Quien desde las circunstancias de su cuarentena sigue las noticias mundiales sobre la pandemia las podría leer como textos sobre un mismo tema y momento, pero que presentan relatos diferentes de principio a fin, privilegiando unos asuntos y soslayando o silenciando otros. Quizá se quede con alguna de las tramas o cruce algunas pocas, no más. Es un modo de lidiar con dificultades e incertidumbres que abruman, porque cuanto más enredado y lleno de nudos se nos presenta el relato, más difícil es concebir el desenlace colectivo y personal.
La narración geopolítica recoge la naturaleza primariamente nacional de las dispares reacciones a la emergencia y los modos de asumir las medidas de aislamiento internacional, confinamiento, tratamientos e información. Se encuentran aquí en lugar muy visible las respuestas de los gobiernos de potencias que han hecho de la pandemia un asunto en el que, no obstante sus ineficiencias, compiten por evidenciar su poder en el manejo de la crisis.
En Estados Unidos con razonables niveles de transparencia y escrutinio democrático. En tanto que enormes opacidades y censuras al escrutinio son manifiestas en Rusia y, muy notablemente en China, con su intensa campaña nacional e internacional de eficiencia y distribución de equipos, entre donaciones y ventas. Es esto último lo que incluso una voz internacionalmente importante y usualmente moderada, como la de Josep Borrell, ha descrito como generosidad política, practicada también por otros regímenes autoritarios, como el ruso y el cubano; en Europa, en discursos, medidas y negociaciones, el relato de sus contrastes es más político y económico que de competencias geopolíticas.
Lo cierto es que la justificada alarma de la pandemia ha alentado el ejercicio de controles sociales y políticos extremos en los regímenes autoritarios -cómo no recordar su multiplicación en los últimos tres lustros- a la vez que los riesgos de abusos de restricciones en los democráticos, advertidos en uno y otro caso, una y otra vez por instituciones internacionales y organizaciones no gubernamentales. Esto último enlaza con el relato institucional, ya no solo interior, en el que reaparecen los debates sobre la eficiencia de regímenes autoritarios y democráticos en situaciones críticas, lo que en lo ya anotado sobre la exigencia de transparencia y legitimidad en la eficiencia inclina el balance, visiblemente, a favor de la democracia.
El capítulo de las organizaciones internacionales es bastante más complicado, porque a la natural preminencia inicial de lo local y a las exigencias domésticas de atención y recursos a los nacionales se suman en muchos casos los impulsos y presiones nacionalistas (y populistas). De ello no escapa la Unión Europea, que ha debido afrontar complejas decisiones vinculadas a los retos inmediatos de la pandemia y a la salud económica comunitaria.
A escala global, la emergencia ha colocado en primer plano a organizaciones que por su propósito y responsabilidades en materia de salud y asistencia humanitaria deberían contar con mayor autonomía funcional y capacidad de respuesta. Sus ineficiencias organizacionales -que no justifican en este momento crítico los anuncios de restricción de fondos de Estados Unidos a la Organización Mundial de la Salud ni su conversión en campo de disputa por China- se complican por las incidencias de la trama geopolítica. También la institucionalidad económica internacional está desde ya bajo la inmensa presión del mundo detenido como está por la pandemia y de la recesión económica en marcha que el relato petrolero tan notablemente sintetiza y que se perfila especialmente demoledora para los países menos desarrollados.
Entre muchos otros por recoger, hay un relato ineludible que se desarrolla junto con los otros y que lleva el ritmo de la trama de fondo: el de lo esencialmente global de la pandemia en todas sus manifestaciones y consecuencias. Es allí donde se pueden tejer conexiones virtuosas entre todos los relatos. También aprendizajes: desde revisiones geopolíticas críticas hasta propuestas de fortalecimiento institucional para la gobernanza mundial; sin antipolítica, con exigencia de institucionalidad y responsabilidad en la política. Es el relato que contribuyen a construir quienes trabajan individualmente, en organizaciones no gubernamentales, en gobiernos y organizaciones internacionales con plena conciencia de lo que la interdependencia para lo malo y lo bueno genera como responsabilidad y oportunidad de reconducción.
En esta trama hay muchos actores visiblemente protagónicos, entre ellos las enfermeras y los médicos, los científicos e investigadores que buscan tratamientos y vacunas, las organizaciones no gubernamentales que se ocupan de proveer recursos y personal para la salud y las emergencias humanitarias, así como las que están atentas a la protección de los derechos humanos; los productores y abastecedores de bienes y servicios esenciales; los gobernantes y los funcionarios de organizaciones internacionales que se ocupan de la atención de lo inmediato y la preparación para lo que sigue, con iniciativas oportunas, responsabilidad, disposición franca a cooperar y transparencia.
Elsa Cardozo
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