A
70 años de la jornada cívico-militar que echó por tierra al gobierno del
general Isaías Medina Angarita, esta sigue siendo una materia ampliamente
polémica, por varios motivos, entre ellos la incapacidad, al parecer
insalvable, de Acción Democrática para crear conciencia histórica de las
razones y la justificación de sus actos, -ya Pérez Jiménez se encuentra en olor
de santidad- que va pareja con la capacidad publicitaria de los deudos del
neo-gomecismo que han querido hacer del General López Contreras el padre de la
democracia y de Medina una figura digna de los altares, un seráfico San Martin
de Porres como dijera con humor Ibsen Martijnez
–en una obra de teatro- que fue injusta y cruelmente echado del poder.
Tan
buena ha sido esa publicidad neo-gomecista, que los nuevos dirigentes adecos,
huérfanos de formación ideológica y ágrafos como los llamaba el propio
Betancourt, esconden, con pudor de doncellas de novela victoriana, esa fecha
“ominosa”, en lugar de hacer de ella una efemérides partidista que debía
celebrarse a lo largo y ancho del país. Con orgullo legitimo, ya que, como le
dijera el legendario guerrillero antigomecista, Doctor y General, Roberto
Vargas a Betancourt, al pasar este por Ortiz en su primera gira administrativa
como Presidente de la Junta Revolucionaria de Gobierno, al responderle a RB
quien le había dicho “Doctor Vargas, siempre lo admiré, desde mi infancia. Ud.
fue uno que supo
arriesgarlo todo en la lucha contra el
despotismo” , le respondió tajantemente el viejo caudillo: “Yo lo felicito a Ud.
y comparta esa felicitación con sus compañeros de la Junta
Revolucionaria de Gobierno. El 18 de octubre de 1945, fue el día en que
realmente murió Juan Vicente Gómez”.
Desde
luego sería simplista, poco serio, achacar la confusión sobre la trascendencia
y el valor de dicho acontecimiento histórico, solo a la incapacidad o
negligencia comunicacional de unos y a las habilidades los desplazados del
poder en esa fecha, son esos juicios a la ligera tan propios dentro de
ignorancia generalizada de nuestra historia contemporánea.
Las
opuestas interpretaciones, empiezan por la disputa semántica de que si debemos
llamarlo “revolución” o simplemente “golpe”. Fue ambas cosas. Un golpe que por
los cambios que engendró se convirtió en una revolución. El propio Betancourt nunca se llamó a engaño, sobre las
consecuencias negativas de que el derrocamiento mismo no ocurriera dentro del
marco de una insurrección de vasto
alcance: “El gobierno de facto nació de un golpe de Estado típico y no de una
bravía insurgencia popular. Lo que tenía de negativo tal circunstancia no
necesita ser subrayado.”
La verdad, es que el régimen tenía ya diez
años sobreviviéndose, milagro de longevidad política, tras la habilidad
política de López Contreras, en una transición muy difícil y los afeites
liberales y el maquillaje democrático, tras la real bonhomía de Medina, de sus
buenas intenciones, que no se las escatimamos, seguía en esencia la patriarcal
y autocrática figura del general Juan Vicente Gómez, orientando desde donde
estuviese, que no son sino conjeturas los valores del “más allá” a los albaceas
de su verdadera herencia: Venezuela.
Pero el patrimonio no eran solo los
trescientos millones de bolívares confiscados, ni el millón de kilómetros
cuadrados, gobernados como hacienda personal, era también un grupo de unos
cuatro millones de venezolanos, hastiados de estar marginados de todo poder de
decisión, hartos de su condición de semovientes a los cuales López y Medina
habían tirado algunas migajas –siempre irrisorias- de sus derechos constitucionales, a manera de
distracción, mientras continuaban con un sistema electoral viciado que
marginaba eficazmente al pretendido “ciudadano”
de toda intervención real en la escogencia
de sus gobernantes, desde el Poder Municipal al Legislativo y Ejecutivo.
Las
solas cifras del proceso electoral para concejales y diputados a las Asambleas
Legislativas, que fuera calificado por Medina como “…las elecciones más libres
y más limpias que conoce nuestra historia”, son más elocuentes que las
palabras, de 2.861 concejales y diputados, 2.718 eran de filiación oficialista
y ¡solo 142 ¡ de orientación
independiente…
Es
cierto que no había detenidos políticos, Medina no era López Contreras con su
“Ley Lara” y sus largas listas de proscritos, tampoco López era Gómez, no usó
grillos, ni envió a los presos políticos a hacer carreteras.
