LA CRISIS ES EL ORIGEN DEL CAMBIO
La semana
pasada hicimos referencia a los extraños ritos fúnebres practicados por un
sector de la sociedad venezolana, que poco a poco van cambiando el modelo civilizatorio y, en
consecuencia, los paradigmas sociales que se enraizaron en el Nuevo Mundo;
tales como la libertad individual, el Estado de Derecho, la separación de
poderes, la tolerancia y el respeto a los derechos humanos.
Muy cruda la narración, según algunas manifestaciones. Y
sí, lo fue, pero no se trata de edulcorar la realidad para no herir
sentimientos primorosos, porque esos cambios civilizatorios no solo se observan
en Venezuela sino en la región, y hasta en la antigua Europa; cada uno en su particularidad,
pero con denominadores comunes, como es el rechazo a los tradicionales
conceptos societarios, culturales, valorativos, que le dieron consistencia a
Occidente, a la llamada civilización greco-judeocristiana.
Exagerada, no. El domingo pasado saltó la noticia sobre el
asesinato de dos funcionarios policiales cometidos por una banda de niños en
edades comprendidas entre 10 y 15 años. A pesar del horror que se vive, donde
la sorpresa sucumbe ante la cotidianidad, esa noticia fue demasiado; no se trató
de los niños soldados de la Farcs o los utilizados por los terroristas
islámicos para hacer explotar sus bombas, sino de niños surgidos del seno de un
régimen de origen castromilitar, continuado en organización criminal
internacional que, de alguna manera, impuso su modelo a la región.
Una de las causas de la pérdida de confianza en el sistema
democrático, es la percepción de no dar más, de no acompañar los procesos de
evolución; que se ha enquistado en lo meramente electoral, en alcanzar el poder
para beneficio del grupo del cual se proviene. El poder por el poder mismo, por
lo que representa, por la vanidad personal. Y allí se inicia la decadencia, por
el dejar hacer, por el dejar pasar. Líderes sin sentido de trascendencia,
mimetizados en la indiferencia del entorno. La rutina del poder inconsistente,
volatizado en la inmediatez, carentes de programas generales que le den
continuidad a la nación, a la luz de los nuevos tiempos; por ello, ante la
orfandad popular, renace el caudillismo. Se deja de entender el sentido de la
separación, equilibrio e independencia de los poderes públicos, acompañado en
un accionar por controlarlos, neutralizarlos. Se pierde el alcance del por qué
y para qué de la acción política, y se tiende de una manera consecuencial hacia
la tiranía del partido, de la nomenclatura o del caudillo.
Observamos tales componentes dramáticos tanto en la culta y
milenaria Europa como en nuestra región. España es un ejemplo, un PP y un
histórico PSOE diluido en la flacidez espiritual que hizo parir un Podemos.
Venezuela, capturada por un caudillo que dejó de herencia una banda de
criminales en el poder, y una oposición partidista y empresarial que ha optado
por la convivencia, antes que la resistencia.
Las crisis no son en sí mismas negativas, son cambios, que
pueden convertirse en positivos si se tiene la voluntad, el desprendimiento y
la sabiduría para guiarlos.
Juan Jose Monsant Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
Internacionalista
Miranda - Venezuela
No hay comentarios:
Publicar un comentario