- Dame de
beber
La mujer estaba sacando agua del pozo. El hombre cansado,
sediento, yacía sentado junto al pozo y esperaba que alguien llegara y le
alcanzara un poco de agua desde algún jarrón. Tuvo mala suerte. La primera
persona que apareció fue una samaritana y a los judíos no les estaba permitido
hablar con los samaritanos. A un rabino tampoco le estaba permitido pedir algo
a una mujer.
- ¿Cómo tú
siendo judío, me pides a mí de beber, que soy mujer (y) samaritana?
El hombre respondió: - Si conocieras el don de Dios, y
quien es el que te dice: Dame de beber; él te daría agua viva.
En una sola frase el hombre soltó varias cosas sin
decirlas de modo explícito. Le dijo, Dios hecho hombre tiene sed de agua en su
cuerpo. Le dijo también: yo soy un hombre y en mi cuerpo está Dios y mi cuerpo
tiene sed porque es un cuerpo. Pero también le dijo que el agua que pide no
solo es el agua del pozo, o lo que es lo mismo, que el agua del pozo es la
representación de otra agua: el agua de la vida. Demasiado para una sola frase.
La mujer evidentemente no entendió. Por eso respondió con cierto tono de burla
- Señor,
no tienes con qué sacarla y el pozo es hondo ¿Dónde tienes el agua viva? ¿Acaso
eres tú mayor que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del cual bebieron
él, sus hijos y sus ganados?
Fue entonces cuando el Dios en el hombre habló, pero lo
hizo como siempre: con las palabras del hombre:
-
Cualquiera que bebiera de esta agua volverá a tener sed; más el que
bebiera del agua que yo te daré, no tendrá sed jamás. El agua que yo te daré
será una fuente de agua que alcanzará a la vida eterna”.
La mujer esta vez entendió. Si doy de beber al sediento,
me acerco al amor y el amor es de Dios, ha de haber pensado con mucho sentido
práctico. A través del agua que doy a este hombre, recibiré en cambio otra
agua: el agua de la vida. Esa agua, el agua de la vida, está en el principio de
nuestra creación pero también después de todo final. Es el agua de la
eternidad, el agua del ser.
- Señor,
dame de esa agua para que yo no tenga sed, y no venga aquí a sacarla.
- Ven,
llama a tu marido, y ven acá.
- No tengo
marido.
- Bien has dicho, no tengo marido: porque
cinco maridos has tenido, el que tienes ahora no es tu marido
Provoca placer literario leer las narraciones
neo-testamentarias. Los diálogos no están prescritos y cuando Jesús habla no lo
hace con la autoridad de un maestro o sacerdote. Simplemente usa el lenguaje
común de cada mortal para referirse a las cosas más simples de la vida y desde
ahí ir construyendo frases, dichas sin estridencias, sin dramatismo, sin ningún pathos. Simplemente
con-versando, es decir, haciendo versos.
La revelación de Jesús surge casi siempre de un diálogo
por lo general amistoso y en el caso de la plática con la samaritana, no exento
de cierto erotismo. Lo que no debe extrañar. Jesús ha de haber sido un hombre
muy bien parecido. Por si fuera poco, soltero. Sabía llegar al corazón de las
mujeres. Por eso ellas le fueron siempre fieles y lo acompañaron hasta sus
últimos momentos. Con mucho amor.
Los diálogos que iniciaba Jesús no siguen la ruta de
ningún plan. Si están guiados por algo, es por el simple principio de la
contingencia. Sus improvisadas palabras resultan de encuentros realizados al
azar a lo largo de los caminos; con gente común y corriente: como tú y yo. Así
ocurre también con cada uno de nosotros en los caminos de cada día, sea en el
trabajo, en el supermercado, en el paradero del autobús. En cierto sentido,
Jesús era un profeta muy atípico: casi un anti-profeta.
En la narración de Juan (4:1-42), el más teológico de los apóstoles, las
palabras de Jesús rompen toda prescripción establecida. Las suyas son frases
espontáneas. No hay en ellas menciones a libros ni a grandes profecías. No son
dichas en ningún templo, sino al aire libre.
Quizás eso es justamente lo que nos quiso mostrar el
nazareno. La verdad no surge de un acontecimiento apoteósico. Está en la vida
diaria, en las palabras que cruzamos con el prójimo cuando lo escuchamos de
verdad. En cualquier momento y en cualquier lugar. Incluso alrededor de un
miserable pozo de agua perdido en medio del desierto.
A la verdad solo
hay que saber encontrarla a través de la pronunciación de la palabra. Es el
Logos con el que comienza a escribir Juan su Evangelio: “ Al principio era el
Verbo (La Palabra, la Lógica) y el Verbo era con Dios y el Verbo era Dios”.
Pero ese principio de Juan, no está según Jesús al principio. Portador de la
noción de la vida eterna, sabe que la creación no tiene comienzo ni final. Está
ocurriendo en cada fracción de segundo.
