Gracias a Dios, el castellano es muy rico en matices y
distinciones. Unos y otras se han
modelado por el afán de precisión a lo largo de generaciones de hablantes. Lamentablemente, el desenfado al hablar, la
flojera mental, los guasaps más llenos de emoticones que de términos, están
arruinando la riqueza del vocabulario actual.
Mucho del empleo actual del idioma desvertebra las posibilidades de
expresión y el lenguaje ha devenido en “jetabulario”.
A estas alturas, quienes no han abandonado la lectura
estarán diciendo: “¿por dónde viene el tipo hoy”? Pues por la precisión que debemos utilizar
cuando hablamos o escribimos para endilgarle al régimen términos como
“dictadura” o “fascista”. Y lo hago
porque, recientemente, un buen escritor y querido amigo, Eddy Barrios, sacó un
artículo dedicado a clarificar los vocablos “dictador” y “tirano” afincándose
en la historia de Cincinato. Hoy, lo que
haré es seguir la estela que Eddy, como buen marino, dejó.
Lucio Quincio Cincinato era un romano que, según Catón
el Viejo representaba el arquetipo de la rectitud, honradez e integridad
romanas. A ellas se sumaban su falta de
ambición personal, y capacidad estratégica militar. En el año 458 antes de Cristo, el Senado, que
estaba desesperado por la inminente invasión de unas tribus foráneas, discutió
como enfrentarla y encontró sólo una solución: concentrar todos los poderes en
manos de un solo hombre. Y eligieron a
Cincinato para concederle el título de dictador por seis meses y pedirle que
salvara a Roma. El elegido estaba en su
finca al otro lado del Tíber, arando, cuando se le hizo llegar el
requerimiento. A día siguiente se presentó en el Foro, llamó a todos los
ciudadanos a las armas, los organizó en legiones y se puso al frente de ellas.
En solo dieciséis días logró la victoria sobre los invasores. Cumplida su
misión, el dictador —aunque le quedaban cinco meses y medio de poder absoluto
en la ciudad— se despojó de la toga orlada de púrpura, rechazó todos los
honores y se reintegró a su tierra para seguir arándola.
Por eso, el Diccionario de la RAE trae como tercera
acepción de “dictador”: “Entre los antiguos romanos, magistrado supremo y
temporal, que se nombraba en tiempos de peligro para la república”. El problema radica en que la primera acepción
del mataburros se adecua más a la circunstancia contemporánea: “En la época
moderna, persona que se arroga o recibe todos los poderes políticos y, apoyada
en la fuerza, los ejerce sin limitación jurídica”. Y a “dictadura” como: “Régimen político que,
por la fuerza o violencia, concentra todo el poder en una persona o en un grupo
u organización y reprime los derechos humanos y las libertades
individuales”. Estarán de acuerdo
conmigo en afirmar que ambas definiciones son el vivo retrato de la
circunstancia venezolana de los últimos veinte años.
Los primeros, aunque basados en el bajeo del
encantador de serpientes que pedía “un millardito”, tenían un cierto baño de
legalidad. Claro que si uno lo rasguñaba
un poquito, se le caía el gold filled y se le veía el cobre. Era el abuso del empleo de las leyes
habilitantes. Que la Constitución
reserva para cosas muy específicas pero que Boves II las pervirtió y las empleó
para todo lo que le diera su real gana.
El heredero no ha actuado distinto.
Por el contrario, a punta de “decretos de emergencia” —que tienen una
finalidad muy específica y una vigencia limitada— y alcahueteados por un
Tribunal Supremo (omito lo “de Justicia” porque es muy poquito lo que hacen por
ella) he empeorado la situación que encontró.
Hoy, Venezuela, por culpa de él y su manga de
cómplices, está peor; en tal inopia que estamos por debajo de Haití como país
más pobre del hemisferio. Tanto, que el
más reciente Índice de Miseria de Hanke nos coloca como el primero; el más
miserable de todos, casi ocho veces peor que Zimbaue, veinte por encima de
Sudán y ochenta sobre Argentina, que ya es mucho decir por lo bajo que la ha
llevado el kirchnerismo.
Ya llevo casi setecientas palabras y no he hablado del
otro término que anuncié al principio: el fascismo. Que es una palabreja que Jorgito Audi
Rodríguez se lo pasa endilgando a los de la acera de enfrente. Es algo que los psiquiatras, como él sabe
bien, llaman “proyección” y que consiste en un mecanismo de defensa de los
psicóticos que les atribuyen a otras personas los impulsos censurables que
aquellos sufren.
Para caracterizar al fascismo, lo mejor es recordar la
enumeración que hizo Umberto Eco en 1995, cuando se conmemoraba el
quincuagésimo aniversario de la derrota del fascismo en Italia. Dijo que sus rasgos más significativos de ese
sistema político son: que el fascismo no tiene una filosofía, ni un pensamiento
rigurosamente estructurado, pero se basa en un totalitarismo impreciso, cruel,
intolerante y dictatorial en el cual: se exacerba el culto a la nacionalidad y
los prohombres de la historia patria.
Que entiende al líder carismático como un único y fiel
intérprete del designio nacional y por eso es quien expresa la voluntad de la
nación. Que preconiza el estatismo y
condena la democracia representativa. Que emplea la frustración individual o
colectiva para exaltar y movilizar las masas a su favor. Que mantiene una obsesión en creer en los
complots y las amenazas de unos enemigos coligados que no están con la
revolución: empresarios, gremios, iglesia, universitarios, medios de
comunicación, ONG, etc. Que tiene una
fascinación por las armas y el militarismo.
Que busca el enfrentamiento permanente.
Que hace uso sistemático de la mentira.
Que invierte en su discurso la naturaleza real de las cosas, como
convertir las víctimas en victimarios; en ser el golpista y acusar al otro de
serlo.
Eco afirma que si un gobierno o un partido político
muestra algunas de esas características, puede ser reputado como fascista. El conflicto venezolano está en que en la
fulana robolución concurren todas y cada una de esas características. Ergo, son fascistas…
Humberto Seijas Pittaluga
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
Venezuela
hacheseijaspe@gmail.com
@seijaspitt
Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario