EL PANORAMA NO LUCE FAVORABLE
De los anuncios y posiciones públicas de Donald Trump se puede inferir
que lo que probablemente caracterizará la política económica de su gobierno
será el proteccionismo comercial, una política de gasto público fuertemente
expansiva concentrada en el desarrollo de infraestructura y defensa, y recortes
impositivos. Eso implicaría, por una parte, la revisión de tratados comerciales
--como los suscritos con México y Canadá, así como con las economías del
Pacífico--, mayores aranceles, y presión sobre las empresas norteamericanas
para que inviertan localmente y abandonen planes de inversión foránea; y, por
la otra, mayores déficits fiscales que obligarían a ampliar el endeudamiento
del sector público. Esto último presionaría al alza las tasas de interés de esa
economía, y podría verse esa tendencia reforzada por una política monetaria
restrictiva implementada por la Reserva Federal ante los temores de un repunte
inflacionario.
Como bien explica Xavier Vidal-Folch en su artículo “El Fantasma de la
Gran Depresión” (El País, 20/1/2017), las mayores tasas de interés atraerían
capitales hacia los Estados Unidos, fortaleciendo aún más al dólar y
debilitando la competitividad a los productos norteamericanos a nivel mundial.
Ello contribuiría a estimular las importaciones de Estados Unidos y a limitar
sus exportaciones, ensanchando así su
déficit comercial. Pero, a la larga, el alto desequilibrio externo
norteamericano acabaría debilitando al dólar, máxime si otros gigantes
comerciales, como China, mantienen sus monedas subvaluadas. Al igual que lo sucedido en administraciones
anteriores, como las de Reagan y George W. Bush, es probable que en la de Trump
se materialice una situación de déficits gemelos, el fiscal y el comercial, lo
cual tendría importantes repercusiones.
Como ya explicara en mi artículo “Los déficits de Bush”, escrito hace ya
más de 12 años (El Universal, 13/11/2004), una situación como esa limita el
crecimiento del orbe, ya que los mayores costos de financiamiento restringen la
demanda y generan efectos recesivos a nivel global, particularmente si las
principales economías mundiales elevan sus aranceles para impedir el deterioro
de sus balances comerciales, ya que ello limitaría las posibilidades de
exportación de las naciones con mayor capacidad competitiva. Adicionalmente, lo
países altamente endeudados en monedas fuertes, como es el caso de varias
naciones latinoamericanas, tendrían que destinar un alto porcentaje de sus
recursos a honrar esas deudas, limitando la disponibilidad de fondos para el
desarrollo de su capital físico y humano, con las negativas consecuencias
sociales y económicas que ello acarrea. Ese es el típico caso de Venezuela.
Los anuncios de desregulación a la exploración petrolera en áreas hasta
ahora protegidas en los Estados Unidos también pueden afectar a los países
exportadores de petróleo de forma importante. El objetivo que persigue la nueva
administración norteamericana es reducir la dependencia de suministro externo
de petróleo de ese país, por lo que no sería de extrañar que en un futuro nuestras
exportaciones de hidrocarburos a esa nación, nuestro principal cliente, se vean
aún más reducidas, debido no solo a la declinación de nuestros volúmenes de
producción, sino también por los recortes de demanda del país del norte. Esto
podría exacerbarse como consecuencia de un deterioro aún mayor de las
relaciones políticas y diplomáticas entre ambas naciones, máxime con la
manifiesta actitud anti latina del nuevo presidente.
Como se ve, el panorama no luce favorable. Al contrario, debemos tomar
conciencia de que los tiempos que vienen serán muy difíciles y atípicos, con
una nueva administración norteamericana caracterizada por el proteccionismo, el
egocentrismo, la falta de diplomacia, la tosquedad, la rusticidad y la
antipatía manifiesta hacia los latinoamericanos. No será fácil tratar con gente
así.
Pedro Palma
palma.pa1@gmail.com
@palmapedroa
El Nacional
Caracas - Venezuela
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