sábado, 16 de marzo de 2019

RAFAEL DEL NARANCO, ASFIXIADA LA LIBERTAD DE INFORMAR


Hablar de los medios de comunicación en el país -cercenados sin miramiento-, es explorar una situación que refleja el desmedido poder de un gobierno que ha afrentado uno de los pilares de toda democracia: la libertad de informar.

En Venezuela se han venido deteniendo a periodistas, obstruyendo diarios, emisoras de radio, cadenas de televisión y revistas, de forma absorbente, y eso ha llevado a escarnecer la información, columna básica que recoge la Constitución de la República en su Artículo 57: “Toda persona tiene derecho a expresar libremente sus pensamientos, ideas u opiniones de viva voz, por escrito o mediante cualquier otra forma de expresión y de hacer uso para ello de cualquier medio de comunicación y difusión, sin que pueda establecerse censura”.

Más de la mitad de los medios de noticias –prensa, radio y canales de televisión– ya no coexisten con normalidad en el país. Han cerrado demasiados por la presión gubernamental o negándoles, en el caso de los diarios, los insumos para su impresión.

La misión del periodista es narrar la realidad de la sociedad, al ser el equilibrio entre los ciudadanos, el poder gubernamental y el espacio general en que se envuelve.

No se puede olvidar que sin libertad de pensamiento, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos encontramos en medio de un progreso de valías sostenibles, es gracias al sacrificio de muchos hombres y mujeres imbuidos de intrepidez, los cuales rompieron con arrojo las ataduras de la opresión ante el deber de informar.

Matar al mensajero es siempre la meta del cazador subrepticio. El reportero va desguarnecido: lleva individualmente bolígrafo, papel, grabador o cámara. Y ahí está, en medio de la trifulca o el suceso cotidiano, en primera fila, jugándose la supervivencia por una misión muy por encima, la mayoría de las veces, de sus propias fuerzas, al tener la irresponsabilidad de un perturbado, la templanza de un cuerdo, la valentía del deber por encima del propio miedo, y esa ingenuidad de creer que vale la pena jugarse la existencia por algo tan prosaico, poco definido y hasta fantasioso, como el derecho a informar sobre la cotidiana objetividad que nos circunda.

Y eso por marchar al encuentro de una avidez febril: ir en pos de la noticia diaria a sabiendas de que ella pudiera ser la primera víctima en esa búsqueda. No es masoquismo, es pasión desbordante: el periodismo sigue siendo la profesión más arrebatadora para todo hombre o mujer con ensueños.

Esta tarea es un compromiso de seres honrados, admirables, poco o mal pagados, malmirados sin compasión por el poder, mientras la única satisfacción es la gratitud de la sociedad a la que sirven.

La libertad de expresión no es una concesión magnánima, sino un derecho. Decir que en la Venezuela actual se respeta esa opción, es una utopía. Aquí, ahora mismo, la represión está latente y parte de las fauces inquisitivas del Estado.

El muy acreditado periodista cordobés, Pablo Sebastián, en momentos en que el gobierno español surgido tras la muerte de Francisco Franco, tuvo insinuaciones ilegales, expresó con claridad:

“Sí, el contrapoder es la función principal de la prensa en una democracia. Pero cuando la democracia falla, o no existe, o sus reglas de juego son tan ambiguas que permiten la existencia de un solo poder sin controles, es por la prensa, por la creación, por el pensamiento, por el debate informativo e intelectual, el lugar por donde se escapa un hilo de libertad capaz de atar los pies de un poderoso gigante, un maldito Gulliver que puede caer al suelo en un país en que el autócrata consideró a todos menores de edad y no preparados ni para la democracia ni para la libertad”.

El trabajo del reportero es, con mucho, uno de los más peligrosos, como lo prueba el elevado número de profesionales que pagan todos los años con su libertad, y aún con su vida, al denunciar arbitrariedades y atropellos del poder constituido u organizaciones guerrilleras o mafiosas. Y es que la libertad de comunicar sigue siendo, en buena parte de los países, una asignatura dolorosa.

En la Declaración de los Derechos Humanos hay cinceladas estas palabras: “La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre. Todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir e imprimir libremente”.

No es la primera vez que lo expresamos, y desgraciadamente no será la última en una tierra antaño de gracia, y ahora imbuida de totalitarismos denigrantes:

Los periodistas no seremos el llamado “cuarto poder” ni falta que hace. Sí nos corresponde ser la calma del afligido, el soporte del solitario, la voz de los humillados por las injusticias, y la mano presta cuando el inquisidor de turno mancilla a la sociedad y pisotea sus naturales valores basados en la libertad.

Rafael del Naranco
rnaranco@hotmail.com
@Rnaranco

1 comentario:

  1. María S. Rodriguez G.3 de septiembre de 2020, 16:47

    Excelente artículo, que refleja la situación real de la prensa en Venezuela, y de las libertades en general en ese país. Esperemos ver pronto el fin de esta época de oscuridad, y que Rafael del Naranco nos lo pueda contar.

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