La
designación del nuevo Consejo Nacional Electoral ha demostrado cuán en Babia
vive un sector de la oposición. Es obvio que ese CNE surge de las discusiones
tras bastidores entre el gobierno y quienes el régimen considera sus
interlocutores válidos: los factores representados por Henrique Capriles y
Henri Falcón. Con Juan Guaidó el trato fue más lateral.
A la
sociedad civil no se le tomó en cuenta para nada. La Constitución y la Ley de
Procesos Electorales fueron ignoradas por completo. Los órganos del Poder
Electoral no se eligieron de acuerdo con los principios de independencia
orgánica, autonomía funcional, despartidización, imparcialidad y participación
ciudadana, establecidos en la CRBV. No rigió la norma –Art. 296- de acuerdo con
la cual el CNE debe estar integrado por cinco personas no vinculadas a
organizaciones con fines políticos; tres de ellos postulados por la sociedad
civil, uno por las facultades de ciencias jurídicas y políticas de las
universidades nacionales y uno por el Poder Ciudadano. Tampoco se cumplió con
el requisito exigido por el Art. 296, según el cual la Junta Nacional Electoral,
la Comisión de Registro Civil y Electoral y la Comisión de Participación
Política y Financiamiento serán presididas por un integrante propuesto por la
sociedad civil.
Esa
realidad es inocultable. Vivimos bajo un régimen de facto que desconoce y viola
la constitución discutida, redactada y aprobada en 1999, cuando tenía el
control total de la Asamblea Nacional Constituyente. A la carta magna surgida
de ese foro, Hugo Chávez la llamó la ‘mejor constitución del mundo’. La letra
de ese acuerdo de gobernabilidad se convirtió desde hace tiempo en un estorbo
para la continuidad del régimen. Nicolás Maduro se somete a ella solo en
apariencia. Acepta que se designe el Comité de Postulaciones contemplado en la
CRBV, pero bajo la condición de que la integración final del CNE se realice de
acuerdo con sus propios designios. La roja sí que es una democracia formal. De
utilería.
Frente a
este dato, la pregunta inevitable es: ¿la oposición puede modificar este marco
para lograr que el CNE esté conformado por personas imparciales y sea expresión
de la sociedad civil, de acuerdo con los postulados de las CRBV? Mi respuesta
es negativa. El cuadro global de debilidad en el que se encuentra la oposición
es de tal magnitud y la fortaleza relativa del régimen es tan grande, que el
CNE que ha surgido es el resultado de las concesiones que ha tenido que hacer
el régimen para tratar de congraciarse con el gobierno de Joe Biden y con la
Unión Europea, que lo acosan desde distintos flancos, sin darle tregua.
El CNE
surgido de la Asamblea Nacional no es el resultado de de la claudicación de la
oposición, sino de una concesión que tuvo que hacer el gobierno de Nicolás
Maduro para reiniciar el diálogo con los miembros de la comunidad internacional
que le exigen restablecer el marco democrático en Venezuela. En medio de la
fragilidad de una oposición dividida y confusa como la que tenemos, el régimen
accedió integrar un CNE que no le desagrada a esos factores de poder y lo
reconcilia en parte con esa comunidad que lo ha aislado y execrado.
Entonces,
quien concedió no fue la oposición, como señalan algunos núcleos radicalizados
opuestos al gobierno. No es que los factores democráticos fortalecidos, en un
momento de debilidad cometieron un desliz que los llevo a rendirse frente a un
adversario inerme y derrotado. Es todo lo contrario: en uno de los momentos de mayor
impotencia y fragmentación de los últimos veintidós años, una fracción
opositora, la menos apegada a dogmas y principios abstractos, logró sellar un
acuerdo con el régimen que abre la posibilidad de explorar el camino electoral
con el visto bueno de miembros de países amigos.
A pesar de
todos los obstáculos existentes, la participación en las elecciones con las
mejores condiciones posibles que la presión interna e internacional permitan,
es el único camino que los demócratas venezolanos podemos transitar. Las demás
rutas están canceladas. Se encuentra fuera de nuestro alcance que los partidos
políticos pasen a la clandestinidad, como cuando Pérez Jiménez; o que promuevan
la formación de grupos paramilitares, como en Nicaragua o en la Venezuela de
los años sesenta; o que impulsen huelgas insurrecciónales, como el paro
petrolero; o grandes estallidos sociales, como el ‘Caracazo’; o invasiones
extranjeras. Estas alternativas sólo existen en la imaginación de unos cuantos
ilusos.
El camino
más realista consiste en admitir nuestras debilidades y las del adversario;
reconocer que recuperar el voto como instrumento de lucha y la organización
para participar en elecciones tomará tiempo y esfuerzo. Hay que superar la
etapa de la denuncia, el testimonio y la constatación, para comenzar a
estructurar –a partir de nuestra anemia- una alternativa basada en reformas y
en la transformación del inmenso rechazo a Maduro en una fuerza de cambio.
Trino Márquez
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Venezuela
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