domingo, 12 de febrero de 2017

CARLOS BLANCO, CONQUISTA DEL ESPACIO

CRISIS DE REPRESENTACIÓN

No es la misión de la NASA sino una manoseada tesis que suelen usar algunos dirigentes, la de “agarrar aunque sea fallo”. Ocupar los espacios, si hay más de uno. Meter el pie para que no cierren la puerta. En fin de cuentas, “del lobo, un pelo”. Esta versión desmejorada de la ambición política es moneda falsa, de circulación corriente en la esfera de las migajas, tan carente de ideas como ahíta de oportunismo.

La tesis de obtener espacios políticos tiene varias connotaciones. Una muy relevante es la de que los ciudadanos a través de sus representantes lograrían espacios institucionales, como ocurrió hace poco en Venezuela, al obtenerse algunas gobernaciones y muchos diputados a la Asamblea Nacional. El problema se presenta cuando esos espacios no son, en rigor, de los ciudadanos sino que los presuntos representantes usan a los ciudadanos para lograr sus cargos, pero, en realidad, no los representan. La crisis de representación existe en muchos países y en Venezuela también: los partidos y sus dirigentes no encarnan a la sociedad sino que la usan para que esta les ayude a conseguir sus empleos y, una vez obtenidos, dejan de lado a aquellos a quienes pidieron su voto o su apoyo.

Esta desventura tiene lugar porque los propios partidos y sus dirigentes padecen, a su vez, una crisis de representación interna: no consultan a las bases, no hacen elecciones libres y limpias, se escudan –como Fidel con el embargo– en las condiciones “externas” para desarrollar una peculiar forma de autoritarismo. Hay quienes tienen más tiempo en las direcciones de los partidos que muchos de los dirigentes que estuvieron al mando de la república democrática o han estado “enchufados” en la administración pública más que el mismo Chávez.

La crisis de representación es lo que ha generado el cortocircuito de opinión pública con la dirección opositora. Al no haber una circulación de representación entre el ciudadano, sus diputados y dirigentes políticos, lo que queda son chispazos de coincidencia entre la opinión pública y los debates parlamentarios; pero cuando el azar no contribuye, lo que restan son desencantos, por lentitudes, desatinos y elocuencia inane.

La única manera de resolver tanta disonancia es definir el objetivo principal: ¿salir del régimen lo más pronto posible?, ¿o marear la perdiz con un hipotético, impreciso y lejano reemplazo de Maduro en 2019? Si no se define con antelación el objetivo, los reglamentos y el cambio de caras no sirven para nada.


Cuando los representantes no representan el cambio se torna aventura inescrutable.

Carlos Blanco G.
@carlosblancog 
www.tiempodepalabra.com
El Nacional
Caracas - Venezuela

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