- Señor, me
parece que tú eres un profeta. Nuestros padres adoraron en este monte y
vosotros decís que Jerusalén es el lugar en donde se debe adorar
- Mujer,
créeme que la hora viene cuando ni en este monte ni en Jerusalén adoraréis al
Padre en espíritu y en verdad. Vosotros adoráis lo que no sabéis; nosotros
adoramos lo que sabemos; porque la salvación viene de los judíos. Dios es
Espíritu; y los que le adoran en espíritu y en verdad, es necesario que adoren.
- Sé que ha
de venir el Mesías, llamado el Cristo; cuando el venga nos declarará todas las
cosas
- -Yo Soy El, el que habla contigo.
Debe ser uno de los diálogos neo- testamentarios con
mayores implicaciones teológicas.
La mujer interpela a Jesús desde su saber, es decir,
desde la religión que a ella le inculcaron. Según esa religión hay lugares para
adorar a Dios (ponerse en comunicación con la eternidad). El monte, para los
samaritanos; Jerusalén para los judíos. La respuesta de Jesús es: ni lo uno ni
lo otro. Dios está en todas partes. Dios está en el conocimiento de Dios (el
saber). No podemos adorarlo si no lo conocemos. Para amar a Dios hay que saber
de Dios. Ese es el destino del humano: su saber: su logos, la palabra que nos dio Dios para que
nos dirigiéramos a El.
Son los mismos argumentos que Jesús ya había usado frente
a los fariseos. Dios no está únicamente en el templo. Dios no está encerrado en
un recinto de piedra. Su habitación es el corazón de cada ser. El templo de
Dios es el ser cuando comunica con Dios. Yo soy Dios y estoy con Dios a través
del espíritu pronunciado con mi palabra. Yo soy mi propio templo. El templo es
el cuerpo. El Mesías no ha de venir: soy yo mismo cuando Dios se anuncia en mí
a través del otro. Esa es la verdad y la verdad viene de los judíos porque yo
soy judío. Y yo soy El, el que en estos momentos habla contigo.
Pareciera que en ese momento Jesús está repitiendo las
palabras que dirigió Jehová a Moisés “Yo
soy el que soy”.
“La verdad viene de los judíos”. Jesús no dijo: la verdad
“la tienen”, dijo simplemente, la verdad “viene” de los judíos. La verdad, está
diciendo Jesús, la dio Dios a los judíos no para que la mantuvieran en secreto
o encerrada dentro de los límites que separan a un pueblo de otro, sino para
que la dieran a conocer a los demás. La verdad no puede ser propiedad de ningún
pueblo. La verdad es del que la escucha y la asume como verdad. En cualquier
lugar y en cualquier idioma.
Jesús había llegado al pozo peregrinando junto a sus
amigos desde Judea del Sur donde había batido el record de bautizos que
ostentaba Juan, el Bautista. Su objetivo era alcanzar Galilea. Los samaritanos,
habitantes de la zona intermedia entre Judea y Galilea, habían adoptado la
religión de los judíos, pero a la vez introducido en ella elementos propios a
su cultura, sobre todo algunas creencias de origen asirio.
Para los judíos más ortodoxos, los samaritanos
practicaban un judaísmo deformado y por lo mismo debían ser aislados. Pero
Jesús, al dialogar con la samaritana, desobedeció a las prescripciones legales.
Puso al amor por sobre la ley. No sería la primera vez.
La ciudad más próxima al pozo de agua, lugar donde tuvo
lugar el diálogo era Sicar. Cuenta Juan que los muchachos que acompañaban a
Jesús habían ido a comprar alimentos a Sicar, razón por la cual también se
habían visto en la necesidad de tomar contacto con otros samaritanos. A
instancias de la mujer, Jesús y sus seguidores fueron invitados por los
samaritanos a Sicar. Los samaritanos, con esa invitación, también pasaron por
alto la orden de no establecer relaciones con los judíos. Pusieron, si no al
amor, a la amistad por sobre las leyes. En cierto modo ya eran cristianos sin
saberlo.
Al parecer, Jesús y los suyos no lo pasaron muy mal en
Sicar. Se quedaron dos días con los samaritanos y después continuaron su viaje
hacia Galilea.
Poco rato de haber escrito este texto me he enterado por
la televisión de los atentados de Bruselas (22. 03.2016). Nuevamente víctimas
inocentes han caído, asesinadas por los mensajeros del mal. Harían bien los
cristianos en dar a conocer, justamente en estos días santos, el pasaje del
dialogo entre la samaritana y el nazareno narrado por Juan, El Evangelista.
Ellos, los dos, una mujer y un hombre, supieron
sobreponerse al odio, a las diferencias de religión y cultura y a las absurdas
prescripciones legales que los separaban. Conversando alrededor de un pozo
hicieron juntos un poema: un hermoso poema de amor.
Fernando Mires
mires.fernando5@gmail.com
@FernandoMiresOl
@FernandoMires1
Alemania
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