LA LEGITIMIDAD ESTA DE ESTE LADO
Nicolás Maduro, bien se sabe, posee el control de todas las
instituciones del Estado, en la práctica, instituciones del gobierno rojo,
excepto de la Asamblea Nacional. Pareciera que bastara una resolución de los
amanuenses del Tribunal Supremos de Justicia para que al Parlamento le sean
colocados unos candados; o, si se quiere mantener algunas fórmulas
representativas, para que los diputados opositores sean inhabilitados y
proscritos, y la AN sea ocupada únicamente por la bancada oficialista, tal como
ocurrió el año pasado en la Nicaragua sometida a la voluntad de Daniel Ortega.
No sería necesario rodear con tanques la sede del Poder Legislativo,
expediente utilizado por Alberto
Fujimori en Perú en 1992. El Parlamento caería bajo las garras de Maduro sin
posibilidades de que haya resistencia institucional interna.
¿Por qué si todo luce tan
sencillo, y a pesar de las continuas amenazas de Maduro, Cabello y otros
personajes del régimen, y de los temores de dirigentes opositores, no se ha
producido un ortegazo o, más remoto, un fujimorazo? Esta compleja pregunta no tiene una respuesta sencilla ni
incuestionable. Sólo puede responderse con hipótesis.
Las tensiones de Maduro con la AN
se producen en una fase de caída perpendicular de los ingresos petroleros,
dentro de la crisis económica más pavorosa vivida por la nación y en medio de
la caída más colosal que se recuerde de la popularidad de mandatario alguno;
menos de 10% de los venezolanos aprueban la gestión del Presidente. En este
cuadro, la intervención del Parlamento solamente llevaría a profundizar el
colapso económico, aumentar la impopularidad del jefe de Estado, ya muy
aislado, y reducir la esfera del
gobierno a la práctica de la represión pura y simple. Ortega y Fujimori
llevaron a cabo sus respectivos golpes contra el Congreso cuando eran
favorecidos por las encuestas debido a que las economías de Nicaragua y Perú
crecían a tasas importantes, esos países habían estabilizado sus variables macroeconómicas,
especialmente la inflación, los negocios florecían y, en Perú, la violencia
demencial desatada por Sendero Luminoso y el grupo ultraizquierdista Túpac
Amaru había sido derrotada. En ese ambiente tan favorable, ambos gobernantes
autoritarios consideraron que había llegado el momento de entronizarse en el
poder asestándole un mazazo al Poder Legislativo. Por la popularidad de esos gobernantes, en el
plano interno no se produjeron protestas masivas significativas. Los autócratas
lograron imponer sus deseos sin mucha resistencia, e incluso con cierto
beneplácito popular. En la esfera internacional, las respuestas fueron tibias.
Carlos Andrés Pérez, demócrata por vocación y convicción, fue de los pocos mandatarios que rompió
relaciones diplomáticas con Fujimori.
Maduro se encuentra a años luz de ese ambiente idílico. Su gestión es un
infierno por donde se le mire. Una
arremetida contra la AN terminaría de hundirlo en el desprestigio nacional e
internacional, y contribuiría a que la oposición se galvanice de nuevo.
En otro plano, la crisis fiscal por la que atraviesa el gobierno de
Maduro lo obliga a contraer empréstitos internacionales. Los precios del
petróleo se mantendrán alrededor de los $50 durante un período prolongado. Esta
cifra sería suficiente para una administración cautelosa y racional, pero para
los rojos, habituados a saquear el erario público, resulta insuficiente.
La
globalización ha introducido un cambio notable en las modalidades del
endeudamiento. Los organismos internacionales saben que los gobiernos cambian,
mientras los países perduran. Los países tienen que comprometerse a través de
los órganos que representan la soberanía popular. En una república, el
depositario de esa soberanía es el Parlamento. Los gobiernos no pueden contraer
deudas importantes si no son avaladas por el Poder Legislativo. Si Maduro no
obtiene el apoyo de la AN, ningún organismo internacional o gobierno se atreverá a prestarle las
cuantiosas sumas de recursos que necesita para financiar su elefantiásico e
inoperante Estado. Este hecho obliga a un matrimonio morganático entre Maduro y
la AN. Colocar unos fantoches en el Parlamento, como hizo Ortega, y convertirlos por obra y gracia del TSJ en
los genuinos representantes del pueblo, no le servirá de nada. Tampoco,
enjaular el Parlamento. El mundo sabe que la oposición ganó las elecciones
parlamentarias con algo más de ocho millones de votos. La legitimidad se
encuentra de este lado.
La cohabitación inevitable de Maduro con la AN opositora debería ser
aprovechada por la MUD para extraerle
acuerdos al régimen que favorezcan la salida pacífica a la crisis y la
recuperación sostenida de la democracia.
Trino Marquez Cegarra
trino.marquez@gmail.com
@trinomarquezc
Miranda - Venezuela
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