Nunca fue tan
invocada. Nunca tan violada. Constitución “bolivariana” la llamaron en honor al
Libertador, confirmando la sentencia de Jean Paul Sartre sobre el despojo de que
son víctimas los muertos, preferiblemente los ilustres. Por haberse retirado
del escenario no están en capacidad de protestar. Se convirtieron en “alimento
de los vivos”. El desastre que se lleva a Venezuela transcurre pues en nombre
de quien de estar con nosotros habría combatido apasionadamente a sus autores.
La Constitución
redactada en 1999 conserva básicamente la orientación democrática de las de
1947 y 1961. Por eso está siendo pisoteada por el régimen que en su momento la
presentó como programa máximo de la revolución, y ahora la paradoja quiere que también se haya unido a la mayoritaria
oposición.Con el triunfo democrático del 6D, 2015 el gobierno se ha puesto a la
defensiva y la mayoría parlamentaria opositora mantiene la iniciativa política.
Aquel ha dimensionado sus agresiones contra la Constitución de la República
Bolivariana, en tanto que la diputación de la MUD la convierte en su emblema
para defender los espacios que quiere copar la voluntad totalitaria.
No hay ciudadano que
no perciba el sentido terminal que ha alcanzado esta crisis tan terrible e
inexplicable que abate al país y destroza el nivel de vida de la gente. No es
el naufragio de una gestión o de una cúpula. Se ha hundido un modelo revestido
de socialismo retórico que una y otra vez ha fallado desde la revolución
leninista de 1917, cuando se ensayó por primera vez, hasta el sol de hoy. Pero
muy justamente debe decirse que insistir en el esquema de las estatizaciones
ideológicas, los controles asfixiantes, la organización de la vida económica,
las relaciones comerciales y diplomáticas conforme a la división política y de
“clase” en función de la lucha contra “el imperio yanqui” y “la burguesía
nativa”, además de ser una fórmula que nunca ha conocido el éxito, es un anacronismo
que yace arrinconado en el museo de antigüedades junto a la rueca, las obras
completas de Lenin y Stalin, los discursos interminables de Fidel y Chávez y el
pan de piquito.
En una sociedad
democrática los malos gobiernos son castigados con el voto en comicios
confiables. En un engendro como el que tenemos, en que el combate entre
democracia y dictadura nos ha condenado a no confiar en la palabra y los actos
del gobierno, el problema consiste en “meter” a Maduro en el marco de la ley
para que pueda salir del poder en forma tranquila, pacífica, democrática,
constitucional y por lo tanto sin violencia ni mucho menos vertiendo sangre. Un
cambio que no desencadene la venganza ni comprometa los principios democráticos
y los derechos humanos. No es un imposible. Así sucede en casi todos los países
de las tres Américas. Pero en Venezuela la conducta sombría del gobierno, su
lenguaje provocador, soez y su continua persecución contra opositores y
adversarios de su propia casa, hace imperioso lograr el cambio del gobierno
antes que las hambrunas crepiten y el telón de acero nos encierre en una cárcel
de intolerancia.
El pueblo no soporta,
no espera, no puede hacerlo asediado de males como se encuentra. Se le pide a
la MUD que responda a ese clamor a como de lugar y siempre que sea pronto. Muy
bien, en la búsqueda de una fórmula apropiada se debate la oposición, a
conciencia de que debe atenerse a su naturaleza democrática y por lo tanto lo
que finalmente disponga debe atenerse consecuentemente a varios principios
irrenunciables: solución pacífica, constitucional y electoral.
Dado que el gobierno
se ha apoderado del más dócil TSJ que hallamos tenido en este país tan
históricamente cruzado de dictaduras hay que escoger entre revocación,
enmienda, reforma, constituyente, declaración por la AN de abandono
presidencial del cargo, la que mejor pueda responder a los apetitos suicidas
del presidente y sus menguados
magistrados. Todas pasan o terminan en consultas electorales, incluso la
renuncia del presidente, que en este artículo he dejado para último. Si Maduro
la adoptara brindaría una salida fácil, no cruenta, que de paso alentaría la
reconciliación nacional. Sería una fórmula que de alguna manera calmaría la
rabia generalizada que en el país y el mundo revolotea sobre su cabeza. Algunos
creen que nunca dará ese paso porque teme a lo desconocido o porque quienes
temen que la salida del mando acarreará consecuencias muy duras para algunos
incursos en delitos mayores. No quiere o no lo dejan pero tampoco cambia.
Sin embargo circulan
rumores acerca de esta cuestión. Se da por seguro que cada vez más
funcionarios, dirigentes y militantes no quieren seguir lavándose las manos a
la espera de soluciones caídas del cielo o de rectificaciones milagrosas.
Piensan que en el marco del diálogo mucho podría obtenerse, incluso el respeto
a los derechos de todos y el reconocimiento del PSUV y sus aliados en el hacer
político legal y electoral.
Colombia nos ofrece
un ejemplo válido, incluso si los negociadores no coronan exitosamente la
compleja operación que han asumido. Las concesiones recibidas por las FARC y la
promesas de desmovilización y entrega de armas bajo el auspicio de las Naciones
Unidas parece impresionantes. Sobre todo para un país que apenas discute la
necesidad de una renuncia salvadora.
Si Venezuela puede salir bien librada en paz y democracia, sin necesidad de que la minoría haga estallar bombas y la mayoría se abra paso a codazos, podrá darse por bien servida. Por lo demás la renovación democrática avanza en nuestro subcontinente. Argentina, Venezuela y ahora Bolivia lo proclaman.
Americo Martin
amermart@yahoo.com
@AmericoMartin
Miranda - Venezuela
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