martes, 12 de abril de 2016

ASDRÚBAL ROMERO M., ¿REACCIONARÁN LOS JÓVENES UNIVERSITARIOS?

La mitad de los estudiantes que se inscriben en la universidad, se están retirando y la institución no tiene forma de detener ese éxodo, porque se debe principalmente a la situación económica. Es sólo una de las apabullantes conclusiones contenidas en un estudio, recientemente, publicado por la Universidad de los Andes sobre deserción estudiantil, profesoral y de personal ATO. Les ruego enfáticamente que lo revisen. Pueden acceder a su contenido en el enlace: http://prensa.ula.ve/2016/04/01/cifras-de-deserción-estudiantil-profesoral-y-de-personal-ato-se-han-incrementado-en-la .

Lo que hace dos años era una inferencia sobre cómo impactaría la nefasta tendencia de empobrecimiento sistémico del país a los estudios universitarios, ya es una realidad documentada y soportada con incontrovertibles datos. El más importante logro de la universidad venezolana al constituirse en el engranaje principal de la movilidad social en nuestro país ha pasado a ser un sueño del pasado.
Es innegable que desde los sesenta se mantuvo, en este país, una tendencia sostenida de democratización del acceso de su juventud a una educación universitaria de calidad. La prueba de ello es inocultable. Podemos convocar como testigos a la gran cantidad de profesionales exitosos que contribuyeron con creces al desarrollo del país. Muchos de ellos provenientes de hogares humildes, en los que sus padres tuvieron que hacer ingentes esfuerzos para lograr el sueño de ver a sus hijos graduarse con un título universitario, mientras ellos lucirían por siempre, en la foto de los imborrables recuerdos, la correspondiente medalla colgada en sus pechos henchidos de orgullo por el objetivo logrado.
Soy hijo de aquellos tiempos, que hoy se nos revelan felices, tuve compañeros venidos de los más diversos rincones del país a la capital industrial del futuro. Todos, los más pobres, los menos, los clase media y los más ricos, compartíamos de igual a igual en esa maravillosa máquina de igualación social que era la Universidad.  Por esto, a mí no puede ningún destructor pretender venirme a cambiar la historia.
Despertando de la añoranza: ¿Con qué nos conseguimos? ¡El engranaje hecho añicos! La posibilidad de acceder a una educación universitaria con estándares mínimos de calidad le ha sido sustraída a la juventud venezolana. Ha sido contundentemente demolida y lo insólito es que esto haya ocurrido sin que se haya producido una reacción masiva de parte del estudiantado universitario. Aclaro: no es que pretenda desconocer el esfuerzo que han hecho algunos dirigentes estudiantiles del sector, pero, el resultado concreto es que el mismo no ha sido suficiente como para articular una respuesta, que esté en consonancia con la gravedad de lo que el Régimen ha venido perpetrando en contra de los jóvenes de este país. Les ha robado la oportunidad de progreso, les ha destruido la posibilidad de futuro, y lo ha hecho, reitero, en sus propias narices sin que, como colectivo, hayan sido capaces de responder con la debida contundencia. Desde esta perspectiva, así va quedando esta cohorte generacional en el obligado retrato que la historia hará, en una penosa posición de rezagados frente al aporte que han hecho otras en el pasado de cara al patriótico compromiso intergeneracional.
Los padres, que pueden, andan diligenciando recursos para poder transferir sus hijos del sector público al privado -este flujo migratorio también podría perfectamente cuantificarse-.  Sin embargo, existe la posibilidad de que tal medida de emergencia tampoco sea la solución. La destrucción tiende a ser total. También en el subsistema privado universitario las cuentas no vienen arrojando resultados para su sostenibilidad, como consecuencia de un draconiano marco regulatorio que ha represado el incremento del costo matricular a un máximo del 20% anual por varios años. En un contexto inflacionario, que ya todos sabemos anda volando, esa ilógica imposición ha pretendido mantener la ficción de que la educación, finalmente, podría succionarse del aire.
Todos estos años, han sido los docentes y trabajadores de dichas instituciones quienes han financiado con su empobrecimiento salarial esa ilusoria ficción. En general, en las universidades privadas los salarios están aún más deprimidos que en las financiadas por el Estado. Los fenómenos de rotación y deserción profesoral se han venido incrementando a un ritmo preocupante. Los mejores se van y la calidad, que nunca alcanzó a igualarse al estándar público, decae alarmantemente. Los caminos hacia una educación universitaria de calidad en este país se cierran.
