La
incapacidad de comprender los problemas venezolanos desde el exterior se debe a
la existencia de una peculiaridad tan intrincada que no admite la posibilidad
de analogías. Ni siquiera los nativos del país que han vivido durante unos
meses en el extranjero tienen la facultad del entendimiento de los problemas
que padecían antes de su partida, debido a que la marcha de los acontecimientos
hace que lo sentido en la víspera se convierta en espejo incapaz de reflejar la
realidad. Así como distingue a Venezuela, una monstruosa singularidad crea un
problema de análisis y una dificultad de arreglo que no tienen parangón.
Dentro
de los elementos sobresalientes de tal singularidad salta a la vista la
existencia de una repudiable forma de gobierno dispuesta a mantenerse en el
tiempo pese a su descarada incompetencia y al rechazo que produce entre los
gobernados. Una administración reconocida por su precariedad y por la
profundidad de sus vicios no se ve acorralada por la realidad, sino dotada de
herramientas capaces de animar su continuidad. La sociedad que la sufre no
reacciona con contundencia, sino con bíblica paciencia, hasta el punto de
alimentar la idea de una correspondencia benévola entre los horrores de la
dictadura y la pasividad de la ciudadanía. De allí la espera de un líder que no
aparece, de una influencia personal que no se ve por ninguna parte, como si no
fuera suficiente el dolor del pueblo para que por sí solo buscara el remedio de
sus males. Un pueblo insólito, no solo porque carece del ánimo de ser distinto
pese a las adversidades que sufre, sino también porque no parece concernido del
todo con las penas que lo agobian, concede escalofriante peculiaridad a la
tragedia venezolana.
Se
puede atribuir la pasividad popular al miedo, a las amenazas constantes de la
dictadura y a cómo las ejecuta cuando considera conveniente, pero es evidente
que, si se quiere hablar de vivencias incomparables, la razón no está en los
pavores propios de todos los pueblos ante sus opresores, sino en los rasgos de
la actividad política según se ha llegado a establecer. Tenemos unas fórmulas
para el desarrollo de las conductas alrededor de los negocios públicos que
parecen ser únicas en los anales de las sociedades contemporáneas, debido a que
simplemente las condenan a la inexistencia. No hay un juego de posturas
antagónicas que pueden provocar la atención de las grandes mayorías, ni
actividades de los partidos que los conviertan en opciones dignas de atención,
ni nada parecido a una pugna real por el control del poder. Solo pasos
anodinos, reacciones sin raíz, para que apenas se cubra una superficie detrás
de la cual se aprecia un cascarón vacío. Lo curioso del asunto es que no solo
se trata de un rasgo de los grupos opositores, sino igualmente de la dictadura.
De su seno tampoco se asoma un planteamiento capaz de relacionarse con la
realidad, algo parecido a un mensaje susceptible de tocar la fibra de la
población, para que la sociedad se adormezca en un vaivén de trivialidades o en
una mecedora sin cojines ni asientos condenada a no moverse de su puesto. De
allí que, mientras la “revolución” se mantiene a duras penas, la oposición siga
viviendo en un rincón sin que nadie, ni ella misma, ponga interés en acabar la
modorra.
Para
llegar a tal conclusión no hace falta meterse en profundidades, sino solo ver
los noticiarios de los países vecinos o de España, desde donde escribo hoy.
Reflejan diversidad de conductas, ideas de personas con nombre y apellido,
posiciones de diferente tipo con las cuales se puede congeniar, o de las cuales
lo mejor es distanciarse; instituciones en funcionamiento sin ser perfectas,
gente capaz de diferenciarse sin necesidad de llegar a la genialidad,
representaciones de una vitalidad a la cual vale la pena aferrarse porque está
a mano o porque puede deparar sorpresas. Reflejan la normalidad que hace tiempo
perdimos en Venezuela, hasta el punto de convertirnos en una sociedad que solo
se puede identificar por una indiferencia y una torpeza insólitas sobre las
cuales es realmente difícil hacer propuestas. Una desdicha.
Elías
Pino Iturrieta
@eliaspino
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