La decisión
de “activar” el motor de la minería, para dejar de depender del petróleo, dado
sus bajos precios en el mercado internacional y pasar al brillo y relumbre del
oro y los diamantes, no sólo es un mentís de quienes dicen trabajar para librar
a Venezuela del “rentismo” (Maduro y Aristóbulo, dixit), sino una flagrante
demostración de cómo es que no podemos dejar de pensar sin tener el
subdesarrollo como modelo para guiar nuestras ideas.
Modelo, por lo demás,
impuesto por una cultura dominante (¿sub-cultura?), la cual nos arrastra,
miserablemente, desde la colonia. Somos gente de segunda; dependientes. Somos
periféricos. Incapaces de concebirnos como centro del mundo, estamos siempre
prestos a producir ayudas a las grandes
corporaciones que controlan el comercio y los mercados mundiales. Materias
primas, minerales, para su transformación exógena. Primero, petróleo; ahora,
oro, diamantes, grafito, coltán. En lo primero –petróleo-- nunca pensamos en la utilización estratégica
del Golfo de Venezuela (Lago de Maracaibo) en función de su ubicación en el Mar
Caribe, sección Atlántica y a pocos kilómetros de distancia del Océano
Pacífico, vínculos de los demás Continentes del orbe. Nunca pensamos en la
transformación de los crudos y en la investigación e innovación en los procesos
para lograrlo, con la vista puesta en la inmensidad de productos petroquímicos
derivados y en sus incuantificables variables para un mundo en constante
renovación. En lo segundo –el oro, los diamantes, los metales
raros—probablemente nos quedaremos en la fascinación de los aventureros del
descubrimiento, enceguecidos por la leyenda de “El Dorado”.
Nada de
extraño tiene que, a pesar de que somos una de las más grandes reservas de agua
del mundo, tengamos una economía primaria sometida a las rigideces de un medio
ambiente “seco” y a una población sedienta, a la cual ahora se le dice
cómo tiene que hacer para ahorrar el
líquido vital. Que la fuerza de las aguas que riegan al Orinoco, no sea tampoco
suficiente ni siquiera para garantizar el nivel de reservas del Guri, para
mantener, preferiblemente, en producción creciente, a las empresas básicas de
Guayana, igualmente amenazadas de perecer por la incapacidad gerencial de los
funcionarios públicos correspondientes. ¿Qué decir de nuestra agricultura; de
nuestra ganadería; de nuestra piscicultura? Somos dependientes; por eso
importamos lo que tenemos que comer para vivir.
Más que
“sacar” a Maduro y sustituir a su errático gobierno, lo que tenemos que hacer
es aprender a pensar y enseñar, asimismo, a nuestros coterráneos, a concebir la
posibilidad de cambiar el modelo y esforzarnos todos para convertirnos en un
país desarrollado. En poner a Venezuela a convivir en el “Primer Mundo” y dejar
atrás la insolencia ideológica del “tercero”, percibido como “propio” por
nuestras mentes subdesarrolladas, en el entendido de que nos sobran condiciones
para aspirar a este cambio, sustancial e histórico, mucho más ejemplarizante,
si se quiere, que todas las demás “gestas” que nos han hecho famosos en nuestro
medio. Somos muchos los que hemos puesto a debate público, las ideas de las
autonomías productivas de los estados y de la organización de una Democracia
Parlamentaria, en reemplazo del agotado presidencialismo centralista. Así se
gobierna en el Primer Mundo. La necesidad de llevar a la práctica estas ideas,
debería ser la obligación primaria del pensamiento dirigente de nuestra
sociedad, de los líderes políticos, de los aspirantes al control del Poder,
distraídos en la inmediatez.
Dejar que
nos digan, sin respuesta indignada, que ahora vamos a tranzar oro y diamantes
para pagar las importaciones que requerimos para vivir, que desde hace cien
años pagábamos con petróleo, es convencernos de que todos somos unos
irresponsables, víctimas de una cultura de segundos, o de terceros, en fila, la
cual tenemos que erradicar de nuestra conducta. Pasemos a ser venezolanos de
verdad. Rompamos el modelo. Reorganicemos nuestro orden político territorial y
metámonos en la cabeza de que somos suficientemente capaces de producir, dentro
de nuestras fronteras, para consumir, satisfacernos y exportar, compitiendo con
los grandes del mundo, a quienes también podremos vencer. Decidámonos a
hacerlo. No podemos seguir, con los brazos cruzados, sin mensaje y sin aliento,
viendo el derrumbe de nuestro solar, como vecinos ausentes de un barrizal.
Cambiemos el discurso. No nos sigamos engañando. Los que nos leen, saben a qué
nos estamos refiriendo. Seguir estimulando “el pobre pensamiento de los
pobres”, como fuerza definitiva para que contribuyan a nuestra “peligrosa”
victoria, con votos, si no con balas, es una misión perversa que debemos
abandonar. Hablemos claro. La democracia tiene que ser para crecer, para
cambiar, para desarrollar y engrandecer a nuestra sociedad. Para dejar el
subdesarrollo y entrar, de lleno, a un estadio superior en el Primer Mundo. En
resumen, al conjugar las vías para superar la catástrofe nacional a la que nos
ha llevado el mal gobierno que padecemos,
tengamos muy en cuenta que no podemos seguir probando con sistemas
atrasados e ineficientes. Pensemos en un régimen mucho más democrático y
avanzado, en función del presente inmediato y del próximo futuro, a cuyas
puertas estamos. Un régimen más representativo de la voluntad popular y de la soberanía nacional, mejor dispuesto para
el desarrollo que merecemos. Pensemos en un orden fundamentado en la Autonomía
Productiva de los Estados, dentro de un sistema de Democracia Parlamentaria.
Pensemos y actuemos.
Rafael Grooscors
grooscors81@gmail.com
@grooscorscaball
Miranda - Venezuela
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