La Nueva Ruta de la Seda, plan maestro de Xi Jinping para extender la presencia china mas allá de sus fronteras encontró buena acogida en la vasta geografía latinoamericana. Pekín se acercó a los diferentes Estados del subcontinente desde los inicios de este proyecto con una oferta de cooperación económica. No solo el gigante de Asia estaba inclinado a aportar inversiones, tecnología y préstamos a la región. La propuesta era, además, la de una total apertura de fronteras para las exportaciones a suelo chino.
Desde que Panamá dio el primer paso en 2017, se han incorporado a esta iniciativa Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Costa Rica, Cuba, Ecuador, El Salvador, Guatemala, Honduras, México, Nicaragua, Panamá, Paraguay, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela.
Los 165.000 millones de importaciones latinoamericanas desde China en el año de la pandemia son suficientes para demostrar la importancia de una sociedad comercial de esta envergadura. Hoy China ha sobrepasado a Estados Unidos como socio en todos los países de la geografía latinoamericana menos Colombia Ecuador y Paraguay.
Pero no es tan fiero el león como lo pintan. En Latinoamérica se ha recibido con beneplácito la “ayuda” comercial bilateral china, más con cierta reserva su tentacularidad hacia otras áreas como inversiones en puertos, ofertas tecnológicas y financiamientos en condiciones muy sesgadas a favor de China. Aquellos países con algún género de identidad política sienten menos resquemor frente a la penetración del coloso, pero otros ven con reserva, y no siempre con beneplácito, las propuestas de Pekín.
No hay duda de que la cercanía del subcontinente con los Estados Unidos sigue estando presente y que el tema de la falta de identidad cultural e idiomática que se manifiesta en el espíritu y la letra de cada contrato propuesto por China, no se da de la mano con la manera de hacer negocios que priva en los lares latinoamericanos.
Un ejemplo claro de lo anterior es la determinación china de controlar la mayor cantidad de puertos a escala planetaria y que en nuestro continente no ha calado como se preveía solo por prudencia de los países receptores. Para nadie es un secreto que es fundamental para los chinos tener un rol importante en la conectividad global, dominar el tránsito de mercancías a través de los puertos para asegurar su acceso a mercados estratégicos, conseguir proveerse de materias primas y vender sus productos. En síntesis, dominar toda la cadena de suministros y no depender logísticamente de terceros. Las empresas portuarias chinas han conseguido asentarse firmemente solo en Perú y en México con proyectos de envergadura. Otros proyectos vitales para Pekín han fracasado antes de arrancar, como en el caso de El Salvador y existe un buen número de iniciativas portuarias con capitales chinos que están detenidos en la región, por las consideraciones políticas que cada gobierno sopesa cuando debe firmar un acuerdo.
China no esconde su deseo de influenciar decisiones gubernamentales y burocráticas que beneficien a sus empresas, pero, al propio tiempo, se involucra poco o nada en los proyectos estratégicos que son de interés para los países en los que opera o en la región como un todo. Este tipo de relaciones parcializadas en su propio beneficio no se digieren con facilidad por la mayor parte de sus contrapartes latinoamericanas y dificultan un mayor asentamiento.
Al no haber por el momento otro jugador de talla en la región con un plan de actuación local cónsono o compartido con los intereses de cada gobierno - Estados Unidos asumió el rol durante décadas, pero no más - China sigue atornillando sus alfiles.
Veremos en la próxima entrega lo que Washington está haciendo al respecto.
Beatriz De Majo
bdemajo@gmail.com
@BeatrizdeMajo1
Venezuela – España
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