En las democracias
normales, ser dirigente político comporta por igual satisfacciones y
sacrificios, aunque la sociedad los detesta por las primeras, sin valorar los
segundos. Las elites económicas y culturales solo comienzan a apreciar esos
“mediocres, ignorantes, deshonestos políticos”, y las virtudes de una gris y
democracia, luego que los pierden. Pero en las entronizaciones autoritarias, la
política es drama puro, y quienes asumen la lucha se juegan la libertad y la vida,
rodeados de vociferantes y cabecitas locas que desde el confort –ahora de las
redes sociales–, les piden acciones
infantiles e imponen líneas. Van alborotando todo lo que tocan. Eso vivimos
largo en estos 17 años de Venezuela y se compara con muchas situaciones
parecidas. La torpeza del militarismo prusiano –apoyado por los grupos de poder
y las clases medias–, terminó en la aniquilación de Alemania en la Primera
Guerra.
Los dirigentes
democráticos recogieron los vidrios de la derrota, dieron la cara ante el mundo
por unos generales pomposos, ineptos y tunantes, y constituyeron la débil y
deshilachada República de Weimar. Y los sectores mencionados, en vez de
protegerla, la desestabilizaron para ellos recoger el poder del piso. Pero vino
Hitler. Cae el zarismo en febrero de 1917 y debían rodear a Kerensky para
defender la libertad naciente, pero las elites lo abandonaron. Y vinieron Lenin
y Stalin.
Dirigir de acuerdo a lo que “quiere-la-gente” es no dirigir, entre
otras porque a una entelequia no se le puede instruir sobre las repercusiones
de lo que desea. Nadie está de acuerdo con ajustes económicos o medidas de
austeridad, pero no hacerlo conduce al noveno círculo. Dirigir contra lo que
“quiere-la-gente” en teoría conduce a la pérdida de apoyos.
“Gente” en la cabeza
Pero… ¿quién es la
gente? A Pérez lo destituyeron porque lo quería-la-gente, unos grupúsculos de
revolucionarios, resentidos históricos y sifrinos, no así a Caldera aunque
terminó con 7% de aprobación sin que nadie intentara derrocarlo. En este
momento a la oposición, como de costumbre, le toca jugar fútbol maya, solo que
en vez de pelota con una granada. La dualidad entre el ambicionado vellocino de
Referéndum Revocatorio y las denostadas elecciones regionales. Unos plazos
traicioneros que se fijaron para “salir de Maduro” (la salidita la llaman
algunos chuscos) parece otro callejón sin idem y ya los de siempre blanden que
elegir gobernadores sin ese paso previo es “traición” y toda la retahíla de
ripios contra los partidos y su ansia de “puestos”. Al liderazgo le ha tocado
una sopa amarga de insultos por hacer lo correcto, pero también la miel de
ganar la AN, por no oírlos.
Pero al parecer
terminan de divorciarse de esa fauna de estrategas, savonarolas y torquemadas
de papel. Pudiera ser que el gobierno tuviera dos opciones ganar-ganar. O niega
de plano el RR, –muy probable, para cachetear a los adversarios– o le abre
paso a una acción más que incierta tal
vez fatal para sus promotores. Se deben recoger firmas de 20% del Registro
Electoral, 3.900.822, en términos que decida el CNE, curvas, rectas, planas
como las del matemático Jorge Rodríguez o geométricas como las de Kandinsky y
no hay que recontar los mitos urbanos y cortapisas sobre esa recolección. Luego
la revocación debe obtener más de los 7.587.532 votos de Maduro en 2013, para
que él quede silbando iguanas. Esa votación ocurrió en un final de fotografía
contra Capriles, después de una campaña dramática en la que la abstención se
redujo al mínimo histórico. El gobierno, en un eventual revocatorio este año
jugará simplemente a la abstención.
El verdadero
revocatorio
Lo boicoteará, y le
quitará la fuerza emocional de entonces. Habría que vender entradas para boxeo
de sombra, una pela platónica. La abstención del PSUV tendrá el efecto demoledor
de eliminar el secreto del voto, piedra angular en la estrategia opositora, lo
que afectará a los empleados públicos y a muchos otros. Después del 6D el
liderazgo democrático ha caído en la autotrampa de poner plazos que terminan
traicioneros, en vez de insistir en que no hay atajos de ningún tipo, sino
hacer la tarea. La tentación de los dados, Rosalinda, facilita disturbios como
eso de que cada uno tiene “su método”, porque con método todo se resuelve. No
conviene olvidar que el problema es una relación de poder a tres y es allí
donde se estará el desenlace. La próxima
fase del método terrenal –sin olvidar que hay milagros e imponderables– es
ganar abrumadoramente las regionales.
Ese es el verdadero
revocatorio, que gente del gobierno piensa impedir y más bien habría que salir
al paso a ese plan. Hay que cuidarse de que la brega por RR contribuya
indirectamente a esos fines enroscados. Recuperar el Zulia, rescatar Aragua,
Táchira, Mérida, Barinas, Anzoátegui y Carabobo, entre otras. Ese es el verdadero
revocatorio.
El liderazgo no consiste en hacer saltar de emoción a sus seguidores todos los días, para luego terminar en llanto a la hora de la verdad, sino obtener victorias y finalmente la victoria. Después vendrán las reconciliaciones con los que difamaban. Una de las inolvidables secuencias del 6D es haber visto cómo los que escupían a los colaboracionistas, sin mediar palabras se cambiaron el saco y comenzaron a dar recomendaciones sabias a la nueva mayoría. Lo que digan no importa.
Carlos
Raul Hernandez
carlosraulhernandez@gmail.com
@CarlosRaulHer
El
Universal
Caracas
- Venezuela
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