En la “Cumbre para el
Desarrollo Sostenible”, setiembre de 2015, los burócratas socialistas de la ONU
aprobaron la “Agenda 2030”: una larga lista de 17 Objetivos a 15 años plazo,
que puedes ver en Internet. Son 17 aspiraciones fantasiosas e irrealizables, ni
en 15 años ni en 150, todas típicas de la izquierda posmodernista.
Como deseos son
inalcanzables, al menos por los medios estatistas que la ONU promueve; pero hay
que leer esa lista como la mal disimulada Agenda del Gobierno Mundial, que
apenas disfraza sus reales y verdaderos objetivos: más funciones, más poder y
más dinero para la inmensa burocracia globalista, muy ligada a los más
prominentes políticos y burócratas estatistas en cada país.
¿17 no son demasiados? Es que son muy repetitivos con ciertas palabras, como un mantra. Especialmente adjetivos como “sostenible”, “inclusivo”, y “equitativo”, que pegan al sustantivo “desarrollo”. El documento entero es un ejemplo muy claro de “Neo-lengua”, una herramienta de dominio al servicio del poder político mundial, anticipada por George Orwell en su novela “1984”.
En la Neo-lengua de
la ONU, esos adjetivo equivalen a “desarrollo socialista”: no lo dicen así,
pero expresan la ilusión de lograr desarrollo con la planificación
centralizada, dirigida y operada por y desde el Estado, común en casi todos los
países, a través de leyes-ordenanzas abusivas, moneda inflacionaria, y altos
impuestos para alimentar una burocracia parasitaria y opresiva. Veamos.
El No. 1 es:
“Erradicar la pobreza”. ¡Muy bien! Hubiera bastado con este enunciado, si
seguidamente la ONU hubiese apuntado a la legalización del capitalismo en su
forma liberal (opuesta al mercantilismo), única vía para reducir la pobreza y
alcanzar el desarrollo, como muestra la historia de los países ricos, que se
fueron desarrollando desde hace unos 200 o 300 años, hasta que les llegó el
socialismo.
Pero el No. 2 alude a
la “seguridad alimentaria”, que la ONU liga a la “soberanía alimentaria”: que
cada país produzca sus alimentos; la idea totalmente contraria al libre
comercio y a la división internacional del trabajo, que es clave en el logro
del “bienestar para todos” mencionado en el No. 3.
El No. 12 vuelve al
tema: “Garantizar las pautas de consumo y de producción sostenibles”, ¿cuáles
“pautas”? Las socialistas, dictadas a los Gobiernos del mundo por las Agencias
de la ONU, una sigla para cada aspecto de la vida (trabajo, agricultura,
industria, economía y banca, educación, salud, y un largo etcétera), en forma
de aparentemente inofensivos y benéficos “convenios internacionales” que
suscriben “nuestros representantes” en Washington, Nueva York, París, Ginebra o
Roma.
El No. 4 encomia la
educación, pero ni una palabra acerca de la educación privada y en libertad de
enseñar y aprender, siendo que el Estado es un tremendo fracaso como maestro y
educador. El No. 5 quiere “la igualdad entre los géneros y empoderar a todas
las mujeres y niñas”, olvidando que sólo el capitalismo liberal da a la familia
un poder adquisitivo que abre más opciones para la mujer.
Los Nos. 6 y 7 tratan
del agua y la energía, pero no dicen que la propiedad privada, los contratos y
demás instrumentos propios de los mercados abiertos aseguran una eficaz gestión
de los recursos naturales, como los mares y ecosistemas terrestres tratados en
los puntos 14 y 15. El No. 13 refiere al “cambio climático”, teoría muy
cuestionada por los científicos serios, pero que sin embargo la ONU esgrime
como un “cuco” para espantar a la gente y dar más poderes al Gobierno mundial.
El No. 8 habla de
crecimiento económico y empleo, pero no de la libertad de trabajo sino de
“trabajo decente”, o sea trabajo a reglamento según las ordenanzas de la OIT,
encareciendo artificialmente el empleo y así generando desempleo.
El No. 9 es una
perla. Quiere “promover la industrialización”; pero la sustitución de
importaciones cerró con candado las economías latinoamericanas en los años ‘70,
y sólo promovió la pobreza. Quiere “fomentar la innovación”; pero las empresas
en libertad son las que introducen innovaciones. Y quiere infraestructuras
“resilientes”, palabra tomada de las ciencias duras: la capacidad de un sistema
para soportar perturbaciones sin arruinarse, volviendo a su estado original una
vez pasada la perturbación. Sin embargo, esa capacidad la tienen precisamente
los mercados cuando se les deja en libertad, a través de las leyes de la oferta
y demanda, ¡que la ONU sataniza!
El No. 10 pretende
“Reducir las desigualdades entre países y dentro de ellos”. Pero se olvida que
las desigualdades son inevitables, y lo que se puede evitar es la pobreza
extrema de la inmensa mayoría de la población, como fue en Rusia bajo Stalin y
es aún en Cuba bajo los Castro. ¿Y cómo se reduce la pobreza? Creando riqueza,
como en el siglo XIX, bajo el sistema del liberalismo clásico: Gobiernos
limitados, mercados libres y amplio respeto a la propiedad privada.
El No. 11 aspira a
mejorar “las ciudades y los asentamientos humanos”, pero no menciona la fuente
del caos urbano que hoy afecta a tantas ciudades en Latinoamérica y el mundo:
el estatismo, absorbiendo el Estado funciones que no son propias suyas, como
salud y educación, y descuidando las que sí lo son: seguridad y policía, cortes
de justicia, y obras públicas de infraestructura física. Por cierto que del
“acceso a la justicia” habla el No. 16, que quiere “crear instituciones
eficaces, responsables” (no dice si públicas o privadas), pero sin mencionar al
estatismo, responsable de matar instituciones públicas sembrando ineficiencia,
corrupción, clientelismo, politización y partidismo.
El último punto, No.
17, dice: “Fortalecer los medios de ejecución y reavivar la alianza mundial
para el desarrollo sostenible”. ¿Qué “alianza” es esa? ¡El Gobierno Único
Mundial!
Alberto Mansueti
alberman02@hotmail.com
@alberman02
Bolivia
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