No hay calidad, no importa, pero hay título, dirán algunos. Pero hasta esa posibilidad se ensombrece. Los elevadísimos índices de inflación en los rubros de mantenimiento –por encima del 2000%- se han encargado por sí solos de poner los saldos en rojo y hacer aflorar las tensiones por tanto tiempo reprimidas. La ficción de los buenos deseos ya no da para más. Los jóvenes prefieren emprender la protesta contra las asociaciones civiles, incluso estudiantes adscritos a las fracciones juveniles de algunos partidos que, se supone, debieran estar mejor formados sobre todo lo que viene ocurriendo en el país. Acabamos de ver un primer round en la UJAP, pero también en otras instituciones privadas la procesión anda por dentro. No es de extrañar que en algún momento alguna asociación civil prefiera soltar las riendas de tan tamaña responsabilidad y entregárselas al Estado. ¿Y entonces qué? ¿Mejorará ello la operatividad y calidad de esa institución? ¿Se habrán paseado los estudiantes por el análisis de este escenario?
De alguna forma, el Régimen logra aparentemente escabullirse de su culpabilidad en el desempeño de su rol destructor de todas las instituciones. Ha logrado fragmentar a la sociedad en sectores estancos que, desconectados y desarticulados, no alcanzan a comunicarse entre ellos para unificar criterios sobre quién es el verdaderamente responsable de este cáncer que nos invade por todos los intersticios del tejido social. Es así como, frecuentemente, observamos enfrentamientos intersectoriales buscando achacar responsabilidades en otros que en la realidad también son víctimas de la descomposición. Pacientes o sus dolientes versus médicos o clínicas privadas; padres versus maestros; pobladores desasistidos versus alcaldías empobrecidas; estudiantes universitarios versus profesores y autoridades y, ahora, los de las privadas versus las asociaciones civiles.
A raíz del más reciente paro gremial universitario, ocasionado por el segundo retardo en el pago de la nómina que ha ocurrido en los pocos meses que van de este 2016, volvimos a ser testigos a través de las redes sociales: de las ya casi eternas reprimendas a los profesores por coartar el derecho al estudio de los “pobrecitos” estudiantes. Independientemente de que dicho paro pudiese tener alguna efectividad a estas alturas de nuestro fracaso colectivo en defender a la Universidad y a nosotros mismos –me cuesta imaginar que al Gobierno le haya producido una mínima picazón- queda al menos la dignidad de quienes ya no desean seguir siendo irrespetados mediante atropellos cada vez más burdos. Ese resquicio de dignidad que nos queda debe ser respetado. Tiene que preguntarse uno si ya no es hora de que los jóvenes universitarios reflexionen y se aclaren de cuáles son los auténticos victimarios de su derecho al estudio. Mientras escribo estas líneas me entero que, por dos días consecutivos, las aulas del campus Bárbula han permanecido sin servicio eléctrico en todo el transcurso de sus respectivas mañanas. ¿Entonces?
¿Cuándo reaccionarán y por qué no lo han hecho? Más allá de la situación muy peculiar de la UC que pudiera comentarse a raíz del enojoso asunto de que no se hayan celebrado elecciones estudiantiles por más de ocho años, la respuesta a esta doble interrogante en el contexto general del país es muy compleja. No me siento en capacidad de abordar un exhaustivo escrutinio de las misteriosas razones, pero me ofrezco a organizar un equipo interdisciplinario para una exploración conjunta en la que participen jóvenes deseosos de organizarse para la defensa de sus derechos.
Un comentario final que no deseo dejar en el tintero. Llama poderosamente la atención que las fracciones juveniles de los partidos políticos, incluyendo a los más noveles como Voluntad Popular y Primero Justicia, prácticamente hayan abandonado su espacio natural de lucha política que es la trinchera universitaria, que debiera constituir su primigenio campo de entrenamiento y semillero de los futuros líderes, para privilegiar el trabajo político electoral de calle. Es como si quisiesen todos, en franco apresuramiento, llegar a ser alcaldes y diputados obviando la etapa de obligada formación política. ¿Sus respectivas organizaciones políticas que les cobijan han tomado consciencia de tan significativa desatención? ¿Cómo articulamos masivamente a los jóvenes en la lucha por el país cuando los hemos desatendido en su espacio primario de necesidades y formación?

Asdrubal Romero
asdromero@gmail.com
@asdromero
Madrid – España

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