martes, 20 de octubre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, LA SOBERANA HIPERINFLACIÓN

Es difícil y complicado mantenerse al día en Venezuela por el volumen de acontecimientos que ocurren de manera continua, en desmedro de todos sus estratos sociales.

De igual forma, es incomprensible que la venezolana se haya convertido en una sociedad capaz de aceptar estoicamente, sin exteriorizar  sufrimiento, el proceso  involutivo liderado por una minoría que ha creído en un añejo providencialismo ideológico, para destruir valores, principios morales y bienes materiales.

En reflexiones anteriores, se hicieron presentes la descripción del dolor familiar que provoca la partida de los muchachos, hijos, sobrinos, hermanos o vecinos,  en búsqueda de nuevos horizontes. Hoy, por el contrario, se hace inevitable escribir sobre los que permanecen aquí; de esa mayoría de los que nacieron en cualquier lugar de la Nación, y que se niegan a dejar la Patria, a perder la Patria, a permitir que la minoría gobernante materialice absolutamente la desaparición de la esperanza en un porvenir promisorio, porque no son posibles el cambio y el  restablecimiento económico, social, político  y moral de la tierra querida.

La minoría se siente segura y confiada en que los espacios conquistados durante los últimos 17 años, registran la suficiente fortaleza como para no cesar en el propósito de seguir avanzando. Y lo hacen porque, ante ella, ciertamente, todavía hay una considerable parte de la población que responde a lineamientos, mensajes y a un comportamiento acorde con lo que, supuestamente,  se hace y se decide en su nombre. Es ese llamado pueblo que hoy se siente con poder y libertad. Con ese mismo poder y esa misma libertad que, adicionalmente, se ha convertido en el nexo clientelar al que muchos se refieren, pero del que, lamentablemente, pocos se ocupan en evaluarlo a partir de su origen y de alterarlo con una acción capaz de impedir su vigencia y expansión.

Definitivamente, es un error político, social y económico perseverar en la ya costosa creencia de que en el ámbito popular se actúa sin entender porqué se hace; a qué se debe que, al hacerse de esa manera, no se pueda ni se sepa sopesar en que sí existe la posibilidad de poder superar dicha condición. Sobrevivir en un medio adverso no siempre es un milagro; puede darse porque hay una atención y una mano extendida, a cambio de un nexo solidario cuya vigencia va mucho más allá del favor recibido. Puede convertirse en clientelismo grupal o partidista. ¿Acaso no es la pragmática comprensión de ese hecho lo que hace posible que, repentinamente, aparezca una decisión desde el alto poder, dirigida a ofrecer una supuesta solución en cierta parte de la población, es decir, la que trabaja formalmente,  a partir de la modificación del salario mínimo?.

Lo que acaba de producirse hace pocas horas, definitivamente,  no pasa de ser un vulgar ardid busca votos ante la inmediatez de unas elecciones parlamentarias. Pero está allí, en esa relación en la que se combinan el dispensador del supuesto beneficio y del que lo recibe, más allá, desde luego, de que eso se traduzca mañana en un desplazamiento de votantes a favor de un candidato o grupo o en contra de otros. Está ahí, ante los ojos de los venezolanos que recibirán el beneficio del llamado aumento y los que no lo recibirán El Presidente de la República lo califica de logro laboral positivo. Y lo hace exaltando la decisión de haber aumentado el salario en un 130% durante el 2015.

El Jefe de Estado sabe perfectamente que se trata de un aumento insólito y único en la economía mundial, digno de “Ripley” y de asombro en cualquier país. Porque lo que evidencia dicha procedimiento, es que, para hacerle frente a la escandalosa inflación que afecta la capacidad de compra de millones de ciudadanos, se recurre a un recurso incapaz de recomponer la intranquilidad social que provoca una economía totalmente resquebrajada: a la ilusión monetaria. Es un procedimiento aislado del conjunto de decisiones que se deberían estar instrumentando, para impedir que la inflación siga perfilándose poco a poco como una tragedia hiperinflacionaria, en el medio de una economía recesiva, sin rumbo, y en la que ya no tienen cabida el ocultamiento de informaciones por el Banco Central de Venezuela, ni las interesadas interpretaciones acerca de cuánto es que cree el Presidente sobre la verdad inflacionaria del país, y en cuánto dólares se traduce el hecho de recibir una determinada cantidad de bolívares.

