domingo, 12 de febrero de 2017

ANTONIO JOSÉ MONAGAS, ENTRE GRITONES, CAMORREROS Y ABUSADORES

PIDO LA PALABRA 

Y fue así como el país político hizo un salto (al vacío), un quiebre de erradas proporciones, en su historia política contemporánea.

La vida del país cambio casi radicalmente. Fue, quizás, el resultado más contundente que arrojó la llegada de la “revolución”. 

No hay duda. El país se descompuso. Pero no sólo se imprimieron daños a su estructura urbanística, a su condición moral y a su dirección de vida. También, se afectó en cuanto al régimen político que se estableció luego del advenimiento de una pléyade de militares defraudados y derrotados por decisión propia. Pero igualmente, por la desesperación de verse y sentirse asfixiados por la voracidad de gobernar en nombre de una historia por ellos mismos usurpada.

Desde que este grupo de equivocados conductores de procesos políticos, sin conocimiento alguno de los modos de operar la política apostaron a alcanzar propósitos sin mayor contenido, además con determinaciones infundadas sobre postulados militares con lo cual ganaron el espacio político necesario para gobernar un país sacudido por la crisis de Estado que venía desarrollándose desde la década de los ochenta, Venezuela comenzó su veloz rodada cuesta abajo. Sin un freno que al menos paliara los desórdenes que sus atribulaciones fueron causando en tan perturbado recorrido. Su interés estuvo centrado en generar más reacciones pasionales, que lo que sus promesas y ofertas electorales habían planteado. Detrás de cada pretendido programa o acción de gobierno, iba disfrazado toda una ristra de objetivos preparados alevosamente con el único fin de enquistarse en el poder a costa de todo.

 “El poder por el poder”. “Todo para el pueblo, pero sin el pueblo”. Consignas éstas que sin necesidad de ser divulgadas, iban camufladas. Aún así, no dejaban de exudar el hálito corrosivo del fascismo. Por cierto, bastante disimulado. Para entonces, estaba ya asintiéndose un estilo de gobierno con aires despóticos. Los años del primer quinquenio del siglo XXI, comenzaron a trazar un camino con un nauseabundo olor a totalitarismo. Aunque fumigado con aires de un populismo embadurnado por los abultados ingresos que sólo podía conseguirse del mercado petrolero.

De hecho, estos militares con ínfulas de gobernantes, comenzaron a afilarse las uñas para de esa forma afincar sus ambiciones políticas en cuanto proyecto de gobierno presentaban al país. Fue momento para dar cuenta de una reforma constitucional que pretendió imponerse por vía de la coerción y la amenaza. Pero esta idea no logró levantar el vuelo que la perfidia de sus estrategas calcularon. Sin embargo, apelaron a la fuerza de los poderes públicos en sus manos. Y fue así como el país político hizo un salto (al vacío), un quiebre de erradas proporciones, en su historia política contemporánea. Se abrió un nuevo período de mayor beligerancia cuyo espacio en el tiempo consintió que se dieran nuevas contingencias que, a su vez, permitieron las posibilidades para poner de manifiesto la procacidad e irreverencia contenidas en las vísceras de estos militares.

Fue así como se llegó a la segunda década del siglo XXI. O sea, entre golpes y traspiés. Pero que, sin pausa pero con prisa, fueron desacomodando la democracia que con dificultad logró instalarse desde 1958. La ideología sobre la cual se montaba el encubierto totalitarismo, mal llamado socialismo, desbordó el terreno político para intervenir espacios de la sociedad y hasta de la familia venezolana. Y aunque a la actualidad, todavía no se ha establecido una ideología única de manera obligatoria, el panorama viene decreciendo y oscureciéndose a consecuencia del carácter impositivo y carente de toda sentimiento de desarrollo económico y social, propio del estilo del régimen militarista. Sobre todo, cuando cada morisqueta del cancerbero mayor es recibida por su gente entre aclamaciones y aplausos. Particularmente, sin llegar a reconocer el tamaño del daño que está haciéndose sobre el futuro de la nación. Quizás por desconocimiento o simple interés, dado el beneficio que creen poder recibir en el curso de sus halagos y alabanzas ante el poder. O sencillamente, porque actúan sin entender que su proceder sólo refleja cruda manipulación que se da al interior de un macabro juego político realizado entre gritones, camorreros y abusadores.

VENTANA DE PAPEL
¡ABAJO CADENAS!

Tristemente, las cosas en este país se desenvuelven al revés. Y asimismo se resuelven.  En esta onda de graves contradicciones, se violenta la Constitución, se atropella al ciudadano, la corrupción rebasa los límites de la arbitrariedad, la violencia social cunde toda realidad. ¿Y qué decir de la violencia política o la violencia institucional, cuando las realidades se ven aplastadas por sus efectos?

Las instituciones gubernamentales casi ni funcionan pues lejos de sus objetivos, se han dedicado al proselitismo político con cínico descaro. La administración pública se extravió entre compromisos foráneos que, por extemporáneas razones, desatendió su naturaleza como servidora de la ciudadanía y garante de justicia.

En medio de tal revuelo, había que justificar las ejecutorias del gobierno mediante la imposición de un modelo político que no sólo encubriera tan exagerados disparates, sino también que permitiera el desorden administrativo como fundamento de una mal llamada “revolución bolivariana”. Así, con la depravación que representaba sustentar tanta dispersión de recursos y esfuerzos, tanta desintegración del sentido venezolanista sobre el cual se han forjado valores cívicos, morales y familiares, surge el término “socialismo del siglo XXI”. Precisamente, para retrotraer el país hacia niveles de depauperación económica, debilidad social y anemia política. Por eso se exalta la pobreza y se alaba la miseria.

En esas condiciones, será fácil incitar conductas de genuflexión y subordinación que permitan al gobierno erigir una sociedad de uniformados, sumisos y aduladores. Pero la Venezuela demócrata no es dócil. La historia ha demostrado su tenacidad. La sociedad venezolana siempre ha actuado entendiendo que “la fuerza es la unión” y según el sabio aforismo convertido en grito de lucha: ¡Abajo cadenas!


 “En el seno de todo gobierno que acude a la fuerza para imponer sus decisiones, sólo se consigue entre los recursos a los que apela para acometer sus propósitos, la miseria humana de sus gobernantes”

Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Merida - Venezuela

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