Si algo es importante para quienes pretenden ejercer la buena política es el sentido de la oportunidad. Cualidad está muy distinta al bien conocido oportunismo que se ejerce a veces con sentido ético cuestionable cuando un evento sobrevenido parece brindar la oportunidad para intentar reavivar causas que a duras penas se sostienen.
Pero la pandemia tiene sus propios códigos y sus propios tiempos y el Gobierno los leyó rápido y tomó la delantera en un enfrentamiento con el enemigo nuevo que se le presentaba y que con suerte le serviría también para demostrar que el viejo, el de siempre, hacía una vez más la lectura equivocada del momento y de la oportunidad y que él era el único que podía proteger a su rebaño.
Hoy, cuando de las recompensas millonarias por las cabezas ya nadie habla, cuando los barcos que presagiaban la guerra son obligados a retirase porque el contagio de sus tripulaciones pone en primer lugar la vida, cuando el miedo encierra a la gente en su casa y cuando es más evidente que nunca que a pesar del apoyo que la comunidad internacional le sigue dando a la oposición venezolana todos ponen en primer lugar su propia lucha contra la pandemia, queda claro que equivocar los tiempos puede al final fortalecer al adversario por más grande que sea su chapuza.
Un Gobierno con las arcas vacías, con el precio del petróleo cercano a 0, sin capacidad de responder desde el punto de vista sanitario a la crisis, y con un pueblo hambreado, pudo haber sido acorralado por una oposición unida en torno a ideales democráticos que hubiera presionado por respuestas concretas para resolver los apremiantes problemas de la gente.
Pero acostumbrado a pelear con un adversario que lo amenaza con la guerra, necesitado de él, encuentra en la combinación de pandemia y amenazas la forma de enfrentarla a su medida. La usa a su favor, se atrinchera, se victimiza en las sanciones y bloqueos. Miente y reprime sin que nadie le haga verdadera oposición porque la guerra con la que amagan no es más que una construcción febril. Un triste sucedáneo de la fuerza real que no se supo construir a lo interno contando con los recursos propios.
Con las cabezas que nunca rodaron, con los barcos que se retiran, con el cada vez más cansón “tienen que irse», con los reportes inverificables de casos diarios, sin gasolina, con más represión y terminando de destrozar lo que quedaba de economía con más controles, Maduro enfrenta la pandemia en un país que se cae a pedazos, sin oposición, mientras ve y nos recomienda ver series de Netflix.
Adriana Moran
adrianamoran@gmail.com
@NuevaTec47
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