Creo que
todo mundo conoce la fascinante historia del rescate de la Gran Bretaña de las
fauces del socialismo, provocado por lo que se llamó la revolución de Margaret
Thatcher en los años 80. Pero lo que nadie sabe, fue el papel que jugara
alguien llamado Keith Joseph, a quien la misma Thatcher se refería afirmando:
“Sin Keith Joseph yo no habría sido primer ministro y lo que llaman mi
revolución, deberían llamara la revolución de Joseph, Britania tiene una gran
deuda con ese hombre”.
David Young
era un exitoso empresario que con tristeza veía la forma en que la economía
británica estaba postrada a punto de la agonía, y sus negocios se iban al
precipicio. Pero, lejos de conformarse, decidía luchar para extinguir el tumor
que amenazaba la vida de su país. Había decidido llevar a cabo una lucha
ideológica y, lo asombroso era que, siendo un hombre de izquierda, llegaba a
entender y aceptar su equivocación e iniciaba su educación acudiendo a todos
los escritos de un político muy especial, Keith Joseph, a quien se le conocía
como “el monje loco” (algo que algunos de mis enemigos ideológicos también me
brindan). Young aprovechaba un evento para presentarse con él y ofrecerle su
ayuda como voluntario.
Joseph
aceptaba la oferta, pero le aclaraba preguntando: ¿Cómo quieres participar en
algo que no conoces ni entiendes? El hombre se sorprendía para, a partir de
esos momentos, se sumergió en toda clase de lectura acudiendo a Hayek, Mises,
Bastiat, Jefferson, que le diera ese conocimiento y así tomaba la bandera de la
reconstrucción del pensamiento económico y político de la isla británica
provocando una ola.
Esta ola se
extendería por todo el mundo y, sin lugar a dudas, Keith Joseph sería quien más
aportara a este gran esfuerzo para darle una nueva cara al debate, para luego
tomar una gran variedad de ideas, acomodarlas, y lanzar una poderosa crítica de
la economía mixta y el estatismo. Y, en su momento, darle la forma de un
programa político. Una agenda que, a su tiempo, fuera articulada y ejecutada
por la más importante de sus discípulos, Margaret Thatcher. Ella logró que esas
ideas se operaran, pero fue Keith Joseph quien creara ese potente paquete en la
segunda mitad de los 70s, una era en la cual las premisas de economía mixta
jamás habían sido cuestionadas a pesar de que el sistema se tornaba
disfuncional y el Imperio Británico se hundía.
Como el
Consenso de Attlee de los años 40 se había convertido en el texto para los
gobiernos y políticos durante los siguientes 40 años, lo que se iniciara en los
seminarios de institutos de investigación en los años 70 y 80, tomaba forma en
el programa de Thatcher como una receta para establecer la agenda global de los
años 90. La combinación de inflación desbocada, sin crecimiento, desempleo,
conflictos laborales y descontento social, pedía de inmediato alguna forma de
cambio. Así, Thatcher afirmaba, “vivimos un tórpido socialismo que se ha
convertido en la sabiduría convencional de la gran Bretaña. La interminable
crisis—económicas, fiscales e industriales—bajo los laboristas, nos ha
provocado el pensar y proponer políticas lejanas a la verdadera sabiduría
convencional borrando la línea de compromiso”.
Era una
representación de la lucha de Joseph hacia la libertad pues se daba cuenta que
lo pregonado no era el camino y afirmaba: “El problema no es que el gobierno no
lo hacía bien, la realidad era que el gobierno trataba de hacer demasiado. Y,
la fuente de este vía crucis es el consenso post guerra del estado interventor.
El enemigo es el estatismo. Y lo que se debía cambiar era la cultura política
del país y la forma de combatirlo debía ser a través de una guerrilla
intelectual”. Sin embargo, el líder de los conservadores y primer Ministro
reviraba: “No es que las políticas hayan fallado, eran las correctas, pero no
persistimos con ellas el tiempo suficiente”.
Margaret
Thatcher rediseñaba la relación entre estado y mercado, retiraba al gobierno de
los negocios atacando la idea persistente de la sabiduría del gobierno.
Modificaba el énfasis de la responsabilidad estatal hacia la responsabilidad
individual, siempre dando prioridad a la iniciativa, los incentivos, y la
generacion de riqueza en lugar de su redistribución e igualdad. Ella celebraba
y admiraba el emprendimiento de negocios. Su bandera fue privatización, pero,
bien hecha, y con sus resultados se formaba el anatema por todo el mundo y,
hacia los años 90, era claro que había establecido una nueva agenda económica
para provocar el gran disgusto del establishment mundial.
Keith
Joseph afirmaba con gran orgullo: “Los años de Thatcher rescataron al Reino
Unido de un manoseado productor a una economía liderada por el consumidor y de
nuevo era una economía competitiva. Y fue la convicción la que logró el proceso
funcionara. En el pasado, gente ordinaria acudía al laborismo para mejorar sus
vidas. Ahora, ellos entienden que la libertad y un sector emprendedor bajo la
ley, es mejor que un masivo gobierno en control de la economía y de la gente”.
La Thatcher lo afianzaba afirmando, “socialismo era el sabor de esos tiempos.
Lo experimentamos y los conservadores no hicieron nada para combatirlo. Pero,
para mí fue muy simple. El estado no tiene por qué ordenarnos que hacer. Era
muy obvio para la gente que socialismo es aceptar el declive. ¿Alguien lo
podría entender? La gente aceptando la mediocridad”.
Pasaba
luego a definir su opinión en las responsabilidades del gobierno: “Primero,
mantener finanzas sanas. Segundo, asegurar una propia fundación de la ley para
que industria, comercio, servicios y gobierno florezcan. Tercero, defensa.
Educación seria el Cuarto, la ruta hacia las oportunidades. Quinto, una pequeña
red social, pero hacernos estas preguntas ¿Cómo proporcionar una red efectiva
sin crear o reforzar la cultura de la dependencia? ¿Cómo debemos sostener las
virtudes de una sociedad civil?” Cerraba: “Todo esto lo iniciamos Sir Keith y
yo y lo hicimos con ideas y creencias. Eso fue todo. Se tiene que empezar con
creencias, siempre con creencias y defenderlas hasta la muerte”.
Pero, en
noviembre de 1990 la dama de hierro era expulsada de la oficina de primer
ministro con gran participación de miembros de su partido y de su gabinete, por
oponerse a la Unión Europea y, sobre todo, a ceder el manejo monetario del país
a la burocracia de Bruselas. Porque, según ellos y por órdenes del EP global,
era demasiado nacionalista, demasiado pro Britania. Y, lo más sorprendente,
ellos la definían como rígida, demasiado apegada a sus creencias que siempre
defendía ante todo y ante todos. Es decir, su fuerza moral y sus convicciones
eran las armas para lincharla. Curiosamente eran los mismos calificativos que
sus enemigos le aplicaran a Trump para también lincharlo.
Ricardo Valenzuela
chero@reflexioneslibertarias.com
@elchero
México – Estados Unidos
http://refugiolibertariol.blogspot.com
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