Primero. A pesar de las aparentes y aparatosas
distancias en el discurso, gestos y acciones del presente, entre Colombia y
Venezuela hay algo que las avecina más allá de lo que repiten los libros o
aparece rimbombante en los medios. Es que políticamente, a pesar de sus
diferencias que son más que matices, las fronteras cerradas por ejemplo, sus
gobiernos, que son débiles e inescrupulosos por distintas razones, necesitan en
muchos casos de intensos enemigos, reales o inventados, internos y externos si
se puede, equivalentes en sus flaquezas y ambiciones a ellos mismos, para poder
sobrevivir como proyecto político que camina a traspiés, y conservar o
transferir así el poder sin sobresaltos entre fieles y acólitos de
conveniencia.
En ambos casos,
guerrilla colombiana y “oposición” a la venezolana, sin tener nada que ver
entre sí y más bien al contrario en apariencia, se hacen equivalentes en el
papel que tienen que jugar el uno para el otro, en este caso ante sus
gobiernos, su pareja obligada de baile, su otro yo estorboso. Estos antagonistas
existenciales terminan siendo, por ahora y mientras tanto, complementarios
entre sí, comunicantes. Amigos-enemigos, ambos al mismo tiempo.
Confianza-desconfianza, resumida en un guiño o en una mueca. ¿Dialéctica?
Trialéctica más bien para los tiempos que corren. ¿Usted se imagina a Santos
sin las FARC o viceversa? ¿Qué sería de nuestra “oposición” sin el chavismo o
al contrario? Y a todas estas dónde queda el Presidente Uribe. ¿Un simple
desplazado V.I.P? ¿Un iracundo jarrón chino?
Capítulo siguiente. Mientras un abrumado Presidente Maduro, en cadena de radio y televisión, trata de vender un fulano proyecto de ley de emergencia económica y sigue sin encontrar aún de qué frontera ahorcarse desgañitándose por convencer, no sé ya a estas horas quién le pueda hacer caso, que la oligarquía bogotana, “que desde los tiempos de Santander ha querido gobernar a Venezuela”, es la culpable de la mayoría de los males por los que se hunde la amada tierra de Bolívar, el Presidente Santos, como si nada, monotemático y encandilado, casi que displicente él con todo lo demás, en trance, avanza inexorable, frenético y ciego, hacia los que algunos advierten pudiera ser el abismo de la paz. ¿La paz perversa?
¿Será, me digo, que
en medio de tanto fracaso electoral, quiebre económico y desolación política en
Venezuela brotan estas desazones y envidias recurrentes, ahora con motivo de la
inminente firma del acuerdo de paz, que los hace clamar tantos insultos y
desaires? Porque la andanada de Maduro contra Colombia, que ya había iniciado
Diosdado Cabello hace poco cuando maldijo con aquello de “Hipócritas, fariseos,
malos vecinos, mal agradecidos”, para referirse a los hijos de la Nueva
Granada, no puede provenir sino de un terrible sentimiento de fracaso
convertido en culpa, o celos o cálculo en suma, que los lleva a desahogarse
desesperadamente y para colmo en público, frente a la supuesta indiferencia de
Colombia para con Venezuela “que ya ni
nombran” y a la que deben, según los chavistas, además de otras
extravagancias, hasta el territorio en el cual se está negociando la paz, que
es el de Cuba, inocente paloma. Para mi gusto, justeza y coherencia, los
quejosos gobernantes venezolanos debieran también drenar su frustración frente
a los hermanos Castro y las FARC-EP por semejante, dramática e insoportable
inapetencia, causa de este despecho. ¿Y cómo así, si hasta no más ayer dizque
éramos los mejores amigos?
Otra escena. En
Colombia es más que evidente que la guerrilla precisa existencialmente de
Santos pues aquella brújula violenta que indicaba cómo tomar y orientar el
poder cambió de puntos cardinales. Ya el norte no es el norte, ni tan siquiera
el sur, es otra cosa. Ahora el camino de la insurgencia es la “vía venezolana
al socialismo”, a saber, el modelo chavista, democraticón él, sinónimo
ensortijado de comunismo para cuyo logro “alias” Juan Manuel es el instrumento
apropiado. ¿Para qué tanta selva si ya ni presos? ¡Que viva la Justicia
transicional, hermano!! Qué viva la democracia!
Por su parte, si a Santos se le viene abajo el
castillo de naipes de la paz pues que lo nombren Embajador en cualquier parte
ya que no tendrá más carreta que echar. Su razón de ser y de estar, su
narrativa, políticas todas, comienzan y terminan en la paz sin plan “B” a la
vista, y en esta materia su verdadero socio, además de la izquierdosa comunidad
internacional, no lo es la sociedad colombiana, que no está a su favor, o la
oposición política reconocida institucionalmente, que lo enfrenta, sino los
alzados en armas, sus amigos-enemigos dialécticos, sus verdaderos socios
capitalistas para ganar la historia, lo que antes nadie jamás, la gloria
inmarcesible, el júbilo inmortal.
Última nota. Por su
parte, en Venezuela, achicharrado país petrolero y por los vientos que soplan
ya ni eso, el gobierno autoritario si quiere seguir fingiendo de demócrata, que
ya tampoco importa demasiado, requiere reconocer a la oposición así no se la
trague, que acaba de obtener un apabullante respaldo electoral y ahora preside
y es mayoría en la Asamblea Nacional. Porque en verdad el gobierno ya no existe
sino como mausoleo, cascarón de proa desvencijado y encallado en los sargazos
del cuento, sin líder ni partido ni dólares que obsequiar. Manda por que la
Fuerza Armada aún lo respalda y en eso se le va el tiempo, en no caerse del
todo. Se despidió de sí mismo. Aparentar estar muerto es fácil. Fingir que aún
se está vivo es lo difícil y los precios de sus recursos histriónicos han
bajado en la bolsa de Nueva York de tal forma que ya nadie les compra la
charada. La política puede llegar a ser en estos tiempos enmarañados, la
ciencia de lo imposible. Y en esa pesadilla andan.
En estas postrimerías a la oposición democrática corresponde acompañar al que se va, constitucionalmente, sin perdón y sin odios, hasta su último adiós y cerciorarse de que todo quede bien ensalmado no vaya a ser que después se aparezca de noche y nos asuste con lo ya repetido del brinco por la espalda.
Leandro Area Pereira
leandro.area@gmail.com
@leandroarea
Miranda - Venezuela
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