Se
ha convertido en un lugar común decir que el de Maduro es el peor gobierno que
ha tenido Venezuela, y probablemente el continente, desde que se llevan
registros estadísticos que miden el desempeño de los gobiernos. Cualquiera sea
el indicador económico, social o institucional que se tome, durante los seis
años de su mandato, todos han retrocedido, algunos en escala superlativa: la
inflación, la caída de la producción petrolera, la escasez, la desnutrición
infantil, la productividad económica, la informalidad, el éxodo de venezolanos,
el colapso de la infraestructura. La lista podría ser infinita.
Este deterioro golpea
directamente al gobernante. Según el Perfil de Consultores 21
correspondiente al tercer trimestre de 2018, 67% de los venezolanos evalúa de
forma negativa al gobierno; 62% lo considera el principal responsable de
la crisis económica y 66% cree que es el culpable del aumento de los precios,
es decir, de la hiperinflación. La mayoría de la gente no se traga el cuentico
de la ‘guerra económica’.
Entones, ¿por qué la gente no sale a
protestar de forma masiva y permanente? De acuerdo con el mismo estudio, 70% de
los venezolanos piensa que existen razones para protestar; sin embargo, 54%
tienen miedo de hacerlo. El asesinato de Fernando Albán y el trato cruel a los
presos políticos persiguen convertir el miedo en una estrategia exitosa.
Frente a ese dato,
responder que el venezolano es un pueblo cobarde sería demasiado simple y
superficial. Sin ser una gente con propensión a inmolarse, como los fanáticos
islamistas, cuando ha tenido que demostrar coraje, no se ha arredrado. El 11 de
abril de 2002 una inmensa masa de hombres y mujeres fue a Miraflores a pesar de
las amenazas y de que sabían que los chavistas estaban dispuestos a asesinar a
quienes intentaran llegar al palacio. El pueblo no se acobardó. Los
muertos fueron fundamentalmente del bando opositor. En 2017 fallecieron más de 140 personas, la
gran mayoría jóvenes, quienes enfrentaron con escudos de cartón, chinas y
bombas caceras a unos cuerpos de seguridad
armados hasta los dientes,
La respuesta de por qué la gente tiene
temor a protestar de forma tal que ponga el riesgo la estabilidad del
gobierno y lo obligue a cambiar sus desastrosas políticas o a negociar su
salida, reside en otro lugar, no en la cobardía de los ciudadanos. A partir de
los datos proporcionados por Consultores 21 intentaré armar una trama algo más
compleja.
Los venezolanos piensan de forma
pragmática. El estudio referido arroja que 72% de los venezolanos posee el carnet
de la patria y 84% ha recibido las bolsas Clap alguna vez. La estrategia del
gobierno consiste en atar la entrega de esas bolsas a la posesión del carnet y,
por supuesto, al inmovilismo, sumisión y renuncia a cualquier forma de
acusación contra Maduro y sus aliados. El carnet y las bolsas de comida, se han
convertido en dos poderosos instrumentos para chantajear y apaciguar el enorme
descontento de la gente. Para una amplia franja de compatriotas, esas bolsas de
comida representan la única manera de proveerse de comida, al menos por pocos
días. El costo de perder esa menguada fuente de suministro resulta demasiado
alto.
La precaria situación de la oposición
es otro factor que desmoviliza a la gente. Los venezolanos desconfían y
rechazan a Maduro y su gobierno, pero no ven otra opción distinta y fiable. La
oposición no aparece en el horizonte como una alternativa frente a un gobierno
inepto y corrupto. Además, el gobierno cuenta con el apoyo de los militares, su
columna vertebral. Maduro se encarga de reforzar este vínculo cada vez que
puede. Las afinidades entre el gobernante y las Fuerzas Armadas no son
ideológicas, sino crematísticas: les entregó la nación para que su cúpula se
enriqueciera sin medida. El ‘partido militar’ junto al Psuv lucen como las dos
grandes fuerzas nacionales. La dirigencia opositora quedó en un plano marginal.
Para colmo de males, la MUD, principal referencia política nacional (aparece
con 30% de identificación, por encima del Psuv, que alcanza 29%, y muy alejado
de PJ, partido que le sigue en el orden de preferencias, que exhibe 8%),
fue demolida por la propia oposición.
¡Los disparates de la insensatez!
Es imposible exigirle a un pueblo
castigado, pero desmoralizado, desconcertado y sin conductores políticos
confiables, que enfrente en la calle a un régimen inescrupuloso y cruel como el
que preside Maduro. Mientras no aparezca una referencia nacional cohesionadora,
confiable y que encarne una opción creíble de triunfo, las protestas de
la gente por falta de luz, agua, gas o transporte colectivo, continuarán siendo
numerosas, aunque dispersas y con pocas
probabilidades de comprometer la permanencia del gobierno. Esa clase de
revueltas fragmentas tampoco obligarán a Maduro
a sentarse en torno de una mesa para
buscar una salida concertada a la crisis.
Esperemos que el
congreso del Frente Amplio alumbre alguna solución.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
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