lunes, 2 de noviembre de 2015

EGILDO LUJÁN NAVA, METÁSTASIS EN LA JUSTICIA VENEZOLANA FORMATO DEL FUTURO

“Allí donde no se castiga a los criminales, donde no se reparan las injusticias, donde los derechos de propiedad se vulneran, donde la ciudadanía no puede esperar de los jueces una sentencia ajustada a las leyes, es muy difícil que se cree una atmósfera civilizada capaz de nutrir los procesos de acumulación de riqueza”. Carlos Alberto Montaner
La administración transparente de la justicia como concepto es lo que permite la convivencia civilizada de la raza humana en todas las latitudes.

No es factible ni posible la coexistencia en ninguna sociedad si sus integrantes no se rigen por un código, un reglamento o normas de comportamiento y respeto a los deberes y derechos de sus integrantes, como a la correspondiente sanción cuando se incurre en el desconocimiento deliberado de la norma.

Es por eso por lo que en los países civilizados, la convivencia es funcional. Disponen de un conjunto de leyes nacidas al amparo jurídico de sus  Constituciones. También de instituciones públicas realmente funcionales, no subalternizadas por quienes detentan el poder, mucho menos condicionadas por la voz y mando de las distintas expresiones de los demás poderes promovidos por la ciudadanía. Y, desde luego, por la gestión rectora de hombres y mujeres moral y éticamente comprometidas con la no menos importante misión de  administrar justicia; de hacer posible que la justicia opere con base en la sabia interpretación de la norma.

El Poder Judicial, entonces, es el verdadero rector determinante de la civilización; la negación del primitivismo que impone la barbarie o la cacería interesada de quienes medran en la truculencia de la antinorma. De hecho, para hacer cumplir las  leyes rectoras del comportamiento humano, se eligen aquellos ciudadanos cuya distinción trascienda a la sabiduría y el conocimiento jurídico: se trata de los íntegros, de los más probos, de los más honestos y respetados.  Es decir, no se trata de cualquier individuo. Porque, además, a partir de su conducta ciudadana y administrativa en funciones públicas, deben construir confianza. Y la confianza ciudadana sólo se construye demostrando que las cualidades y condiciones personales y académicas, están al servicio de la sociedad; nunca, jamás a favor de dependencias condicionantes, especialmente de los intereses grupales, llámense como se llamen.

Una sociedad que pierde la confianza y credibilidad en su Poder Judicial, y que se abstiene de su obligación de exigir una recomposición de dicha figura institucional pública, abre las puertas para que sean la corrupción y la  impunidad las que determinen la forma como debe desarrollarse la convivencia. Y, adicionalmente,  contribuye a inducir la pérdida de todo tipo de valores, mientras afianza con su conducta la vigencia de una sociedad forajida, en la que, progresivamente, se impondrán los más fuertes, y la justicia se administrará individualmente, bien por la vía de la venganza o  de las inconvenientes y supuestas ventajas que ofrece la anarquía.

En días recientes, los venezolanos apreciaron con asombro, cómo un Fiscal de la República que tuvo a su cargo la responsabilidad de instruir la demostración de presunta culpabilidad  de incurrir en un delito de un ciudadano opositor y  líder político, declaró en un canal de televisión internacional que las pruebas en las que se fundamentó la demostración del supuesto delito, no fueron ajustadas a la verdad. Y que, en razón de ese procedimiento, la sentencia que se dictó en contra de esa persona, por la que debía purgar cárcel durante casi catorce años, respondía a un proceso viciado, realmente fraudulento. Concretamente, que todas las pruebas presentadas por él, son falsas y fabricadas por el Poder Judicial para declarar culpable al ciudadano, a partir de que él, como  Fiscal, en un acto de impropia y cuestionable complicidad, hizo lo que se le autorizó para que el inexistente delito terminara convirtiéndose en un hecho real.

"A confesión de la parte, relevo de pruebas”, reza la Ley.

Independientemente de la veracidad o no de esta declaración, el sólo hecho de que las haya emitido el Fiscal de la causa, un Fiscal de la República, sin duda alguna, indican los juristas, obliga a suspender el juicio y a ordenar una investigación inmediata, organizada por un grupo de profesionales libres de toda sospecha, que gocen de honestidad y credibilidad.

No pueden haber solidaridades automáticas e inmediatas. Y, salvo que el objetivo sea el de impedir que la verdad se conozca, las autoridades tendrían que abstenerse de emitir ningún pronunciamiento o de emitir juicios, dando garantías a los ciudadanos de imparcialidad, para contribuir a  rescatar  la credibilidad en el sistema Judicial del país.  En relación con el caso que se cita, esto no es lo que ha acontecido. Nadie ha dicho que hay que demostrar la verdad y evitar suspicacias alrededor del procedimiento. Se ha optado por descalificar a quien ha dicho que es cómplice de un acto legal viciado.

En relación con el caso y por la similitud con lo que ha ocurrido, es importante recordar que no hace mucho tiempo,  el Presidente de una Sala del Tribunal Supremo de Justicia, máxima autoridad judicial,  también huyó del país, solicitó asilo político y, de igual manera, declaró  en un canal de televisión internacional sobre la ausencia de honestidad y de pulcritud en la administración de justicia en el país. Por supuesto, no son pocos los venezolanos los que hoy consideran que en Venezuela no existe una verdadera administración de justicia, y que la ciudadanía, realmente, “está a la buena de Dios”.

Es importante señalar que aquellos países que han recibido a estos fugitivos venezolanos y exfuncionarios judiciales, no les pueden dispensar  un trato  de héroes y liberarlos de su responsabilidad consciente y cuestionable, en el ejercicio de una práctica en contra de los derechos humanos en Venezuela. Ellos han admitido ser cómplices en graves delitos que los comprometen ante la justicia nacional e internacional, y, en razón de esa conducta, también tienen que ser enjuiciados y sancionados. De lo contrario, sólo se estaría contribuyendo a incrementar el deterioro que exhibe  la poca credibilidad de la justicia venezolana dentro y fuera del territorio nacional, pero también a demostrar que, a nivel internacional, la administración de justicia tiene que dejar de actuar como  una simple distribución de intereses entre Estados o entre Gobiernos.

La administración de justicia en Venezuela es víctima de una metástasis de extrema inmoralidad, si se toman como ciertas y serias las propias declaraciones   que han emitido importantes personeros del Poder Judicial, cuando se han referido al alto número de delitos que no son castigados como debería ser, por lo que la impunidad  es exageradamente alta. Pero si a nivel internacional los procedimientos contra delitos y evidentes delincuentes no pasan de ser un simple saludo a la bandera, nada impide que el primitivismo social  y la irracionalidad estimulada por motivos políticos o religiosos, sigan expandiéndose.

Egildo Lujan Navas
egildolujan@gmail.com
@egildolujan

Miranda - Venezuela

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