
Lo que hace dos años
era una inferencia sobre cómo impactaría la nefasta tendencia de
empobrecimiento sistémico del país a los estudios universitarios, ya es una
realidad documentada y soportada con incontrovertibles datos. El más importante
logro de la universidad venezolana al constituirse en el engranaje principal de
la movilidad social en nuestro país ha pasado a ser un sueño del pasado.
Es innegable que
desde los sesenta se mantuvo, en este país, una tendencia sostenida de
democratización del acceso de su juventud a una educación universitaria de
calidad. La prueba de ello es inocultable. Podemos convocar como testigos a la
gran cantidad de profesionales exitosos que contribuyeron con creces al
desarrollo del país. Muchos de ellos provenientes de hogares humildes, en los
que sus padres tuvieron que hacer ingentes esfuerzos para lograr el sueño de
ver a sus hijos graduarse con un título universitario, mientras ellos lucirían
por siempre, en la foto de los imborrables recuerdos, la correspondiente
medalla colgada en sus pechos henchidos de orgullo por el objetivo logrado.
Soy hijo de aquellos
tiempos, que hoy se nos revelan felices, tuve compañeros venidos de los más
diversos rincones del país a la capital industrial del futuro. Todos, los más
pobres, los menos, los clase media y los más ricos, compartíamos de igual a
igual en esa maravillosa máquina de igualación social que era la
Universidad. Por esto, a mí no puede
ningún destructor pretender venirme a cambiar la historia.
Despertando de la
añoranza: ¿Con qué nos conseguimos? ¡El engranaje hecho añicos! La posibilidad
de acceder a una educación universitaria con estándares mínimos de calidad le
ha sido sustraída a la juventud venezolana. Ha sido contundentemente demolida y
lo insólito es que esto haya ocurrido sin que se haya producido una reacción
masiva de parte del estudiantado universitario. Aclaro: no es que pretenda
desconocer el esfuerzo que han hecho algunos dirigentes estudiantiles del
sector, pero, el resultado concreto es que el mismo no ha sido suficiente como
para articular una respuesta, que esté en consonancia con la gravedad de lo que
el Régimen ha venido perpetrando en contra de los jóvenes de este país. Les ha
robado la oportunidad de progreso, les ha destruido la posibilidad de futuro, y
lo ha hecho, reitero, en sus propias narices sin que, como colectivo, hayan
sido capaces de responder con la debida contundencia. Desde esta perspectiva,
así va quedando esta cohorte generacional en el obligado retrato que la
historia hará, en una penosa posición de rezagados frente al aporte que han
hecho otras en el pasado de cara al patriótico compromiso intergeneracional.
Los padres, que
pueden, andan diligenciando recursos para poder transferir sus hijos del sector
público al privado -este flujo migratorio también podría perfectamente
cuantificarse-. Sin embargo, existe la
posibilidad de que tal medida de emergencia tampoco sea la solución. La
destrucción tiende a ser total. También en el subsistema privado universitario
las cuentas no vienen arrojando resultados para su sostenibilidad, como
consecuencia de un draconiano marco regulatorio que ha represado el incremento
del costo matricular a un máximo del 20% anual por varios años. En un contexto
inflacionario, que ya todos sabemos anda volando, esa ilógica imposición ha
pretendido mantener la ficción de que la educación, finalmente, podría
succionarse del aire.
Todos estos años, han
sido los docentes y trabajadores de dichas instituciones quienes han financiado
con su empobrecimiento salarial esa ilusoria ficción. En general, en las
universidades privadas los salarios están aún más deprimidos que en las
financiadas por el Estado. Los fenómenos de rotación y deserción profesoral se han
venido incrementando a un ritmo preocupante. Los mejores se van y la calidad,
que nunca alcanzó a igualarse al estándar público, decae alarmantemente. Los
caminos hacia una educación universitaria de calidad en este país se cierran.
