La “cumbre” del G-20 que convoca a los principales
líderes políticos (aclaramos lo de políticos porque hay muchos otros tipos de
líderes que no son de esta clase) y que se realiza en la República Argentina
concentra la atención de los medios de todo el mundo. En muchos casos por
admiración y en otros por rechazo a este tipo de conclaves.
No voy a explicar aquí que es el G-20, ni cuáles son
sus fines declarados, porque dicha información abunda en todos los medios de
comunicación, sean nacionales o internacionales. Sino que voy a abordar mi
propia impresión de este tipo de invitaciones.
La verdadera importancia de estas convocatorias entre
jefes de estado (y por la cual creo que hay que prestarles mucha atención)
reside en el hecho de que estas personas son las que manejan el fruto del
trabajo de millones de otras que son las que verdaderamente producen la riqueza
que los gobiernos redirigen hacia otros sectores, o que directamente consumen
por sí mismos. Lo que decidan -por muy diversa que sea su agenda- tendrá
siempre uno u otro efecto, o ambos.
La suerte de los destinos económicos mundiales está en
sus manos, porque poseen la fuerza legal para captar sus recursos sin que nada
(o muy poco) podamos hacer para evitarlo.
La presencia física de los jefes de estado de las
diversas naciones que lo componen es -a mi juicio- un dato irrelevante que
sirve no más que para atraer la atención e impresionar a las personas del llano
alejadas de los entornos políticos. Digo esto, porque en la era que vivimos
donde la informática y las telecomunicaciones tiene un desarrollo tal que no
hace falta como antaño la reunión física de personas para trabajar o concretar
negocios, los que hoy en día pueden realizarse sin mayor esfuerzo ni necesidad
de desplazarse de un lugar a otro a través de internet y las demás formas de
ciber-comunicación, tornan -de alguna manera- superfluos los múltiples
desplazamientos geográficos que antaño resultaban necesarios.
De hecho, las economías de los países intervinientes
no estarán ni más ni menos controladas por la circunstancia de que los jefes de
estado se reúnan en un salón físico o no lo hagan. Los mismos efectos se
acusarían si la “cumbre” se celebrara por teleconferencia o similares. Lo
relevante son las resoluciones que estos políticos toman y no los medios (presenciales
o a distancia) en que lo hagan. Es indistinto se están realmente próximos o
distantes, en tanto existen formas de comunicación simultáneas y perfectamente
sincronizadas. Pero no es en estos plenarios (donde todos se muestran juntos
para las fotos) donde se toman las determinaciones relevantes que afectan a la
economía mundial, sino que es mediante los acuerdos internacionales previos que
tampoco requieren la presencia corporal de los contratantes por las mismas
razones dadas antes y que normalmente se firman a través de representantes
diplomáticos con mandatos suficiente, lo que pocas veces justifica el
desplazamiento de los "líderes" máximos del mundo político.
Pero, por otro lado, los acuerdos comerciales que
pretendieran efectuarse en esas "cumbres" ya vienen condicionados por
tratados internacionales previos, a los que hay que agregarles el cúmulo de sus
legislaciones internas propias de cada país miembro, que determinan y reducen a
un punto muy menor el margen de maniobrabilidad que tengan los actuales jefes
de estado como para permitirles incorporar grandes innovaciones, que luego
podrían llegar a correr el albur de no poder imponer, total o parcialmente,
modificando sus respectivas legislaciones internas.
Estas circunstancias le quitan mucha de toda esa
espectacularidad con la que las personas comunes (y la prensa en general) suele
rodear estas "cumbres" mundiales. Lo que queda después es,
esencialmente, escenografía pura.
Esto no minimiza -no obstante- el enorme poder que
tienen tales personajes sobre nuestras economías domésticas. Las que aun
contando con las limitaciones señaladas pueden manejar casi a su antojo.
Lo trascendente -con independencia de la forma y el
lugar donde se lo haga- es que estas personas son las que -en definitiva-
decretan como se gastarán las producciones que millones de otras personas, que
no pueden y ni siquiera desearían participar de estas “cumbres", han
elaborado mediante su propio esfuerzo.
Es que parece que el mundo se ha acostumbrado a que
los grandes desafíos empresariales no los tomen ya los empresarios sino los
políticos. Esto se ve como algo normal y aceptable a los ojos de la gran
mayoría de las personas. Y, desde mi propio punto de vista, me parece altamente
preocupante. Se considera como "normal" que lo privado sea manejado
por lo público o -más precisamente- por lo estatal, y que soluciones que, en
una economía sana, serían tomadas por consumidores y proveedores (léase
empresarios, comerciantes, etc.) lo sean por el estado-nación o cualesquiera que
fueren sus representantes de turno. Es -ni más ni menos- la sustitución del
mercado libre por el más puro estatismo. Y esto se refleja en ocasiones como
las que ahora ocupan estos comentarios.
Pero, como decimos, es lo expuesto lo que nuestras
sociedades actuales aceptan. Los que se oponen a estas “cumbres" no lo
hacen por los motivos que estamos esgrimiendo, sino alentados por imponer
-también desde el gobierno- una orientación ideológica diferente (sea
denominada de izquierda, de derecha o de centro) pero siempre teniendo al
gobierno como protagonista y agente activo, es decir, con exclusión del
individuo y de la iniciativa privada en sí misma.
Lo positivo de todo el asunto puede resultar de
efectos colaterales que la publicidad de estos encuentros puede generar.
Algunos empresarios privados, hipotéticamente, ajenos por completo a los
vínculos con el poder, pero fácilmente dependientes emocionalmente de la
publicidad que los medios le otorguen a aquel, podrían ser influenciados por la
difusión que se les dan a estos actos burocráticos, y los decida a invertir en
los países anfitriones. Esto podría ser un rasgo positivo y no querido (o sí)
por parte de los jefes mundiales al autoconvocarse de esta manera, cuando, el
verdadero propósito -podemos sospechar- es el de qué manera beneficiar a las
empresas dependientes o vinculadas al gobierno miembro participante.
Con todo, el
efecto psicológico que tienen estos sucesos políticos para la población en
general resulta verdaderamente impactante, por la corriente actitud de
genuflexión ante el poder que inspiran las imágenes de autoridad que dan los
gobernantes.
Gabriel S. Boragina
gabriel.boragina@gmail.com
@GBoragina
No hay comentarios:
Publicar un comentario