Las elecciones
municipales, a celebrarse el próximo 9 de diciembre, como todas las que han
tenido lugar en Venezuela después de las parlamentarias del 6 de diciembre de
2015, se prospectan bajo la sombra del fantasma de la abstención.
La abstención electoral
consiste en la no participación en las votaciones de los electores asistidos
con el derecho de hacerlo, la cual se convierte en un fenómeno político cuando
se trata de una reacción masiva del electorado. No es un hecho sino más bien un
acto -porque interviene la voluntad humana- de no hacer que tiene consecuencias
jurídicas, por tanto exigible
imperativamente y su incumplimiento penalizado, cuando es consagrado como una
obligación del ciudadano, pero que no acarrea consecuencias jurídicas, porque se
configura como un deber cívico o moral, en aquellos ordenamientos legales, como
el nuestro, en el cual, conforme se dispone en el artículo 63 de la
Constitución, el sufragio es consagrado como un derecho del ciudadano.
En los estudios que se
han realizado sobre el tema se habla de una abstención técnica o forzosa, en la
cual el elector no ejerce su derechos al voto por razones extrañas a su
voluntad debido a defectos en el registro electoral, a enfermedad o incapacidad
física, a motivos de viaje, etc; de unaabstención pasiva o sociológica que es
motivada por la falta de interés en los asuntos públicos en general que acusan
ciertos sectores de la población y de una abstención activa o ideológica que es
aquella que se produce como un acto,
consciente o deliberado del elector, de rechazo a la legitimidad del régimen
político, de los sistemas electorales o aun de los propios liderazgos
políticos.
Un estudio realizado por
el internacionalista argentino Daniel Zovatto Garreto, Director Regional para
América Latina del Instituto Internacional para la Democracia y la Asistencia
Electoral (IDEA Internacional), sobre la participación electoral en América
Latina, revela que entre 1.980 y el año 2000, “la tendencia regional muestra
que, en promedio, más del 62 % de los ciudadanos con derecho a elegir a sus representantes votan en las elecciones
nacionales más importantes”.
De manera que, en
sentido general, cerca de un 40% de la población en edad de votar, en la
región, se abstiene de hacerlo, lo cual por sí mismo no represente un signo de
degradación de nuestras democracias, si
se considera que, para el período estudiado, otros países de democracias
estables y exitosas, muestran índices más elevados de abstención electoral,
como sería el caso de los Estados Unidos con un 50% y de Suiza con el 45%.
Según el estudio del
doctor Zovatto, los países de América Latina que registraron más bajo índice de abstención
fueron Chile, Uruguay, Argentina, Brasil, Nicaragua, Perú y Costa Rica, con un
porcentaje cercano al 20%, les siguen Panamá, Honduras, Bolivia, República
Dominicana, Venezuela, Ecuador, Paraguay y México, con un porcentaje que oscila
entre el 20 y el 35% y, por último, con un porcentaje no inferior al 40%,
Guatemala, El Salvador y Colombia, lo cual indica que nuestro país figura,
entre los de la región, con una participación electoral por encima del
promedio.
En efecto, si bien es
cierto que, durante los primeros años siguientes a la restauración de la
democracia, hasta las elecciones de 1.978, que dieron el triunfo electoral al
Dr. Luis Herra Campos, el porcentaje de abstención electoral en nuestro país
estuvo en un 6.74%, durante el lapso comprendido en el estudio realizado por el
investigador argentino ascendió a un 28.08% -dentro de los parámetros indicados
en el mismo-, habiendo alcanzado, excepcionalmente, el alto índice de un 43.69%
en las elecciones presidenciales del año 2.000 en las cuales compitieron el
extinto presidente Hugo Chávez y Francisco Arias Cárdenas, pero luego, en las
elecciones nacionales siguientes, hasta las parlamentarias del 2015, el porcentaje de abstención fue, en promedio,
de 22,74%.
De manera que el
abstencionismo no es el comportamiento normal del electorado venezolano. Fue
a partir de las elecciones
parlamentarias del 6 de diciembre de 2015 cuando realmente se presenta en
Venezuela el fenómeno de la abstención, porque es cuando alcanza niveles que
superan arrolladoramente los índices
registrados, hasta entonces, en los países de la región y muy probablemente,
del mundo, puesto que las que se habían producido con anterioridad, con
exclusión de la del año 2000, se mantuvieron siempre dentro de los promedios
normales.
