Los dos países líderes
de la economía mundial han tenido al mundo en jaque desde hace meses, sufriendo
las consecuencias de un poderoso desencuentro entre ellas que tiene su origen
en las distorsiones de su comercial bilateral. Amenazas y medidas preliminares
disuasivas para tratar de compensar el daño que cada rival le atribuye al otro
han estado en el orden del día.
El daño más visible es
la inhibición de la inversión en la espera de una solución conveniente a las
partes. Ninguna transnacional se anima a apostarle a un mercado plagado de
inseguridades. Los mercados de valores también han acusado golpes de cierta
envergadura, con los valores bursátiles impactados significativamente en
empresas que, sin embargo, acusan un buen desempeño económico.
Pareciera que a raíz de
la reunión cimera sostenida por los dos líderes de China y Estados Unidos
durante la celebración del G20, lo pactado entre las partes en conflicto ha
provocado una suerte de alivio, al menos, por ahora, en los mercados de
valores. Pero no nos engañemos, el asunto no es tan simple como parece. La
solución encontrada por ambos mandatarios con ocasión de su encuentro íntimo en
la Argentina despierta suspicacias por variadas razones. La primera es que los
anuncios oficiales sobre el tenor de las negociaciones durante los tres meses
de pausa que se han otorgado los dos países en cuestión no coinciden en sus
componentes gruesos. Una cosa dicen en Washington y otra en Pekín.
En segundo lugar, porque
las piedras de tranca que cada uno de ellos encuentra en su relación comercial
con el otro son de compleja resolución y noventa días lucen insuficientes, por
donde quiera que se le mire. La agenda a dilucidar en ese periodo de
“constructiva tregua” incluye decisiones no solo difíciles por los intereses
que afectan sino por el espinoso componente político que ellas tienen al
interior de cada uno de los dos países. Validarlas al interior de China y de
Estados Unidos por parte de sus gobernantes es una cuesta tan empinada como
dictar las medidas, porque traduce debilidad de parte de cada uno de los
titanes.
Es que estamos hablando
de un “Trade Deal”, de un acuerdo comercial bilateral vasto sobre aranceles,
incrementos en la compra de bienes sensibles, eliminación de subsidios a
productos de exportación, cambios estructurales en la producción de tecnología,
exigencias draconianas en cuanto al respeto a la propiedad intelectual y la
eliminación total de los robos cibernéticos.
Lo correcto es otorgar
un voto de confianza y no dudar de la buena voluntad de los dos mandatarios que
han estado haciendo pulso de cara al mundo no solo en las materias comerciales
y tecnológicas. Es sobre esa base que se ha generado un mensaje de optimismo
que han aportado las bolsas. Pero lo prudente es no cantar victoria.
En la mesa de
negociaciones los americanos se sentarán pensando en las múltiples ocasiones en
que China ha prometido un cambio de rumbo que no se ha producido por no existir
la voluntad, particularmente en el terreno de derechos intelectuales. Los
chinos, vendrán con la aprensión causada por todas las veces que los requerimientos
de Estados Unidos eran exagerados e impracticables.
El ambiente pareciera
ser más conciliatorio y menos agresivo y lo que abona en favor del éxito de las
tratativas es que cada uno por su lado tienen complejas agendas en lo interno y
en lo internacional para abordar. No
pensemos, sin embargo, que porque ha habido un cese al fuego, la mecha no puede
encenderse de nuevo.
Beatriz de Majo
beatrizdemajo1
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