Hace poco más de unos
100 años, para 1913, el mundo civilizado era “liberal” en sentido clásico, y
experimentaba un firme y continuo progreso, con Gobiernos ocupados en
seguridad, justicia, y obras públicas. Modestos en tamaño, poderes y gastos,
los Gobiernos eran “limitados” a esas pocas funciones.
La doctrina del
liberalismo clásico que aplicaban los Gobiernos “limitados” era más o menos
parte de la cosmovisión cristiana, basada en la Biblia. Respetaban la
naturaleza privada del comercio, como de la producción, la educación y la
cultura, de la propiedad en general, y la integridad de la familia. En los
países de aquel viejo mundo “occidental y cristiano”, las izquierdas eran
minorías extravagantes y marginales, escribiendo artículos y libros contra el “laissez
faire”, la religión y el capitalismo.
Hoy en día los
papeles se han invertido por completo. Enormes Gobiernos en todo el mundo, casi
todos populistas, socialistas y hasta comunistas, acumulan enormes e
innumerables poderes y propiedades, y recursos cuantiosos para sus astronómicos
gastos. Reprimen los mercados, y restringen la propiedad privada. Dominan la
educación. Las doctrinas afines y sustentadoras de socialismo, como el marxismo
cultural, predominan en casi todas las universidades, y en la docencia en
general.
¿Y los liberales
clásicos y conservadores? Minorías excéntricas y marginales, escribiendo
artículos, ensayos y libros en contra del socialismo y las izquierdas. Pero sin
propuestas ni planes políticos propios, afirmativos, excepto el muy tibio
“Consenso de Washington”, llamado “Neo-liberalismo”, plagado de concesiones a
las izquierdas.
Un giro de 180
grados. ¿Cómo fue? ¿Qué pasó?
Muy simple: las
izquierdas advirtieron que la gente no quiere teorías, ni solas críticas, sino
que reclama propuestas específicas, y atractivas. Sin dejar de escribir
artículos, concretaron sus proposiciones en Programas, y formaron partidos. Los
proyectos socialistas en todos los países no se limitaron a los meros discursos
abstractos, sino que incluyeron siempre un conjunto de medidas de política,
nuevos propósitos, fines y funciones para los Gobiernos. Y lanzaron demagógicas
nuevas promesas electorales en economía, educación, cultura y bellas artes,
servicios médicos y jubilaciones, etc. Con nuevos impuestos, y Bancos Centrales
con el monopolio de emitir dinero para hacer inflación de billetes, y amplio e
irresponsable crédito dispensado por una banca privada cada vez más ligada al
Estado.
Culpando al
“capitalismo” de supuestos crímenes horrorosos, disimulando su ateísmo y
enarbolando las Teologías de izquierda para atraer a los “cristianos sociales”,
los socialistas fueron tomando el poder, por las urnas o por las armas, las
buenas o las malas. Aplicando las propuestas programáticas marxistas, pero más
allá (o más acá) de la indigerible teoría marxista, escribieron en leyes y
decretos sus “soluciones” y sus “remedios”, habituales y corrientes en el mundo
desde los años ’30, los mismos siempre, en todas las naciones. Estatizaron la
educación. Hubo “reforma agraria” por doquier, creación de granjas y fábricas
estatales, “nacionalización” (o sea “confiscación” por el Estado) de bancos,
transportes y servicios, y barreras contra importaciones, un préstamo
ideológico que las izquierdas tomaron del mercantilismo.
Y ahora los
socialistas, hegemónicos en la política, la economía y la cultura, para evitar
que se les cuestione por los malos resultados, como desempleo, inflación,
pobreza, corrupción, educación pésima, inseguridad, injusticia en los
tribunales, obras públicas ausentes o descuidadas, etc., siguen en lo mismo:
acusando al inexistente capitalismo “salvaje”, y ocultando su prejuicio
anticristiano.
Te propongo, amigo
lector, un ejercicio especulativo de imaginación. Por hipótesis, suponte que
las izquierdas hubieran seguido como en el siglo XIX, en puras críticas, sin
Programas ni partidos, sin aspiraciones políticas. ¿Qué les hubiera sucedido?
Esto:
(1) Los socialistas y
comunistas seguirían siendo minoritarios, excéntricos y marginales, y
escribiendo casi para sí mismos. Porque no es atractiva una doctrina política
que se queda en meros enunciados teóricos, y no muestra vías realistas de
concretarse en la práctica.
(2) Buscando crecer,
algunos socialistas harían concesiones a la doctrina contraria, la nuestra, y
la identidad de la izquierda se desvirtuaría hasta casi perderse. Tratando de
evitarlo, muchas corrientes y fuerzas de izquierdas renunciarían a la actividad
política: se consagrarían exclusivamente a los estudios, en aislados guetos
académicos (“think-tanks”).
(3) En medio de sus
cavilaciones y discusiones, sin hacer partidos ni presentarse a elecciones, sin
mucho contacto con la realidad, sus divisiones internas les impedirían crecer a
los izquierdistas. La masa crítica de cristianos interesados en política, por
su parte, seguiría fiel a los lineamientos bíblicos de Gobierno limitado, y
permanecería fuera de su radio de influencia. El socialismo sería una fuerza
políticamente ineficaz, con una doctrina no aplicada en la práctica.
¿Te suena familiar? ¡Claro!
Es exactamente lo que le ocurre hoy al liberalismo clásico, que está
secuestrado por el “Establishment liberal” en los “tanques de pensamiento”, y
ausente de la escena política partidista y electoral. Sin Programas ni
partidos, sin aspiraciones políticas, ¡dejan el campo libre a los socialistas
de todos los colores y matices! Y en todo caso al “Consenso de Washington” tipo
Macri en Argentina, y Kuczynski en Perú, que carece de por completo de
vitalidad, empuje y coherencia como para enfrentar idóneamente al Socialismo
del Siglo XXI.
Para resolver estas
carencias, y enmendar estos errores, los del Centro de Liberalismo Clásico
hemos liberado la doctrina del encierro, y la hemos concretado y traducido en
un Programa Político: Las Cinco Reformas, y en un Plan Político: La Gran
Devolución. Somos la alternativa a las izquierdas pero también al
“Neo-liberalismo”. Puedes buscarnos y contactarnos a través de la Internet.
¡Saludos cordiales!
Alberto Mansueti
alberman02@hotmail.com
@alberman02
Bolivia
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