Los
diez años del albaceazgo del gomecismo, marcaron una progresiva liberalización.
Pero esta no iba a la velocidad de la Historia, pretendía posponer lo más
posible el reconocimiento de los plenos
derechos ciudadanos, fue necesaria la II Guerra Mundial y el triunfo aliado
que, predicaba el fin de los despotismos, para que Medina. Olvidada su vieja
debilidad por el Duce, abriera el compás. Abertura relativa, la más importante
iniciativa legislativa tomada bajo su gobierno, la tan cacareada “reforma
petrolera” de 1943, fue tratada de espaldas
al Congreso –no obstante que la mayoría gubernamental era abrumadora-
para evitar que la opinión pública conociera sus términos, fijados por el Ejecutivo
con los abogados de las empresas petroleras, asesoradas estas a su vez por
representantes del Departamento de Estado, entre ellos Herber Hoover Jr., hijo
del presidente republicano del mismo nombre. Cuando fue presentado a las
Cámaras el proyecto de Ley, fue bajo la
especiosa figura de una “Ley—Convenio” es decir el Congreso no podía decir sino
amén. Ninguno de sus términos era modificable sin “romper” el intangible
arreglo.
Asombra,
aún dentro de este cuadro político surrealista, que un gobierno que contó entre
sus personeros a eximias figuras de la intelectualidad y a profesionales
liberales de primer orden, fuese tan inconmensurablemente torpe, además de
ciego y sordo, para no percibir lo que se estaba agitando en el fondo del alma
nacional, su displicencia suicida ante las fórmulas planteadas por la
oposición, para salvar la vía evolutiva, es decir para evitar la insurgencia.
Todo ello nos hace pensar que poco o nada contaba la llamada “ala dorada del
PDV” a la hora de discernir el asunto del poder, seguramente porque ni Arturo
Uslar Pietri, ni Rafael Vegas, ni Ramón Díaz Sánchez, ni Mario Briceño
Irragorri, ni Pastor Oropeza, Fernando Ruben Coronil, Espiritu Santos Mendoza,
Gustavo Henrique Machado ni Gustavo Herrera eran tachirenses.
El
“ala dorada” era un producto de exportación, para brillo del régimen, pero
tanto Uslar como Rafael Vegas, por citar a los dos pabile más evidentes,
cumplían con el artículo tácito de la Constitución, que limitaba a un solo
estado de la República la tarea de proveer presidentes.
Para
mayor escarnio de la opinión pública, el gobierno ni siquiera se molestaba en
designar sucesor, el tapado no iba a ser ungido sino en el tercer trimestre de
1945, es decir a dos meses de las “elecciones”, con razón editorializó El País:
“si el país no puede elegir, al menos que se le permita opinar”.
Al
escarnio se añadía el riesgo, ya el General Eleazar López Contreras, conocedor
y perfeccionador del sistema electoral vigente y que sabía, por consiguiente,
sus menguadas posibilidades de ser electo, había enseñado el tramojo: “tengo en
lugar preferente de mi casa, y no como pieza de museo, mi uniforme de General
en Jefe…”. La conspiración lopecista estaba en marcha, tenía ramificaciones en
todos los rincones del país y desde
luego en la oficialidad superior tachirense y gomera.
El
peligro lopecista era una oportunidad de oro para que el gobierno de Medina
aglutinara en torno suyo a todo un país que se negaba a retroceder. Esa
oportunidad también fue defraudada, solo la fórmula Escalante propuesta por
Medina a su Embajador en los Estados Unidos, natural de el Táchira, pero
respetado por el país nacional, y aceptada por Acción Democrática, pareció
abrir un horizonte de esperanza.
Sin embargo, el siempre imponderable destino,
sumió a Diógenes Escalante en un desarreglo mental irreversible. Ante ello, aún
se ofreció al régimen la llamada “Candidatura Nacional”, para elegir a un
presidente de consenso que, en el plazo de un año, llamara a elecciones
generales, los nombres planteados merecían el respeto colectivo: Oscar Augusto
Machado Hernández o el eminente médico Martín Vegas.
