A grandes rasgos, la realidad de Venezuela se observa caótica y difusa; desde el funcionamiento del Estado y sus instituciones políticas hasta las diversas posiciones que adopta la comunidad internacional son vidriosas. Como hace más de medio siglo -en pleno apogeo de la Guerra Fría- reflotan discursos académicos y políticos que apoyan a EE.UU. o a Rusia con el pretexto de la cuestión venezolana. Lo único que aparece claro es la fenomenal crisis humanitaria, económica y política que padece el pueblo venezolano, a lo que se suma el coronavirus, el Covid-19, que ha puesto en jaque a la humanidad, que se enfrenta, sin esperarse, a la idea de un apocalipsis.
La realidad del conflicto y enfrentamiento entre el régimen de Nicolás Maduro y los opositores a su gobierno es innegable y es parte de una transición nada novedosa en la política venezolana de los últimos años, que ha comenzado, luego de la muerte de Hugo Chávez. Y así, se observa en los ciudadanos, cuando expresan sus ideas, que hay un inmenso rechazo al gobierno de Nicolás Maduro.
Los venezolanos están de acuerdo en que atraviesan una brutal recesión económica, pero se distancian a la hora de señalar a los responsables. Para unos es el régimen chavista de Maduro, para otros son las medidas coercitivas o sanciones del gobierno de Donald Trump contra el gobierno bolivariano. Frente a todo esto la actitud o postura ideológica de Nicolás Maduro produce resultados ambivalentes. Por un lado, quiere proyectar la imagen de un gobierno todopoderoso, que puede hacer lo que le da la gana, pero, por el otro genera la acentuación del rechazo.
Asumido el enfrentamiento social que existe en Venezuela marcado por diferencias ideológicas fuertes, el desafío urgente es que dicho conflicto sociopolítico sea encaminado positivamente y de forma pacífica por las vías democráticas modernas, entre otras, porque la finalidad de la democracia es encauzar los conflictos en torno al orden o la paz y evitar la violencia, pues –en palabras de Teodoro Petkoff- regimenes como éste, autoritarios, autocráticos y militaristas, con vocación totalitaria, pero hibridos entre dictadura y democracia y por tanto escenarios no cerrados para la acción política, sólo pueden ser enfrentados con posibilidades de éxito mediante una estrategia democrática.
Existen diversos mecanismos institucionales diseñados para absorber e incorporar al sistema político los conflictos que siempre, de una u otra forma y con diferentes intensidades, pueden surgir en los procesos sociales. Sin embargo, el combustible vital de cualquier mecanismo institucional es la legitimidad, la creencia compartida por parte de una sociedad en la eficacia e imparcialidad de las instituciones que lo rigen. Es la confianza que la sociedad tiene en sus instituciones, aquello que hace que un simple mecanismo normativo o constitucional se convierta en un hecho real de poder.
La situación de Venezuela es muy compleja y delicada. El debate de ideas es prácticamente inexistente. Y no habrá republica posible si, frente a los desbordes de poder y a las tentaciones hegemónicas de Maduro, no se consolida una activa oposición republicana, responsabilidad que recae sobre los partidos políticos opositores; el asunto es que los conflictos no tienen una única salida: las puertas de salida de la crisis son siempre varias, de muchos colores ideológicos y con horizontes diferentes, pero no todas conducen a la democracia.
Juan Guiadó ofrece una salida con su respectivo horizonte político y económico; Nicolás Maduro, otra. Lo importante es que más allá del color de cada puerta, esta sea abierta con la llave del entendimiento y de la democracia.
Sixto Medina
sxmed@hotmail.com
@medinasixto
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