Las razones que ya no pueden cambiarse para justificar supuestos beneficios a partir del cambio salarial, están dadas por lo siguiente: la pérdida del poder adquisitivo de la moneda. Anteriormente, Bs. 4,30  equivalían a un dólar, y hoy, según uno de los cambios oficiales, vale Bs. 198,oo; es decir,  un Bolívar de antes vale hoy Bs. 46,04. En el 2008, le eliminaron tres ceros al valor del Bolívar por la ya enorme devaluación. Eso se traduce en que un Bolívar de antes realmente equivale a Bs. 46.040 de los de hoy. Desde luego, si se toma el valor del mercado paralelo, de Bs. 700 por dólar, el valor del Bolívar de antes equivaldría a Bs. 162.790 de los de hoy. Ante esta brutal devaluación, todos los aumentos salariales quedan hechos polvo cósmico y el poder adquisitivo de los venezolanos es una simple ilusión. Un ejemplo ilustrativo lo exhibe el comercio textil: un "Blue Jean" regular cuesta hoy Bs. 48.000. Y con el salario aumentado al día de hoy, con todo y cesta ticket, cualquier interesado en comprarlo tendría que trabajar tres meses sin gastar en más nada, para poder adquirirlo.

0tra razón, no menos importante, sin duda alguna, es el terrible índice inflacionario venezolano, catalogado como el peor o más elevado del mundo. El Presidente se permitió afirmar que este año no superará el 90%. Los economistas, en cambio, lo ubican entre el 160% y el 200% para el mes de septiembre. Pero el venezolano de a pie ha visto cómo muchos de los productos básicos han aumentado hasta tres veces su precio en lo que va del año. La referencia estadística del Cendas, por su parte, indica que la Canasta Básica Familiar se incrementó en el 2014 en un 220.3% y hasta octubre del 2015 lo ha hecho en 193,8% .

¿Pueden creer realmente los consumidores que un aumento salarial del 130% en lo que va de año, resuelva el hambre, la escasez y las posibilidades del poder adquisitivo de los bolsillos venezolanos?. Por supuesto que no. ¿Y quién ha causado este desastre?. ¿La guerra económica?. ¿El Imperio?.¿Los “pelucones”?. ¿O será el despilfarro, la regaladera, la corrupción, o una pésima y cuestionable administración de los dineros públicos durante los últimos tres quinquenios?.

El aumento salarial no es la solución. Eso es “pan para hoy y miseria para mañana”,  además de que contribuye a que aumente la inflación y se disminuya el poder adquisitivo. La solución está en eliminar el concepto del estado empresario. Hay que dejar el esfuerzo emprendedor en manos de los ciudadanos. Lo han estado haciendo la República Popular China, Rusia, y, próximamente, Cuba; es decir, los países que cometieron el mismo error que Venezuela, y que,  para poder salir de sus terribles pobrezas, hambre y sufrimiento de sus respectivos ciudadanos, entendieron que la alternativa eran libertades económicas y economía de mercado.

Simultáneamente, hay que aumentar la capacidad de producción en todos los renglones posibles; incluidos el agro, el petrolero y el minero. Asimismo, reducir las importaciones, unificar el valor de la moneda a un valor real, recuperar el valor adquisitivo del signo monetario, para que se incremente la capacidad de compra de los consumidores. Desde luego, al  aumentar la capacidad de producción, se generarían plazas de trabajo bien remuneradas y seguras, ampliando las posibilidades y esperanzas de todos.

No hay que aplaudir sin pensar. No vale comprar espejitos ni ilusiones. Hay que  eliminar los fanatismos ideológicos. El asunto de fondo no es de derechas ni de izquierda. Recientemente,  el Papa Francisco calificó a las  ideologías como un mal o veneno de la humanidad. Los únicos objetivos de los venezolanos deberían ser: paz, esperanza y calidad de vida. Y eso hay que alcanzarlo con participación ciudadana. El primer paso es el de ejercer el derecho ciudadano de votar el 6 de diciembre. Hay que convertirlo en el inicio de  ese gran cambio que Venezuela pide a gritos, y así, posiblemente, cada día no sería ese motivo de complicaciones existenciales de hoy.

Egildo Lujan Navas

@egildolujan

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