Visité por
primera vez Panamá a finales de los
setenta, fue en un viaje de trabajo del grupo de cursantes civiles y militares,
del postgrado impartido por el Instituto
de Altos Estudios de Defensa Nacional. Coincidió con unas declaraciones de la
Cancillería venezolana en torno a las
dictaduras, que no fueron bien recibidas por el gobierno de Torrijos, por lo
que nuestro viaje de estudios no fue muy productivo. Pero en todo caso me
agradó el país, aquél verde intenso observado desde el C-123 cuando se
aproximaba a la pista del aeropuerto internacional Tocuman posteriormente
bautizado Omar Torrijos, y luego nuevamente Tocuman, como solo se puede
observar en Centroamérica en su imponente y envolvente vegetación tropical,
bañada por la brisa de dos océanos.
Nuevamente en
1982, como turista privilegiado, ya Venezuela había abandonado la doctrina
Betancourt, y desde Bogotá me desplacé para visitar al Embajador venezolano
acreditado en ese país, con quién había trabado amistad en tiempos del
canciller Arístides Calvani.
Allí definitivamente
quedé prendado de Panamá y su gente, de esa pluralidad cultural conviviendo
bajo el sudor, la lluvia incesante, el sopor de la humedad, el comercio, el
canal, las ruinas de Portobello, Ciudad
Vieja cien veces saqueada y quemada por los piratas, y el impacto inescapable
del Caribe con su ritmo, despreocupación y bonhomía bañada con ron y gotas de
agua de coco. Imaginaba a Vasco Núñez de Balboa, llegado de Santa María la
Antigua del Darién, luego de haberla fundado, para ir al encuentro de la Mar
del Sur cruzando la selva, espantando mosquitos, evadiendo serpientes,
alacranes, las crecidas de los ríos, cortando bejucos y su impresión cuando por
primera vez un europeo divisó lo que luego se denominaría Océano Pacífico.
Hubiera preferido que le dejaran su nombre original, la Mar del Sur, como él la
bautizó sumergido hasta las rodillas y, golpeándola con la espada, tomó
posesión de ella en nombre del Rey Fernando.
Y desde finales
de los ochenta no dejé de visitarla, ya en otras lides, acompañando soñadores
que sembraban democracias en la región, conociendo Contadora, sus montañas,
valles y el Caribe. Gente buena, con dignas descendientes de Anayansi, aquella
princesa que desposó Balboa para paliar en su regazo sus alegrías, angustias y
soledades.
Gente generosa y
alegre, trabajadora y desprejuiciada; allí no hay colores ni alcurnias, ni
divisiones religiosas, son un puerto permanente, abierto para entradas y
salidas, donde llega gente buena, y mala que termina por no adaptarse. Donde
todos son iguales, hasta ahora; los llamados “rabiblancos”, una curiosidad o
extravagancia heredada de la colonia, pero hasta allí. Los demás, todos son
Mano e‘piedra Durán, Rubén Blades y Mariano Rivera, el que mandaba a apagar las
luces del Yanquee Stadium, cuando cerraba el noveno. Eso es Panamá, un país
para querer y quedarse.
¿Los papeles?
Hay que buscarlos en Luxemburgo, Liechtenstein, Caimán y, en la Guía de
Paraísos Fiscales del Ministerio de Hacienda del El Salvador (DG-001.
Septiembre del 2015). Poseer o ser parte de una empresa “Offshore” no es
ilegal, por el contrario, podría ser conveniente y necesario, por razones de
seguridad o estrategia comercial. Lo ilegal, sospechoso, inadecuado e inmoral
es utilizarlas como medio para cometer un acto criminal, como es la evasión de
impuestos, el lavado de dinero proveniente de la corrupción, el narcotráfico,
de armas, personas y hasta de órganos humanos.
El control
bancario de Panamá es muy estricto, por lo que no está en la lista de Paraísos
fiscales. De modo que si un bufete de abogados se ocupa de crear las
condiciones, el seguimiento y asesoría para la perpetración del delito, es el
bufete que debe responder ante la ley, si fue el caso. Por lo demás, Panamá
como Estado es inmune ante el escándalo mundial, por el contrario, le ha hecho
un bien a la humanidad al detectarse quiénes son los líderes políticos,
moralistas, empresariales, deportivos, artísticos que predican una conducta y
practican otra. Lo que sí, es que los Papeles de Panamá han contribuido a
desenmascarar y evidenciar a quienes tienen algo que ocultar, y no debían
hacerlo.
Juan Jose Monsant
Aristimuño
jjmonsant@gmail.com
@jjmonsant
El Salvador
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