LA RESPONSABILIDAD ES
DE TODOS
Después de la caída de los dos regímenes totalitarios que la desafiaron
durante el siglo XX, del nazismo en 1945 y del comunismo en 1989, la democracia
ha quedado como el único régimen político universalmente admitido en estos
albores del siglo XXI.
En el mundo de hoy, casi todos los regímenes políticos dicen ser
democráticos. Dicen serlo ¿Pero en verdad lo son? En tanto que a mediados del
siglo XX la democracia debía enfrentar el desafió abierto de los regímenes
totalitarios, hoy debe enfrenta el desafió encubierto de aquellos regímenes que
simulan ser democráticos sin serlo. El régimen de Vladímir Putin, de Raúl
Castro, de Nicolás Maduro, por ejemplo ¿son democráticos, respetuosos de las
libertades públicas?
Es tanta la fuerza de la idea democrática en nuestros días, que nadie se
anima a contradecirla abiertamente. Pero no son pocos aquellos que la disimulan
para soslayar la consiguiente condena, contándose, empero, sólo con sus
apariencias. Los únicos enemigos de peso que le ha quedado a la
democracia, son sus falsificadores. De
ahí que las formas de gobierno predominante de nuestro tiempo sean en
definitiva sólo dos: las democracias auténticas y las democracias fingidas.
Esta distinción presenta una dificultad especial porque lo
característico de las democracias fingidas no es oponerse a la democracia,
sino, al contrario disfrazarse de ella. Es necesario, entonces, quitarles sus
engañosos ropajes antes de verlas tales como son, en su patética desnudez.
¿Cómo definiríamos a la democracia auténtica? Como un régimen dotado de
dos rasgos esenciales. El primero, la elección popular de los gobernantes en
comicios libres y honestos con órganos que no coloquen fatalmente en manos de
camarillas, premunidas del respaldo oficial la suerte de los comicios, y con
ello la suerte misma de la República. El segundo que el poder Ejecutivo así
elegido sea controlado mediante el funcionamiento independiente de los otros
dos poderes públicos que integran el equilibrio republicano, el Poder Legislativo
y el Poder Judicial, y que se prohíba además reelegir el Poder Ejecutivo más
allá de dos periodos consecutivos de gobierno, lo cual implica, porque va de
suyo, la prohibición de la reelección indefinida.
Esta prohibición es una condición de la autenticidad democrática porque,
cuando se le permite al gobernante presentarse una y otra vez a la
reelección, se vulnera la igualdad de
oportunidades entre el gobernante y sus opositores, introduciéndose en la
carrera electoral al actor que ha falsificado
tantas veces a la democracias latinoamericanas: el caballo del
comisario.
Deberíamos, también, guardarnos contra otro peligro el del
perfeccionismo democrático. Si algún fundamentalista de la democracia examinara
con este criterio el funcionamiento de las democracias que se han dado en
nuestro mundo sin duda encontraría hasta
en las mejores de ellas numerosas imperfecciones. La rígida aplicación de este
criterio afrontaría el riesgo de dejarnos, simplemente, sin democracia. Pero la
democracia, por ser un producto humano y no divino, no puede evitar las
imperfecciones. ¿No dijo acaso Winston Churchill que la democracia es el peor
sistema de gobierno si se exceptúan todos los demás? Y es que, hay un abismo
entre la imperfección y la
falsificación.
Constituye una obligación para los hombres y voces libres del mundo
rescatar la democracia. Luchar para combatir las violaciones a las
Constituciones, a los derechos humanos.
La responsabilidad es de todos, de los gobernantes democráticos y de los que en alguna forma tienen la
oportunidad de ejercer siquiera alguna
influencia en la opinión pública Lo que jamás debe hacerse ante el
autoritarismo es resignarse y considerarlo un fenómeno inevitable, porque no lo
es.
Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
Miranda - Venezuela
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