jueves, 17 de enero de 2019

ALFREDO M. CEPERO, MI DIOS, MI PATRIA Y MI FAMILIA.


Estoy seguro de que Dios escucha mis súplicas sin necesidad de usar como intermediarios a sus pastores descarriados.

Comienzo con la afirmación repetida hasta el infinito por hombres y mujeres de todas las latitudes y de todos los idiomas de que "cada hombre es un mundo". Unos hombres y unos mundos donde algunos son más imperfectos que otros porque la perfección no existe en la Tierra. Y comienzo por admitir que tanto yo como mi mundo somos tan imperfectos como los demás mundos y los demás hombres que poblamos este planeta.

El corolario de las afirmaciones que he hecho en el párrafo anterior es que cada uno de nosotros tenemos una interpretación diferente de las instituciones, los principios y los sentimientos que nos sirven de motivación y guía en el camino de la vida. En mi opinión personal, que estoy seguro que es compartida por muchos de quienes me leen, los principales determinantes de nuestras vidas son Dios,  patria y familia.

Nada es más importante para cualquier ser humano que su relación con Dios y su aceptación de la providencia divina. No el Dios de los católicos, los protestantes, los judíos, los musulmanes, los budistas o los hindúes. Cualquier Dios con tal de que quién le profese su fe y le exprese su amor lo reconozca como el ser supremo en todos los actos de su vida. Porque nada hay más peligroso que un hombre sin Dios. Un hombre que antepone sus ambiciones y sus intereses a los designios de Dios es capaz de cometer los actos más reprensibles y diabólicos. No me molestaré en citar ejemplos porque la historia está llena de ellos y ya todos los conocemos.

Empecé este artículo hablando de mi mismo y creo oportuno abundar en detalle sobre mis conceptos de Dios, patria y familia. Creo que la religión que cada hombre profesa constituye un mapa que determina la forma en que conduce su vida. Pero ninguna religión puede operar como una camisa de fuerzas. Porque todas las religiones son definidas y administradas por seres humanos que muchas veces equivocan el camino y no tienen, por lo tanto, el monopolio de la relación con Dios.

De ahí que se puede servir a Dios sin la necesidad de acatar los dictámenes de quienes, diciendo representarlo, andan por el camino equivocado. Como católico denuncio con la misma energía la corrupción de Alejando Sexto en el Siglo XV que la demagogia populachera de Francisco Primero en este convulsionado Siglo XXI. Estoy seguro de que Dios escucha mis súplicas sin necesidad de usar como intermediarios a sus pastores descarriados.

Paso ahora a exponer mi concepto de patria haciendo referencia a páginas de nuestra historia con respecto a la presencia de Dios en nuestras instituciones nacionales. La mayoría de los delegados a nuestra convención constituyente de 1901 eran librepensadores que no creían en un Ser Supremo. Salvador Cisneros Betancourt y Martín Morúa Delgado, lo expresaron en esta forma: "si como dicen los creyentes …Dios está en todas partes, no necesita que nosotros lo traigamos a la constitución" .

Curiosamente, el también librepensador Manuel Sanguily defendió brillantemente la inclusión de Dios en el texto constitucional diciendo: "Dios es, al cabo, el símbolo de aquel bien que va realizándose con nosotros, contra nosotros, a pesar de nosotros, ahora, en el presente y en el porvenir…Dios, pues no es mis labios sino un símbolo, y en este símbolo, cabalmente por ser un símbolo, caben todas las aspiraciones, las opiniones todas, las del ateo y las del creyente, así como todas las creencias."

Pero nunca como en los últimos sesenta años de nuestra historia los cubanos hemos visto más violados nuestros sentimientos patrios. Los miserables que tomaron el poder por asalto en 1959 han cambiado totalmente no sólo nuestra historia sino la forma en que esa historia es vista por las últimas tres generaciones. Para esos jóvenes no existen ni la patria ni la libertad. Para una deplorable mayoría de mi propia generación, en el ocaso de nuestro paso por la Tierra, Cuba ha muerto en manos de sus sicarios y es mejor olvidarnos de ella.

Yo reto con todas mis energías esa forma de definir a mi patria. Ahora más que nunca Cuba necesita de todos sus hijos, los de antes, los de ahora y los del futuro. No estoy dispuesto a permitir que unos apátridas como los Castro borren de mi mente el ejemplo y la prédica edificante de patricios como Félix Varela, José de la Luz Caballero y José Martí. En su famosa sexta "Carta a Elpidio", Varela se refiere a los jóvenes diciendo: "Diles que ellos son la dulce esperanza de la patria, y que no hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad".

Por su parte, José de la Luz y Caballero, el más ilustre discípulo de Varela, se refiere a su maestro diciendo: "Mientras se piense en Cuba, se pensara con respeto y veneración en aquel que nos enseño a pensar". Y el más grande de todos los cubanos, José Martí, despliega todo su amor por Cuba diciendo: “Patria es algo más que derecho de posesión a la fuerza…..Patria es comunidad de intereses, comunidad de ideales, fusión dulcísima y consoladora de amores y esperanzas”. Esa es la Cuba que llevo conmigo por dondequiera que ande y a la que jamás renunciaré mientras Dios me de vida para servirla.

Pero no hay vida completa sin el tercer ángulo de esta trilogía. La familia es, al mismo tiempo, placer y deber. En su seno disfrutamos de grandes alegrías y sufrimos grandes desasosiegos, pero sin ella no somos nadie. Sabemos de su verdadero valor cuando confrontamos cualquier tipo de crisis. Es el último refugio acogedor en el que recuperamos fuerzas para continuar el camino cuando nos embargan las vicisitudes.

Por otra parte, la familia no es propiedad individual ni instrumento para beneficio propio. A la familia se le da, no se le pide, se le sirve no se le exige. Y el mejor ejemplo lo encontramos en nuestros hijos. Los traemos al mundo y les damos una brújula para que encuentren su propio norte pero no les imponemos la forma en que deben de navegar. No conozco a nadie que lo haya dicho con mas elocuencia que Khalil Gibran: “Tus hijos no son tus hijos. No vienen de ti, sino a través de ti y aunque estén contigo no te pertenecen".

Cito por último a un verdadero campeón de las "Tres P" que describen al gran padre, poeta y patriota venezolano Andrés Eloy Blanco. En su poema "Coloquio Bajo el Olivo", Andrés Eloy le aconseja a sus hijos:

"Por mi, ni un odio, hijo mío,
ni un solo rencor por mí,
no derramar ni la sangre
que cabe en un colibrí,
ni andar cobrándole al hijo
la cuenta del padre ruin
y no olvidar que las hijas
del que me hiciera sufrir
para ti han de ser sagradas
como las hijas del Cid".

Estas son mis ideas, con sus imperfecciones y sus errores, pero por las que asumo total responsabilidad.

Alfredo M. Cepero
Director de www.lanuevanacion.com
@AlfredoCepero
Estados Unidos

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