1.- No resulta muy útil emplear demasiado tiempo en considerar lo que hubiera podido pasar si no se toman –o si se toman– determinadas decisiones. Lo que ha podido pasar es cualquier cosa, incluida la que ocurrió. De tal modo que no tiene sentido lógico, histórico y metafísico, hacerlo, porque siempre es una queja recubierta de llanto, en el tono de lo que pudo haber sido y no fue; lamento que cuadra en la voz del Inquieto Anacobero, Daniel Santos.
2.- Pese a toda esa
prevención, siempre es ilustrativo hacer ejercicios retóricos de esa naturaleza
para colocarse frente a situaciones complejas. Es criterio generalizado que
Carlos Andrés Pérez fue un demócrata íntegro, que resignó el mando ante la
decisión de la Corte Suprema de Justicia en 1993 y aceptó las consecuencias
policiales, judiciales y políticas de esa decisión. Todo el mundo sabe que esa
fue una oscura maniobra del fiscal y los magistrados de la CSJ, en el ambiente
envenenado de entonces, con “notables” y oligarcas al mando. Pero, CAP, el demócrata,
aceptó la decisión aunque, como augur, anunció las consecuencias que se
padecerían.
3.- Pensemos qué habría
pasado si CAP hubiese escogido rebelarse contra la maloliente e indecente
tramoya: tal vez habría sido recordado como el autócrata aferrado al poder; el
autoritario que violó las reglas de la democracia; el que habría traicionado su
trayectoria, bla, bla, bla. ¿Habría seguido la democracia? Digamos, después de
Caldera, ¿habría continuado con otro prócer civil y otro y otro?
4.- En la segunda
presidencia de Caldera, en la primera mitad de su período cuando la izquierda
que lo había apoyado pesaba más y estaba el rifirrafe con el Congreso dominado
por la oposición, hubo varios de sus partidarios que pedían un “fujimorazo” (la
disolución del Congreso) para poder realizar la obra de gobierno, a lo cual
Caldera se negó. Después que adoptó las políticas de CAP con el apoyo de Acción
Democrática (y del Congreso), esas presiones se desvanecieron, Caldera hizo su
gobierno sin “fujimorazo” y terminó siendo bastante impopular, aunque también
demócrata a carta cabal.
5.- Casos opuestos hay
muchos. En Perú, después de disolver el Congreso y convocar elecciones,
Fujimori alcanzó cotas de popularidad altísimas. Por su lado, estos días,
Bukele se tiró una apuesta autoritaria al usar su mayoría parlamentaria para
destituir al fiscal y a los miembros de la Sala Constitucional del máximo
tribunal de El Salvador. Las maromas constituyentes y constitucionales de
Chávez y de Maduro son conocidas.
6.- Estos ejemplos,
arbitrarios, disímiles, con personajes incomparables entre sí, solo tienen la
intención de mostrar una tensión entre la sobrevivencia de la democracia y los
recursos autoritarios empleados (o no empleados como en los casos de CAP y
Caldera), que colocan una gran interrogante sobre este sistema político.
Mientras todo el mundo juegue el mismo juego, no hay problema: hay los
estira-y-encoge naturales que flexibilizan los músculos del sistema y lo
mantienen alerta; cada participante conoce sus límites, sofrena sus bríos de
rebasarlos y si alguien lo hace, las instituciones de reconocida legitimidad lo
reconvienen.
7.- Sin embargo, cuando
en el juego hay quienes quieren controlar el poder por las buenas o por las
malas, con respaldo popular muchas veces, los gobiernos democráticos carecen de
defensas apropiadas; la legitimidad de sus instituciones y de sus acciones no
basta. Se convierte la democracia en un orden extremadamente débil que si se
defiende, yerra, y si no se defiende, también.
8.- Cuando ha habido
democracias fuertes y son atacadas por quienes quieren destruirlas, las obligan
a desnaturalizarse. Así ocurrió cuando Fidel Castro y su gente se montaron con
grupos locales a promover guerrillas; no lograron destruir las democracias pero
sí las obligaron a desfigurarse, al menos por períodos, con violaciones mayores
o menores a los derechos humanos y políticos. Cuando estos sistemas están
debilitados, como en muchos países en América Latina y el Caribe, sus enemigos
casi siempre ganan: o las capturan desde adentro o las deslegitiman al hacerlas
responder con la represión que siempre será rechazada.
9.- Estos rodeos y
alusiones están toreando una duda fundamental que es el título de la nota:
¿pueden las democracias sobrevivir a la impopularidad? Lo que se ve en la
región, ¿no será la larga marcha a un destino opaco, de libertades
administradas desde arriba por autoritarismos que se volvieron necesarios? ¿El
apoyo de las masas será a costa de la ruina de las instituciones del sistema?
10.- En Venezuela,
¿podrá recuperarse la libertad sin “mano dura”? ¿No habrá un período de
transición no democrático para llegar a la democracia? ¿Cómo será la historia
con los colectivos, las guerrillas, el narco, los Coquis y otros de similar
pelaje y armamento? Quien no se plantee estas preguntas no se plantea, en serio,
la transición.
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