No hay calidad, no importa,
pero hay título, dirán algunos. Pero hasta esa posibilidad se ensombrece. Los
elevadísimos índices de inflación en los rubros de mantenimiento –por encima
del 2000%- se han encargado por sí solos de poner los saldos en rojo y hacer
aflorar las tensiones por tanto tiempo reprimidas. La ficción de los buenos
deseos ya no da para más. Los jóvenes prefieren emprender la protesta contra
las asociaciones civiles, incluso estudiantes adscritos a las fracciones
juveniles de algunos partidos que, se supone, debieran estar mejor formados
sobre todo lo que viene ocurriendo en el país. Acabamos de ver un primer round
en la UJAP, pero también en otras instituciones privadas la procesión anda por
dentro. No es de extrañar que en algún momento alguna asociación civil prefiera
soltar las riendas de tan tamaña responsabilidad y entregárselas al Estado. ¿Y
entonces qué? ¿Mejorará ello la operatividad y calidad de esa institución? ¿Se
habrán paseado los estudiantes por el análisis de este escenario?
De alguna forma, el
Régimen logra aparentemente escabullirse de su culpabilidad en el desempeño de
su rol destructor de todas las instituciones. Ha logrado fragmentar a la
sociedad en sectores estancos que, desconectados y desarticulados, no alcanzan
a comunicarse entre ellos para unificar criterios sobre quién es el
verdaderamente responsable de este cáncer que nos invade por todos los
intersticios del tejido social. Es así como, frecuentemente, observamos
enfrentamientos intersectoriales buscando achacar responsabilidades en otros
que en la realidad también son víctimas de la descomposición. Pacientes o sus
dolientes versus médicos o clínicas privadas; padres versus maestros;
pobladores desasistidos versus alcaldías empobrecidas; estudiantes
universitarios versus profesores y autoridades y, ahora, los de las privadas
versus las asociaciones civiles.
A raíz del más
reciente paro gremial universitario, ocasionado por el segundo retardo en el
pago de la nómina que ha ocurrido en los pocos meses que van de este 2016,
volvimos a ser testigos a través de las redes sociales: de las ya casi eternas
reprimendas a los profesores por coartar el derecho al estudio de los
“pobrecitos” estudiantes. Independientemente de que dicho paro pudiese tener
alguna efectividad a estas alturas de nuestro fracaso colectivo en defender a
la Universidad y a nosotros mismos –me cuesta imaginar que al Gobierno le haya
producido una mínima picazón- queda al menos la dignidad de quienes ya no
desean seguir siendo irrespetados mediante atropellos cada vez más burdos. Ese
resquicio de dignidad que nos queda debe ser respetado. Tiene que preguntarse
uno si ya no es hora de que los jóvenes universitarios reflexionen y se aclaren
de cuáles son los auténticos victimarios de su derecho al estudio. Mientras
escribo estas líneas me entero que, por dos días consecutivos, las aulas del
campus Bárbula han permanecido sin servicio eléctrico en todo el transcurso de
sus respectivas mañanas. ¿Entonces?
¿Cuándo reaccionarán
y por qué no lo han hecho? Más allá de la situación muy peculiar de la UC que
pudiera comentarse a raíz del enojoso asunto de que no se hayan celebrado
elecciones estudiantiles por más de ocho años, la respuesta a esta doble
interrogante en el contexto general del país es muy compleja. No me siento en
capacidad de abordar un exhaustivo escrutinio de las misteriosas razones, pero
me ofrezco a organizar un equipo interdisciplinario para una exploración
conjunta en la que participen jóvenes deseosos de organizarse para la defensa
de sus derechos.
Un comentario final
que no deseo dejar en el tintero. Llama poderosamente la atención que las
fracciones juveniles de los partidos políticos, incluyendo a los más noveles
como Voluntad Popular y Primero Justicia, prácticamente hayan abandonado su
espacio natural de lucha política que es la trinchera universitaria, que
debiera constituir su primigenio campo de entrenamiento y semillero de los
futuros líderes, para privilegiar el trabajo político electoral de calle. Es
como si quisiesen todos, en franco apresuramiento, llegar a ser alcaldes y
diputados obviando la etapa de obligada formación política. ¿Sus respectivas
organizaciones políticas que les cobijan han tomado consciencia de tan
significativa desatención? ¿Cómo articulamos masivamente a los jóvenes en la
lucha por el país cuando los hemos desatendido en su espacio primario de
necesidades y formación?
Asdrubal
Romero
asdromero@gmail.com
@asdromero
Madrid
– España
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