jueves, 6 de diciembre de 2018

LUIS F. JARAMILLO R., DE CÓMO ESTIMULAN LA ABSTENCIÓN LOS PROMOTORES DEL VOTO


Las elecciones municipales, a celebrarse el próximo 9 de diciembre, como todas las que han tenido lugar en Venezuela después de las parlamentarias del 6 de diciembre de 2015, se prospectan bajo la sombra del fantasma de la abstención.


La abstención electoral consiste en la no participación en las votaciones de los electores asistidos con el derecho de hacerlo, la cual se convierte en un fenómeno político cuando se trata de una reacción masiva del electorado. No es un hecho sino más bien un acto -porque interviene la voluntad humana- de no hacer que tiene consecuencias jurídicas, por tanto  exigible imperativamente y su incumplimiento penalizado, cuando es consagrado como una obligación del ciudadano, pero que no acarrea consecuencias jurídicas, porque se configura como un deber cívico o moral, en aquellos ordenamientos legales, como el nuestro, en el cual, conforme se dispone en el artículo 63 de la Constitución, el sufragio es consagrado como un derecho del ciudadano.

En los estudios que se han realizado sobre el tema se habla de una abstención técnica o forzosa, en la cual el elector no ejerce su derechos al voto por razones extrañas a su voluntad debido a defectos en el registro electoral, a enfermedad o incapacidad física, a motivos de viaje, etc; de unaabstención pasiva o sociológica que es motivada por la falta de interés en los asuntos públicos en general que acusan ciertos sectores de la población y de una abstención activa o ideológica que es aquella que se  produce como un acto, consciente o deliberado del elector, de rechazo a la legitimidad del régimen político, de los sistemas electorales o aun de los propios liderazgos políticos.

Un estudio realizado por el internacionalista argentino Daniel Zovatto Garreto, Director Regional para América Latina del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia Electoral (IDEA Internacional), sobre la participación electoral en América Latina, revela que entre 1.980 y el año 2000, “la tendencia regional muestra que, en promedio, más del 62 % de los ciudadanos con derecho a elegir  a sus representantes votan en las elecciones nacionales más importantes”.

De manera que, en sentido general, cerca de un 40% de la población en edad de votar, en la región, se abstiene de hacerlo, lo cual por sí mismo no represente un signo de degradación de nuestras democracias,  si se considera que, para el período estudiado, otros países de democracias estables y exitosas, muestran índices más elevados de abstención electoral, como sería el caso de los Estados Unidos con un 50% y de Suiza con el 45%.

Según el estudio del doctor Zovatto, los países de América Latina que  registraron más bajo índice de abstención fueron Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Nicaragua, Perú y Costa Rica, con un porcentaje cercano al 20%, les siguen Panamá, Honduras, Bolivia, República Dominicana, Venezuela, Ecuador, Paraguay y México, con un porcentaje que oscila entre el 20 y el 35% y, por último, con un porcentaje no inferior al 40%, Guatemala, El Salvador y Colombia, lo cual indica que nuestro país figura, entre los de la región, con una participación electoral por encima del promedio.

En efecto, si bien es cierto que, durante los primeros años siguientes a la restauración de la democracia, hasta las elecciones de 1.978, que dieron el triunfo electoral al Dr. Luis Herra Campos, el porcentaje de abstención electoral en nuestro país estuvo en un 6.74%, durante el lapso comprendido en el estudio realizado por el investigador argentino ascendió a un 28.08% -dentro de los parámetros indicados en el mismo-, habiendo alcanzado, excepcionalmente, el alto índice de un 43.69% en las elecciones presidenciales del año 2.000 en las cuales compitieron el extinto presidente Hugo Chávez y Francisco Arias Cárdenas, pero luego, en las elecciones nacionales siguientes, hasta las parlamentarias del 2015,  el porcentaje de abstención fue, en promedio, de 22,74%.

