-A HERNÁN CRESPO (IN MEMORIAM)-
Esa mezcla de rabia, dolor e impotencia; pareciera se han vuelto
sentimientos comunes en los venezolanos. Leemos los diarios y son tan pocas las
noticias buenas que se encuentran, que ya ni nos provoca (a muchos),
mantenernos informados.
Y aquí está lo mismo de siempre. La comida, las medicinas, la inflación que nos lleva a la falta de dinero,
atracos, crímenes y pare usted de contar.
Nos enteramos de un robo del automóvil de alguien mientras estaba en el
cine o cuando lo dejó estacionado en algún sitio mientras trabajaba o hacía
alguna diligencia. Que atracaron a una señora saliendo del supermercado o del
banco. Y en el peor de los casos que asesinaron a un joven, a un padre de
familia, a una abuela, para intentar
robarle, o porque no pudieron robarle o porque le robaron. Leemos estas cosas,
las escuchamos y pensamos ¡qué vaina!.
Nos proponemos andar con cuidado en la calle, ver bien para uno y otro
lado al llegar a casa. Decidimos no salir a una cafetería, si vamos a un centro
nocturno es hasta muy temprano y aferrados a cuanta oración nos sabemos,
volvemos a nuestra morada; las reuniones entre amigos son ahora vespertinas y si acaso se hacen en
la noche pues preferimos pernoctar en el domicilio del anfitrión y salir de ahí
al amanecer. Total, pensamos que es más seguro,
pero igual vamos por el camino pidiéndole al Altísimo nos proteja.
Leemos, escuchamos; pero cuando nos toca de cerca ¡es tan triste! Que no
logramos comprender nada de nada, solamente sentimos como el alma se desgarra.
Hoy estuve en el funeral de un amigo de la infancia, de esos que se convierten en “hermanos de vida”. Un
hombre bastante joven, empresario, emprendedor, padre de familia, esposo, hijo,
hermano; quien recién llegó de pasar navidades con su familia fuera del país y
estaba a la espera del retorno de su gente a casa. Era muy temprano y él
llegaba de hacer algunas compras y unos delincuentes (aún con todo el sistema
de seguridad que rodea su vivienda), quisieron robarle su camioneta y no
conforme con pretender despojarlo de sus pertenencias, le dispararon a quema
ropa y al verlo en el piso desangrándose huyeron con las manos vacías; pero eso
sí, con el gusto de haber mal herido a un inocente.
Me he preguntado ¿Por qué hacen esto? ¿¡Por
qué arrebatarle la vida a un hombre honesto y trabajador!? ¿Quiénes lo
hicieron? Sólo se sabe que eran
jóvenes los criminales. Sí, son jóvenes
la gran mayoría de ladrones y rateros que pululan por este país asaltando y
matando personas a diestra y siniestra.
Son muchachos que han crecido en esta
nefasta revolución, son los llamados hijos de la patria. Son esos que desde
niños han escuchado aquellas célebres palabras “el que tenga hambre, que robe”
dichas hace algunos años por el fatídico presidente Chávez y repetidas más de
una vez después de ese día.
Son esos,
que les han inculcado que quien tenga un
carro (modelo y año que sea), quien ande
bien vestido, quien pueda darse
el gustico de un viaje, quien viva mas o menos bien (creo que ya nadie en este
país vive bien, bien), es malo y piensan que tiene dinero de sobra y por ello
hay que quitarle lo que se ha ganado con el fruto de su trabajo. Y sea un auto,
una moto, una bicicleta, un apartamento o una casa, o, que simplemente cargue
en sus manos dos o tres bolsas con comida ya es motivo suficiente para atracarle
y muchas veces sin poner resistencia el atracado, matarle de manera vil y
despiadada, como le pasó a mi hermano de vida.
¿Hasta cuándo estaremos presos de esta situación? Presos del miedo,
presos en nuestros hogares entre rejas, candados y costosísimas puertas de
seguridad, presos de la rabia que ocasionan estos actos, presos del deseo de
salir de unos funestos gobernantes que se enriquecen cada vez más, mientras el
pueblo cada vez más se empobrece, cada vez más sufre y cada vez más pierde
seres queridos.
Presos del llanto por el dolor, presos de la agenesia de ver un
país destruido, presos de una guerra del pueblo contra el pueblo. Presas las madres de sus oraciones por sus
hijos, pidiendo a Dios cada minuto del día protección para sus vástagos.
Hoy una familia más, de las millones de familias en Venezuela, está
destrozada. Una madre de 93 años con signos de alzheimer que en sus ratos de
claridad mental pregunta por su hijo. Unos hijos que lloran a su padre. Una
esposa que se siente a la deriva. Unos hermanos
que no entienden por qué les pasa
esto, pero que tienen que ser fuertes y seguir adelante. Y estamos sus amigos
de siempre, desconsolados.
Hoy, estuve en el funeral de mi “hermano de vida”. Escribo estas líneas y mis ojos se llenan de
lágrimas; lágrimas de aflicción, de
coraje. Y en mi mente a pesar de tantos sentimientos encontrados, busco y
quiero aferrarme a los recuerdos plenos de anécdotas gratas vividas a lo largo
del tiempo (porque sólo eso nos queda).
Angela Desiree Palacios B.
angeladesiree18@hotmail.com
@A_Desiree18
Lara - Venezuela
Extraordinario escrito, la pura verdad
ResponderEliminarBuenos días Oscar. No había visto tu comentario, es ahora porque me dice Egilda. Lamentablemente es la realidad que vivimos a diario en nuestro país. Y lamentable la pérdida de nuestro amigo H.Crespo. Abrazo
EliminarBuen día Oscar
ResponderEliminarno había visto tu comentario, recién me avisó Egilda...
Lamentablmente es lo que vivimos a diario y una pena la pérdida
de nuestro amigo H. Crespo
Abrazos