NADA SUCEDERÁ POR ARTE DE MAGIA
DESDE ARGENTINA
Un
sector de la comunidad cree con convicción, que las soluciones vendrán cuando
muchos depositen una inmensa voluntad para que todo lo bueno ocurra. Es una
actitud meramente emocional, muy infantil y bastante poco racional, ausente de
ese mismo pragmatismo que tantas veces endiosan.
Nada
grandioso ocurrirá por arte de magia. Las cosas positivas solo suceden cuando
se trabaja a conciencia para conseguirlas, luego de una secuencia plagada de
decisiones correctas e inteligentemente instrumentadas.
No
se debería dudar de los sanos propósitos de esos ciudadanos que aspiran a un
mejor porvenir. Pero no menos cierto es que eso no es suficiente y que aquel
refrán popular que dice que “el camino al infierno está empedrado de buenas
intenciones” sigue describiendo la realidad.
Una
discutible lógica binaria empuja a la sociedad a suponer que las alternativas
solo pasan por criticar todo o aplaudir ciegamente. Emulan la dinámica de
oficialismo y oposición de la política tradicional, sin comprender que el rol
ciudadano es otro bastante distinto.
Reprobar
sistemáticamente la totalidad de lo que hace un gobierno no parece conducente,
pero mucho menos lo es ser condescendiente con los errores haciéndose los
distraídos solo por ese miedo de retornar al pasado
La
idea de que la crítica es patrimonio exclusivo de los detractores seriales es
completamente falaz. Esa postura simplista ignora deliberadamente la chance de
apelar a las alertas oportunas que permiten hacer las correcciones necesarias
que todo proceso político precisa.
Una
eficiente forma de colaborar es señalar lo incorrecto, hacerlo a tiempo y con
la vehemencia necesaria. No se puede ayudar a quien no se cuestiona cuando
comete errores. Hacer la vista gorda no solo es una mala opción, sino que es
absolutamente contraproducente para la vida en comunidad.
Ese
mal hábito que minimiza los síntomas de la enfermedad y hasta los oculta, no
valora la utilidad que tiene disponer de los avisos que habilitan las oportunas
determinaciones que cada circunstancia amerita.
Los
gobiernos no están conformados por niños a los que hay que consentir para
cuidar su autoestima. Esos políticos, son personas adultas, que aspiraron a
tener ese lugar cuando se postularon para ocupar cargos. Fueron seleccionados
para resolver problemas y no para recibir aplausos.
Claro
que hay gente que utiliza los cuestionamientos con un fin político mezquino. Es
parte del juego. Ellos usarán cada error para sacar provecho y mostrarse como
una opción para suceder al que está gobernando.
La
visión disparatada consiste en suponer que los inconvenientes desaparecerán si
se mira para otro lado. En realidad, si no se actúa a tiempo la idealizada
tolerancia se puede convertir en complicidad.
Definitivamente
las opciones no son solo las más obvias. Ni el que critica siempre lastima, ni
el que alaba siempre ayuda. Indudablemente, el peor de los caminos es advertir
la equivocación y omitir los cuestionamientos. No solo es una postura cínica
sino que es altamente perjudicial para todos.
Identificar
un problema debe ser una virtud, porque permite accionar en la dirección
adecuada, con la antelación suficiente, sorteando esas complicaciones que
efectivamente pueden ser evitadas. Poco sentido tiene esperar a que todo sea
luego mucho más difícil de resolver.
Una
apreciación adversa sobre la realidad es como una señal. Su tarea es avisar que
algo está mal, que no funciona como debe. Si se registra la presencia de esta
amenaza con la debida seriedad y no se prefiere ignorarla solo porque es
negativa, una modificación del rumbo puede encaminar todo.
Claro
que el interlocutor que emite el juicio es un actor principal. Algunos se
descalifican por si mismos por su conocida intencionalidad, pero siempre es
saludable chequear la totalidad de las observaciones. Es menester testear todas
ellas para eventualmente aceptarlas o descartarlas según sea el caso.
Los
gobernantes deben ser menos hipersensibles a los cuestionamientos. No ocupan
sus puestos para ser objeto del elogio cívico. No es ese su destino y la
sociedad no tiene el deber de aclamarlos por sus exitosas intervenciones.
Una
sociedad condescendiente solo estimula políticas erróneas, alimenta la
infaltable arrogancia de los funcionarios de turno y posterga su propia
prosperidad. Definitivamente, hacerlo es una decisión muy costosa.
Muchos
repetirán aquel lugar común que sostiene que “los extremos siempre son malos”,
intentando encontrar un falso punto medio. Son los que reclaman esa falsa
objetividad de aplaudir los aciertos con la misma intensidad que se plantean
los enojos frente a los yerros.
La
misión de un gobierno es garantizar a los ciudadanos el pleno ejercicio de sus
derechos. Ovacionar funcionarios no es un deber cívico. Cuando los que
gobiernan se limitan a su tarea, son las personas las que se encargan de su
propia felicidad.
Los
respaldos políticos se plasman en las urnas en un contexto donde los partidos
ofrecen propuestas de futuro. Una gestión aceptable, probablemente reciba
acompañamiento para continuar su tarea, pero a veces los ciclos inexorablemente
concluyen a pesar de sus logros.
La
gente no tiene la obligación de continuar con un color político o reemplazarlo.
No todo es tan lineal. Una elección es solo optar entre alternativas. Eso no
convierte a unos en buenos y a otros en malos. Es la percepción subjetiva la
que finalmente inclina la balanza hacia la mejor posibilidad disponible de cara
al futuro en función de las variantes ofrecidas.
El
día que la ciudadanía pierde su capacidad de criticar inicia un perverso
circuito de deterioro institucional. Las equivocaciones se naturalizan y todo
termina funcionando deficientemente. Los cheques en blanco siempre culminan mal
pero todo empieza con el nocivo ritual de la complacencia.
Alberto Medina Méndez
albertomedinamendez@gmail.com
@amedinamendez
Argentina
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