De manera que el abstencionismo no es el comportamiento normal del electorado venezolano. Fue a  partir de las elecciones parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 cuando realmente se presenta en Venezuela el fenómeno de la abstención, porque es cuando alcanza niveles que superan  arrolladoramente los índices registrados, hasta entonces, en los países de la región y muy probablemente, del mundo, puesto que las que se habían producido con anterioridad, con exclusión de la del año 2000, se mantuvieron siempre dentro de los promedios normales.

En efecto, en las írritas elecciones del 30 de julio de 2017, para elegir la inconstitucional asamblea constituyente chavista, en las cuales, según el CNE, participaron 8.089.320 personas, con una abstención, según sus cómputos  del 58,47, si bien no pudo ser medida en forma neutral e independiente, porque se produjeron bajo un padrón electoral ad hoc, confeccionado a su capricho  por el gobierno, la abrumadora abstención quedó puesta en evidencia porque las mesas electorales permanecieron desiertas y porque “hubo manipulación del dato de participación” según denunció Smartmatic, empresa encargada del software del sistema de votación, y posteriormente en el simulacro de elecciones presidenciales celebradas en mayo de este año, convocadas por un órgano incompetente -la  ANC chavista- y fuera de los lapsos constitucionales, la abstención, que según cifras del CNE alcanzó al 53,93%,  según proyecciones  del Grupo de Lima, basadas en informaciones neutrales internacionales, fue de un astronómico 82,96%.

Es indudable, pues, que el fenómeno de la abstención en Venezuela, se presenta como una abstención activa o ideológica porque con ella lo que se expresa es el rechazo del elector a la ilegitimidad del régimen, reconocido abiertamente como una dictadura, y a su inocultable fraudulento sistema electoral, pero también la total incredulidad de éste en las razones o justificaciones con las cuales, líderes  de oposición y panegiristas del voto, argumentan su llamado a votar, aclamándolo como única e indispensable condición para poder producir el cambio de gobierno.

Cuando en las campañas electorales, los candidatos de la oposición, prometieron a sus electores que al día siguiente a las elecciones habrá un nuevo gobierno en Miraflores y que sonarán en el país las campanas anunciando el glorioso retorno de la libertad y la democracia, como lo hicieron a su turno, Rosales, Capriles o Falcón, lejos de promover la intención de votar, terminaron por sembrar en aquellos el desaliento y la frustración.

Cuando se habla de que la oposición no sabe, no puede ni debe hacer otra cosa que concurrir a elecciones, cualesquiera que sean las condicione en las que éstas se celebren o que, si no participa en las elecciones, las oposición no es nada, no se hace otra cosa que sembrar en la consciencia de los electores de oposición la idea de que no cuenta con un verdadero liderazgo en el cual confiar, de cuyas directrices pueda esperar le iluminen el camino hacia la victoria,  porque es inconcebible que las fuerzas  de  oposición no tengan otra cosa de qué ocuparse como no sea  esperar o prepararse para la celebración de elecciones, bajo un sistema electoral probadamente fraudulento,  cuando el gobierno es rechazado por  más del 80% de los venezolanos, vivimos la crisis económica, social, ética y política más horrenda de la historia  que  ha aventado a una diáspora desesperada a más del 10% de la población, en todo el país se suceden diariamente decenas de protestas motivadas por el hambre y la insatisfacción de las más ingentes necesidades  y la comunidad internacional, desconociendo la legitimidad del régimen, tiende sobre él un férreo condón sanitario e impone sanciones a sus más prominente figuras y cómplices como no había ocurrido antes en ningún otro país del mundo. ¿Cómo es, pues, que la oposición no tenga otra cosa que hacer que participar en elecciones?

No es que la abstención sea el camino ni mucho menos que sirva para algo como no sea favorecer los intereses políticos del régimen, sino que la gran masa del electorado de oposición, por desaliento y frustración, ha caído en ella y de ella no saldrá mientras que sus líderes no inserten su llamado a votar dentro de una estrategia general de lucha, que les dé motivos para la participación electoral sin solamente esperar que como resultado de ésta se produzca el cambio de gobierno.

El mensaje de los promotores del voto no convence al electorado abstencionista como para incitarlo a votar.
Luis F. Jaramillo R.
@JaramilloR ‏

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