A Ronald Coase, genial economista, Dios le concedió la gracia de vivir 102 años, para que pudiese recibir los reconocimientos que al principio se le negaron. Como el Nobel, en 1991, que tuvo a sus 81 primaveras, por un brillante concepto de empresa, que desarrolló en los años ’30, y publicó en 1937: “Una teoría de la firma”.
Como
buen inglés, Coase tenía sentido práctico, y sentido del humor. Para escribir
sobre la empresa, fue a visitar toda clase de fábricas y negocios. Los
economistas no suelen hacer eso, y él les hizo un chiste: “Cuando un economista
quiere escribir sobre caballos, es probable que en vez de ir al campo a ver
caballos, se siente en su cubículo universitario y piense: ‘¿qué haría yo si
fuese un caballo?’”
Coase
es uno de los más lúcidos defensores del libre mercado. Su famoso “Teorema de
Coase” dice que algunos problemas, como los de contaminación ambiental, pueden
resolverse sin la intromisión del Estado, por negociaciones entre las partes
involucradas, si no hay altos costos de transacción, y si los derechos de
propiedad están bien definidos y especificados.
Sin
embargo, su estudio juvenil sobre “la naturaleza de la empresa” les cayó pésimo
a sus colegas libremercadistas, en principio. Afirmó que el sistema de mercados
libres para que las empresas se hagan competencia abierta entre ellas es
maravilloso, y el estatismo desastroso, pero “dentro” de cada empresa individual,
no hay libre mercado, sino todo lo contrario: hay cadenas de mando, en un orden
jerárquico.
“Las
empresas son islas de planificación central en medio del océano del mercado”,
escribió, refraseando al economista D. H. Robertson. Y dio las razones: así las
empresas ahorran los “costos de transacción”, evitan buscar y negociar
constantemente con los factores de la producción.
Deberían
entender esto los buenos lectores de la “Investigación sobre la naturaleza y
causa de la riqueza de las naciones” de Adam Smith, Libro I Capítulo I, sobre
“división del trabajo”, y el famoso ejemplo de la fábrica de alfileres. Y todo
buen conocedor de las “economías de escala” debería saber las ventajas de las
firmas grandes, fruto de la “racionalidad capitalista” según Max Weber; y ver
que la micro y pequeña empresa suele padecer “deseconomías de escala”, que
mucho nos cuestan a todos.
En
América latina tenemos cientos de leyes malas contra las grandes empresas:
toneladas de regulaciones e impuestos como cañonazos, las debilitan y
destruyen, e impiden crecer a los negocios pequeños. Ningún país se ha hecho
grande con puras micro-empresas y empresas familiares, que son un desahogo para
la economía individual de muchos, pero antieconómicas desde el punto de vista
de la Economía Política. Mao también quería “un horno de fundición en cada
hogar campesino”; y fracasó.
Los
gobiernos socialistas dan “apoyo a la pequeña empresa”, consigna que refuerzan
los libros de autoayuda y “emprendedurismo”: “¡Gana tu independencia con tu
empresa propia, y sé tu propio jefe!” Es un engaño populista, como el de la
“casa propia”, o la esclavitud hipotecaria. No obstante, muchos economistas,
incluso sedicentes “libertarios”, corean el “discurso PYME”. Y no casualmente,
son los mismos que se niegan a hacer partidos políticos.
¿Y
por qué tanta gente se ilusiona con su “propia PYME”? Porque hay tres elementos
clave en toda empresa grande, mismos que encontramos en un partido político, y
en cualquier organización de cierto tamaño, que hoy en día a la gente le
repelen: encuadramiento, rango y disciplina.
(1)
Cuando Ud. ingresa en una empresa grande, Ud. va a pertenecer a un departamento
o sección: producción, ventas, administración, contabilidad o el que sea, al
cual Ud. va a estar adscrito. Ese es encuadramiento. (2) En su sección Ud. será
el Gerente, o el Subgerente, o será empleado raso. Eso es rango: Ud. tendrá un
nivel dado en la cadena de mando, tendrá superiores y posiblemente subalternos.
(3) Y Ud. tendrá que cumplir ciertos objetivos y metas, según sus funciones; y
probablemente cumplir horario, reportar con frecuencia, evaluar y ser evaluado…
Eso es disciplina.
La
cadena de mandos no es exclusiva de las grandes corporaciones, los militares y
la policía; la hay también en la Iglesia Católica romana y en las Iglesias
Protestantes históricas; que son instituciones ahora en declive, porque el
orden jerárquico racional choca y repugna profundamente al individualismo
anárquico, emocional y subjetivista, hoy predominante en la cultura.
Este
espíritu revoltoso, ¿de dónde salió? Pues de una filosofía venenosa: el
existencialismo de Kierkegaard, Heidegger, Sartre y la Beauvoir, cuyos enormes
daños para el curso presente de la humanidad todavía no se han terminado de
evaluar.
“¡Sube
tu autoestima! ¡Desarrolla tu potencial de liderazgo!” dicen miles de libros
que se editan cada año. Es increíble pero este evangelio existencialista
práctico se vende en librerías “cristianas”. ¿Qué resulta? Que cada quien
quiere ser “líder”, y tenemos el síndrome “mucho cacique y poco indio”, como
bien dice el chiste popular.
Otro
Evangelio aconseja justo al revés: “Aprended de Mí que soy manso y de corazón
humilde, y hallaréis descanso para vuestras almas”, el de Mateo, 11:29. Por
esto Friedrich Nietzsche y Adolf Hitler pensaron que el cristianismo es una
“religión de esclavos”; y predicaron todo lo contrario a mansedumbre y
humildad: orgullo y altivez. ¿Qué resultó? La II Guerra Mundial, una
carnicería.
¿Sabes
cómo se hicieron grandes los países grandes? Entre otros factores, por sus
grandes empresas, casi todas fundadas en el XIX, el siglo del capitalismo.
Consulta Wikipedia en inglés: Companies established in the 19th Century.
Empresas que nacieron pequeñas, y se hicieron grandes.
¿Y
cómo crecieron? En un entorno de mercados libres, pero con la fórmula
“Encuadramiento, Rango y Disciplina” en su estructura interna. Detalle de
importancia: la mayoría de sus propietarios, gerentes, técnicos, empleados y
obreros, eran cristianos, de los de antes, no de los que predican el orgullo y
la altivez, sino lo opuesto. ¿Me explico? ¡Hasta la próxima si Dios quiere!
Alberto Mansueti
alberman02@hotmail.com
@alberman02
Bolivia
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