Nada es como parece ser. Es el dilema sobre el cual gira el mundo. Y con él, la vida misma. Sobre todo, la vida trajinada por la política mientras envuelve a todo en su atrevido zarandeo.
Las realidades siempre buscan ajustarse a una motivación. Y es la que más cerca se halla de toda situación regida por una suerte de ley azarosa que puede regir los hechos que la desesperación, la inmediatez y la resignación provocan como condiciones de vida. Es un tanto lo que quiso demostrar el ingeniero aeroespacial Edward Murphy, mientras trabajaba para la Fuerza Aérea de su país, EE.UU, en 1949. Su trabajo era en un laboratorio donde experimentaba con fuerzas gravitatorias. Observó que a pesar del esfuerzo que se le imprime a toda tarea, casi siempre el fracaso se hacía presente. Casi a manera de ley natural
Este principio es lo que anima a revisar la movilidad a la que se somete el devenir de la política, desde la óptica de Murphy. Desde luego, toda vez que el ejercicio de la política lleva a atender mayormente lo que resulta mal, antes que lo que sale bien. Tanto así que muchas veces se tiene la sensación de que siempre todo sale mal. Por esta razón, bien vale acudir a Murphy para indagar la causa que conduce al fracaso a muchas consideraciones políticas. Y hasta de importancia.
Aunque suele ser un rasgo de la cultura que ha sumergido a Venezuela a vivir la racha de verse atrapada en un laberinto. En un enredo. En una complicación que pensada cual embrollo, siempre tiende a verse como un recurso del pesimismo. O como excusa para evadir la responsabilidad. O la forma de acusar a otro sin causa válida. Y menos, justa. O a modo de justificar cualquier actuación o disposición desde la arbitrariedad.
Generalmente, en el ejercicio de la política, se vivencian momentos protagonizados por acusaciones. Inculpaciones que van y vienen. Es lo que hace traer a colación la Ley de Murphy toda vez que “si algo puede ocurrir, ocurrirá”. Es la oportunidad de la cual se vale todo rufián a quien se le hace fácil esconderse en los intríngulis de la política. O porque intenta preparar su huida “por la tangente”.
Al igual que el espíritu de la Ley de Murphy, el ejercicio de la política que tanto ha maltratado a Venezuela, en todas sus manifestaciones, se basa en la táctica defensiva que procura realizar cualquier persona. Y que en el ámbito de la política, escarba el dirigente político u operador político, revestido como funcionario o activista de algún partido político que actúa como decisor en cualquier línea de batalla, para salirse con la suya. De esa forma, le resulta sencillo culpar del error o del problema en cuestión a otro. Para entonces, ya habrá considerado los más sagaces escenarios posibles para emprender su escape.
Es lo que aducen los argumentos que han inspirado las narrativas que desarrollan libros como ¿De quién es la culpa?; La culpa es de la vaca; ¿Quién se ha llevado mi queso?; Un pavo real en el reino de los pingüinos, entre otros.
Lo paradójico del asunto
Aún cuando la Ley de Murphy no responde a una comprobación científica, en el sentido estricto, se tiene como un concepto profundamente popular toda vez que se reconoce que su origen es claramente coloquial. De todos modos, se ha intentado condensar su principio a fin de convertirla en una ley plenamente universal.
Sin embargo, las realidades políticas pueden dejar ver la analogía que resume lo que el ejercicio de la política demuestra en su esencia respecto de la “Ley de Murphy”. Al menos es lo que puede advertirse en cualquier momento en torno a lo que la política venezolana revela.
Al cotejar la realidad política venezolana con algunas frases que den cuenta del espíritu que confiesa la Ley de Murphy, es fácil demostrar la similitud que lleva a inferir la naturaleza enmarañada y contradictoria de la política venezolana.
Basta referir algunos aforismos que retratan a Murphy. Y que en el contexto político venezolano, le viene exacto. Por ejemplo: “nada es nunca tan malo que no puede empeorar”, “algo que puede ir mal, irá mal en el peor momento posible”, “la pura y sencilla verdad, rara vez es pura y nunca sencilla”, “el trabajo en equipo es esencial, pues permite culpar a otro” o “cuando las cosas hayan empeorado tanto que ya no es posible que salgan peor, se repetirá el ciclo”.
Pareciera innegable entonces que la política venezolana se rija por la Ley de Murphy. O por sus corolarios, aforismos y máximas. En cualquier caso, las circunstancias dejan ver cómo las realidades políticas venezolanas, circunscritas al régimen tanto como a la oposición, incluso a lo que llaman la “tercera vía”, casi siempre plasman en sus comportamientos esa marcada inclinación a la negatividad que se recoge en Murphy.
De ahí que la política venezolana, por razones que ahora no vienen al caso esbozar, se comporta absurdamente contradictoria. A decir por lo que su narrativa explaya, puede notarse que su praxis anima a apuntalar toda consideración más en lo negativo, que en lo positivo o neutro. Casi todo, tiende a verse marcado por un sesgo que dirige la atención política a priorizar referentes basados en simples y burdas creencias.
Por eso la política venezolana funciona bajo los efectos de un asincronismo patético, insólito. Dicho de otra forma, “camina cojeando”. Es así como arrastra el pesimismo por cuya significación pareciera que sus esfuerzos está fuera del menor cálculo. Pues según Murphy “si algo no puede salir mal, saldrá mal a pesar de todo”. Y así, tal cual, y hasta paradójicamente, es como funciona la política venezolana según la “Ley de Murphy”.
Antonio José Monagas
antoniomonagas@gmail.com
@ajmonagas
Venezuela
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