sábado, 27 de febrero de 2016

ÁLVARO VARGAS LLOSA, TRUMP VERSUS EL PARTIDO REPUBLICANO,

Hace unas semanas, lo que angustiaba a la estructura formal del Partido Republicano era que Donald Trump, el magnate populista, ganase las primarias de ese partido. Ahora, lo que les quita el sueño es que pueda ser Presidente.

La razón es que antes Trump era visto como una garantía de derrota que haría perder a los republicanos la mejor posibilidad de retomar la Casa Blanca desde que George Bush hijo se la arrebató a Al Gore. Ahora se sospecha que con su respaldo creciente en sectores que parecían impenetrables para él sea capaz de hacer crecer la cada vez más extensa coalición demográfica seducida por su figura hasta alcanzar el poder y con ello rehacer a su imagen y semejanza el partido de Lincoln.

Cuando quedó segundo en Iowa, se pensó que Trump había tocado un techo. Pero desde entonces ha ganado en New Hampshire, Carolina del Sur y Nevada, es decir en el noreste, el sur y el oeste, y lo ha hecho con votos de moderados y conservadores, ciudadanos con poca educación formal y votantes con grado universitario, trabajadores que a duras penas llegan a fin de mes y personas con alto nivel de vida, y, ahora, en Nevada, con más votos hispanos que sus rivales.

No se veía desde Ronald Reagan en el Partido Republicano a alguien con una capacidad de convocatoria tan horizontal. De allí que en el Partido Demócrata, que antes veía a Trump como el perfecto adversario para noviembre, ahora estén empezando a temer que sea capaz, como él mismo se ha jactado varias veces, de atraer votantes de dicha agrupación. Lo mismo que dio a Reagan  su triunfo en 1980.

Trump, claro, no es Reagan. Su populismo con aires xenofóbicos y su prédica proteccionista, su lenguaje verbal y físico por momentos matonesco, y su capacidad para desdecirse sin que le tiemble el (inexistente) mostacho hacen pensar en un verdadero salto al vacío si gana. A menos que -fiel a sí mismo- se desdiga de todo una vez en el Salón Oval y acabe volviéndose un tipo razonable.

Todo esto es una hipótesis a la que falta mucho para dotar de peso. Por lo pronto Trump tiene que ganar las primarias en 11 estados en el “Súper Martes”, el 1 de marzo, y 15 días después las de estados cruciales como Florida.

Pero a estas alturas no tiene un retador creíble. De los cuatro adversarios que le quedan en pie, sólo dos, los senadores cubanoamericanos Ted Cruz y Marco Rubio, tienen opciones. Pero el primero es un cruzado de derecha al que el partido formal tampoco quiere, de manera que sólo queda Rubio como “esperanza blanca” para la jerarquía republicana -desde congresistas hasta financistas y medios afines- que maneja las cosas en esa agrupación.

Pero Rubio no ha ganado hasta ahora una sola primaria. Si no gana algo importante en el “Súper Martes”, no se ve cómo el “establishment” republicano pueda parar a Trump. Hasta ahora, y falta muy poco, las encuestas favorecen al populista en todos esos estados excepto Texas, el del senador Cruz.

Estamos ante un fenómeno extrañísimo. Hace pocos años, la rebelión de las bases contra la jerarquía era la del “Tea Party”, que quería devolver al partido a la filosofía conservadora en estado quintaesencial.

Hoy, Trump representa lo contrario: un pasado de afinidades con los demócratas y “liberales” (en el sentido estadounidense), un desprecio por la ideología y las vacas sagradas del partido, una masa popular que amenaza con desplazar las estructuras fundamentales del partido alrededor de un improvisado que predica la grandeza del país.

Alvaro Várgas Llosa
avllosa@independent.org
‏@latercera   
Oakland,- California - Estados Unidos
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Publicado por Gabriel Gasave el 27 febrero 2016 

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