Yo sabía que este momento iba a llegar. Pero no había forma de haber estado preparada para recibir la noticia. Cuando abrí mi Whatsapp y empecé a leer la nota que me había enviado su hija Laura, mi corazón empezó a latir precipitadamente: en efecto, avisaba a la familia y amigos cercanos que su mamá, Luisa Teresa Lanz de León, había fallecido durante la noche. La tristeza me invadió.
Más que un icono, Luisa Teresa fue un monstruo sagrado de la educación en el estado Aragua. Maestra de varias generaciones de aragüeños, dejó su impronta de excelsa educadora, mujer culta y, sobre todo, de una verticalidad y decencia como pocas. Siempre fue consecuente con su manera de pensar y actuar. Directora del mejor liceo de Maracay por muchos años, el Agustín Codazzi, lo dejó para fundar su propio colegio, el Instituto de Educación Integral. Allí la conocí cuando fui a buscar cupo para mis hijas. Ambas teníamos en común tres hijas y una de ellas, una niña especial. Ambas compartíamos pasión por la educación, siempre buscando nuevos caminos que explorar y abrir. Eso nos unió para siempre.
En su colegio, mi hija Tuti fue la niña más feliz de todos. Gracias a la profesora Lanz todas las puertas se abrieron para ella. Hubo una planificación diseñada especialmente por ella para recibirla y acompañarla durante toda su escolaridad. Una joven especial pudo graduarse de bachiller por toda la ayuda, el empeño y la dedicación de todos cuantos laboraban allí. Eso también permeó a sus compañeros, incluso a los que cursaban otros grados: ellos son hoy mejores adultos porque tuvieron la oportunidad de ver cómo se sobrelleva una dificultad día tras día.
Luisa Teresa, a sus 93 años, jamás dejó de ir al colegio. Incluso hospitalizada por el covid que se la llevó, le dijo a su hija Laura: “Este año ya no podré volver al colegio, pero para el año que viene vamos a hacer tal, y tal, y tales cosas”. Educadora hasta su último suspiro, ha debido irse con el alma en vilo de ver el desastroso estado de la educación en Venezuela. Cuando ella fue directora del Codazzi, llevó la educación pública a niveles de altura jamás vistos. En el IEI siguió sus propias huellas, porque impartió educación, ciertamente, pero también sembró valores, ciudadanía, patria.
A pesar de su baja estatura, la profesora Lanz era imponente. Su presencia se notaba cuando entraba a cualquier parte. Era seria, parca, sobria, pero también podía ser tierna, cariñosa y divertida. Una mater familias excepcional, arropó no solo a su marido, sus hijas, sus yernos y nietos, sino a sus hermanos y sobrinos, y, además, a personas como yo que pasamos de ser amigas a ser parte de ese gran grupo familiar.
Carolina Jaimes Branger
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Venezuela
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