump es el presidente más odiado de la
historia política norteamericana y el que obtuvo menos votos populares en su
elección a la Casa Blanca. Totalmente falso. Aunque Abraham Lincoln es
celebrado actualmente como uno de los grandes presidentes de este país, una
gran parte del público de su tiempo no sólo pensaba que estaba haciendo un mal
trabajo sino que era un tonto de capirote. El propio comandante en jefe de su
ejército, General George McClellan lo calificó de "gorila original".
Y una cifra interesante, mientras en estas últimas elecciones Donald Trump
obtuvo el 46 por ciento de los votos populares, Abraham Lincoln obtuvo
únicamente el 39.8 por ciento de los votos populares cuando fue electo
presidente en 1861. En aquel momento, Lincoln preservó la integridad de la
nación norteamericana. En este 2016, tengo casi la certeza de que Trump le
devolverá su grandeza.
Si algún parecido pudiera tener Donald Trump con alguno de sus
predecesores en la Casa Blanca sería con el séptimo presidente de los Estados
Unidos, el bombástico General Andrew Jackson. Como Trump, Jackson se enfrentó a
la corrupta maquinaria política de su tiempo y se proclamó campeón de los
ciudadanos de a pié. Su toma de posesión en 1829 escandalizó a las élites políticas
de Washington. Una dama de la aristocracia washingtoniana de aquel tiempo la
describió en estos términos: "La Majestad del Pueblo ha desaparecido …Una
turba de niños, mujeres y negros luchando unos contra otros han invadido la
Casa Blanca".
Por otra parte, los cañones de Donald Trump no están enfocados solamente
contra los demócratas. Su promesa de "drenar la ciénaga" incluye a lo
que él mismo califica como las "élites" del propio Partido
Republicano. Su breve discurso de 16 minutos durante su toma de posesión no
dejó "títere con cabeza". Las caras patibularias de los políticos de
ambos partidos sentados detrás del orador no dejaron lugar a dudas. Sobre todo
cuando el nuevo presidente afirmó que ese día no se había llevado a cabo un
cambio de gobierno de un presidente a otro ni de un partido a otro sino de
Washington al pueblo de los Estados Unidos. El Trump presidente estaba hablando
como el Trump candidato. ¡Qué refrescante escuchar hablar a un político que no
cambia de retórica cuando conquista el poder! Sus partidarios tienen que
haberse sentido reivindicados mientras los miembros del
"establecimiento" se veían confundidos y preocupados sobre cuál papel
les estará reservado dentro de la recién estrenada Administración Trump.
Muchos de quienes dudaban no tuvieron que esperar mucho. El lunes 23, su
primer día completo de trabajo como presidente, Donald Trump convirtió sus
promesas de cambio en cambio político real. Sacó a los Estados Unidos de la
nefasta Asociación Transpacífica, congeló la contratación de nuevos empleados
federales con excepción de los militares, instruyó a las dependencias
gubernamentales que aliviaran las cargas onerosas del Obamacare y puso fin al
financiamiento público de abortos efectuados en el extranjero. No contento con
eso, al día siguiente subió la parada. Aprobó de un plumazo los oleoductos de
Key Stone y de Dakota con la orden de que fueran construidos con acero
norteamericano. Con ello creó 28,000 empleos bien remunerados para obreros
norteamericanos y dio el primer paso hacia la independencia energética de los
Estados Unidos, arma imprescindible para enfrentar a los enemigos de este país.
Acto seguido se reunió con líderes empresariales con la promesa de
reducir impuestos y eliminar regulaciones que asfixian a las empresas
reduciendo sus utilidades e impidiéndole contratar nuevos empleados Pero quizás
lo más inesperado fue su golpe magistral de reunirse con los líderes sindicales
que habían apoyado a Hillary Clinton. Demostró ser no sólo un negociador
consumado sino un aventajado "aprendiz" de político. Si a esto
sumamos su manifiesta intensión de sacar de la miseria y de la ignorancia a los
niños de los barrios negros, los demócratas tienen que sentirse invadidos en su
propio territorio. Esto explica el odio visceral contra Donald Trump que
expresó la izquierda vitriólica que marchó el mismo día de su toma de posesión.
Ahora bien, si esa izquierda quiere recuperar algún día su relevancia en
la política norteamericana, en vez de maldecir al mensajero de una derecha
cansada del mal gobierno, debe de analizar las razones por las cuales su
mensaje fue rechazado en forma tan contundente. Porque Donald Trump con sus 306
votos electorales y los más de 60 millones de norteamericanos que votaron por
él determinarán el futuro de los Estados Unidos por los próximos cuatro años y
hasta quizás por los próximos ocho. Juntos forman parte de un ejército que se
ha decidido a utilizar el arma más eficaz en las luchas electorales, el voto de
una ciudadanía determinada a ser dueña de su destino y, de paso, determinar los
destinos nacionales.
Alfredo Cepero
alfredocepero@bellsouth.net
@AlfredoCepero
Director de www.lanuevanacion.com
Estados Unidos
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