En efecto, en las
írritas elecciones del 30 de julio de 2017, para elegir la inconstitucional
asamblea constituyente chavista, en las cuales, según el CNE, participaron
8.089.320 personas, con una abstención, según sus cómputos del 58,47, si bien no pudo ser medida en
forma neutral e independiente, porque se produjeron bajo un padrón electoral ad
hoc, confeccionado a su capricho por el
gobierno, la abrumadora abstención quedó puesta en evidencia porque las mesas
electorales permanecieron desiertas y porque “hubo manipulación del dato de
participación” según denunció Smartmatic, empresa encargada del software del
sistema de votación, y posteriormente en el simulacro de elecciones
presidenciales celebradas en mayo de este año, convocadas por un órgano
incompetente -la ANC chavista- y fuera
de los lapsos constitucionales, la abstención, que según cifras del CNE alcanzó
al 53,93%, según proyecciones del Grupo de Lima, basadas en informaciones
neutrales internacionales, fue de un astronómico 82,96%.
Es indudable, pues, que
el fenómeno de la abstención en Venezuela, se presenta como una abstención
activa o ideológica porque con ella lo que se expresa es el rechazo del elector
a la ilegitimidad del régimen, reconocido abiertamente como una dictadura, y a
su inocultable fraudulento sistema electoral, pero también la total
incredulidad de éste en las razones o justificaciones con las cuales,
líderes de oposición y panegiristas del
voto, argumentan su llamado a votar, aclamándolo como única e indispensable
condición para poder producir el cambio de gobierno.
Cuando en las campañas
electorales, los candidatos de la oposición, prometieron a sus electores que al
día siguiente a las elecciones habrá un nuevo gobierno en Miraflores y que
sonarán en el país las campanas anunciando el glorioso retorno de la libertad y
la democracia, como lo hicieron a su turno, Rosales, Capriles o Falcón, lejos
de promover la intención de votar, terminaron por sembrar en aquellos el
desaliento y la frustración.
Cuando se habla de que
la oposición no sabe, no puede ni debe hacer otra cosa que concurrir a
elecciones, cualesquiera que sean las condicione en las que éstas se celebren o
que, si no participa en las elecciones, las oposición no es nada, no se hace
otra cosa que sembrar en la consciencia de los electores de oposición la idea
de que no cuenta con un verdadero liderazgo en el cual confiar, de cuyas
directrices pueda esperar le iluminen el camino hacia la victoria, porque es inconcebible que las fuerzas de
oposición no tengan otra cosa de qué ocuparse como no sea esperar o prepararse para la celebración de
elecciones, bajo un sistema electoral probadamente fraudulento, cuando el gobierno es rechazado por más del 80% de los venezolanos, vivimos la
crisis económica, social, ética y política más horrenda de la historia que ha
aventado a una diáspora desesperada a más del 10% de la población, en todo el
país se suceden diariamente decenas de protestas motivadas por el hambre y la
insatisfacción de las más ingentes necesidades
y la comunidad internacional, desconociendo la legitimidad del régimen,
tiende sobre él un férreo condón sanitario e impone sanciones a sus más
prominente figuras y cómplices como no había ocurrido antes en ningún otro país
del mundo. ¿Cómo es, pues, que la oposición no tenga otra cosa que hacer que
participar en elecciones?
No es que la abstención
sea el camino ni mucho menos que sirva para algo como no sea favorecer los
intereses políticos del régimen, sino que la gran masa del electorado de
oposición, por desaliento y frustración, ha caído en ella y de ella no saldrá
mientras que sus líderes no inserten su llamado a votar dentro de una
estrategia general de lucha, que les dé motivos para la participación electoral
sin solamente esperar que como resultado de ésta se produzca el cambio de
gobierno.
El mensaje de los
promotores del voto no convence al electorado abstencionista como para
incitarlo a votar.
Luis F. Jaramillo R.
@JaramilloR
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