jueves, 27 de abril de 2017

DARÍO ACEVEDO CARMONA, VENEZUELA RENACE

DESDE COLOMBIA

El pueblo venezolano ha elevado su apuesta contra el dictador Maduro a su máximo límite. Cuando las gentes salen a las calles a encarar la fuerza bruta de la represión están indicando que llegó el momento del esfuerzo supremo.

De otro lado, la historia política nos demuestra que cuando un gobierno dictatorial apela a la brutalidad, al asesinato de los manifestantes inermes, al encarcelamiento de los líderes, a maniobras dilatorias, es porque ve inminente su caída. Es la señal del desespero, de la turbación mental del no saber qué hacer ni para dónde salir.

El régimen dictatorial de Maduro y el experimento chavista han llegado, también, al tope de su ineptitud. Sus líderes se apropiaron de la bonanza petrolera no para mejorar el nivel de vida de la población sino para beneficio propio. Las mafias y la corrupción sin límite de la mano de un sistema anulador de la iniciativa privada y de una retórica populista, todo un mar de babas, arruinaron a uno de los países más ricos del mundo.

Es una historia triste que se hace más lamentable porque se repite y se insiste en replicarla por doquier  aunque solo destrozos tiene en su haber. Es el modelo del empobrecimiento de las mayorías, es la destrucción de la democracia, de la separación de poderes, es la anulación de las libertades individuales, es la cooptación de los poderes públicos por una gavilla de malandros, de seres sin escrúpulos, ordinarios, groseros, es la eliminación del empresariado, de la iniciativa privada.

El desastre de su país fue adobado con la ideologización de la fuerza pública y la adopción de banderas partidistas como insignias nacionales. El chavismo, Chávez y Maduro y Diosdado y El Aisami, y los Castro y la “inteligencia” cubana y su gobierno parásito, y una mano de ingenuos y de idiotas útiles y de oportunistas que llegaron para llenar sus billeteras y cuentas bancarias, destrozaron el país más promisorio de Latinoamérica.

La lección es clara y contundente: pueblo que se deja embelesar por el discurso del socialismo bolivariano del siglo XXI y se deja seducir por paraísos terrenales es pueblo aptos para experimentar sufrimientos y carencias impensables.

La mayoría de los venezolanos no creyeron en principio que iban camino al desastre. Muchos se alegraron con el supuesto cambio prometido por unos monigotes del modelo castrista que es el modelo de la ruina.

La lección es dura: cuando ese tipo de fuerzas políticas asume el poder no hay forma de que lo suelten o de que respeten la alternancia. El gobierno policíaco de Cuba lleva 58 años en el mando, sus epígonos en Ecuador, Bolivia y Nicaragua hacen trizas sus constituciones para eternizarse.

En Colombia, un presidente impopular y cuestionado adelantó una política entreguista con una guerrilla que bañó en sangre a la sociedad y que busca, en palabras de uno de sus jefes, hacer en Colombia lo mismo que hizo el chavismo en Venezuela. Lo grave es que tienen quienes les ayude, empezando por los Samper y los liberales de mediopelo e insulsos como los Barreras, los Benedetti y los Lizcano y escritores y columnistas dispuestos a apoyar el triunfo del modelito fracasado con tal de que Uribe “no se salga con la suya”.

Para ciegos sobran especímenes como los citados, aunque al parecer también perdieron el olfato pues es como si no percibieran la fetidez que expele la dictadura chavista.

Ojalá los colombianos tengamos la entereza de resistir las tentaciones de la retórica del socialismo bolivariano mirando lo que está sucediendo en la atribulada hermana república.

La evidencia es contundente: no es nada fácil tumbar una dictadura. Es prácticamente imposible vencerlos por vía electoral porque apelan al fraude como en las recientes del Ecuador.

Con tal de que las fuerzas opositoras a la dictadura madurista, unidas al fin en este envión definitivo, sean sordas a los cantos de sirena de quienes hacen llamados a inútiles diálogos.

Lo que está próximo a suceder puede significar el recomienzo de las libertades, de la democracia, de la vida republicana y el entierro del populismo más ordinario de los últimos tiempos. Ojalá las izquierdas menos propensas a la idealización revolucionaria entiendan que deben romper de una vez por todas con el embeleco castrochavista. Hay ejemplos de ello en Chile, en Uruguay. Ahí está el del secretario de la OEA, Luis Almagro.

CODA: Resulta increíble y grotesca la salida oportunista de Juan Manuel Santos al pretender tomar distancia de sus “mejores amiguis” tardíamente y afirmando que él ha respetado la separación de poderes y la voluntad popular. ¿Será que guarda silencio ante la amenaza de Maduro de cantar los secretos de la negociación en La Habana?


Ruben Dario Acevedo Carmona
rdaceved@unal.edu.co
@darioacevedoc
Colombia

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