“Hicimos el
último esfuerzo posible para evitarle al país una conmoción perturbadora
de su normalidad e incluso para darle al Presidente Medina una oportunidad de
pasar honrosamente a la historia, pues conforme a mi proposición, la iniciativa
debía aparecer como suya. Se nos respondió destempladamente y ya no pudimos
evitar el golpe de octubre” las palabras de Don Rómulo Gallegos, hacen patente
el empeño de AD por evitar la salida cuartelaría. Empeño basado en muy buenas
razones, una, la perniciosa dialéctica de los golpes de fuerza, otra —la más
importante— que no tenían duda alguna de que serían los ganadores, si el pueblo
era llamado a una libre justa electoral. No nos atrevemos a afirmar que Dios
tuviese especial empeño en perder a Medina, pero lo cierto es que se cegó
completamente.
A
los reiterados pedimentos de la opinión por conocer el nombre del delfín,
responde el PDV en términos casi risibles, así una circular interna de ese
Partido, dada a conocer por un periódico de Caracas el 8 de marzo de 1945,
rezaba: “Las conveniencias políticas y el interés mismo de nuestro movimiento
aconsejan que esta decisión no se tome hasta un momento más próximo a la
elección efectiva del Presidente de la República... y por otra parte de
exponerlo a los ataques inmisericordes de todos aquellos que tengan interés en
hacer fracasar nuestro movimiento”
Ello
hizo decir, al agudo y cáustico Andrés Eloy blanco, que: “parecía tratarse de
un candidato-novia, con níveos velos púdicos y suerte de floreada vara de
nardos en la mano, provisto de una especie de mosquitero político”.
EL
PARTO DE LOS MONTES
El
tan esperado paladín, el misterioso “tapado”, que tantos trasnochos y aún
pesadillas, produjo a la elite política de Venezuela, el gran gonfalonero de la
cruzada del PDV “ni un paso atrás”, resultó ser un ex gerente del Banco
Agrícola y Pecuario, a la sazón Ministro de Agricultura, desconocido y de
mediocre trayectoria burocrática, el Doctor Angel Biaggini. Eso sí, tenía la
virtud esencial, el haber nacido ‘‘del páramo de La Negra para allá”, es decir
en el Táchira.
Parece
que el desconcierto de la oposición y de la opinión pública, doméstica y
foránea, solo fue superado por el de los propios jefes del PDV. Betancourt me relató que, en una cena muy privada, en la
casa de Alexis Lope Bello, Arturo Uslar Pietri le manifestó con sincera
angustia “… la situación política es alarmante, Baggini no duraría en el
gobierno. Lo tumbarían los sargentos”. Don Mario Briceno Irragorri señalaría
años después “La suerte había sido
echada con dados falsos”, similares
conceptos se conocen de Don Ramón Díaz Sánchez.
La
noticia fue dada a conocer, en el mejor estilo de las monarquías absolutas, el
12 de septiembre de 1945, por un vocero de Palacio, “la causa” para usar el
viejo vocablo gomero ¡tenia candidato!. Acción Democrática todavía
se sintió obligada a hacer pública la propuesta de la “Candidatura Nacional”,
que ya Medina, en privado, le había rechazado a Don Rómulo Gallegos, el
documento terminaba con estas palabras inequívocas:
“Así
quedará a salvo nuestra responsabilidad ante la historia, y mañana no podrán imputarnos
las generaciones venezolanas del porvenir el haber omitido nuestra palabra conciliadora
y animada de patriótica preocupación, por evitarle al país soluciones de
violencia, en una de las más dramáticas
crisis políticas que recuerde la República”.
La
respuesta del Partido Democrático Venezolano –PDV- fue tan rápida como
tristemente pedante y despreciativa de la opinión pública: “Lo único que ocurre
y a Dios gracias, que está ocurriendo, es que por los medios constitucionales
existentes se va a elegir el primer funcionario del escalafón administrativo” y
más adelante añadían desdeñosos “…puede que nuestro candidato no guste” y
fingían asombro los dirigentes medinistas de
“…la premura e impaciencia con la cual AD deseaba, por medio de un golpe
de Estado pacífico, cambiar el sistema”.
LA
CUESTIÓN MILITAR
Para
muchos nostálgicos del sistema de cosas imperante en Venezuela durante los
primeros 45 años del siglo XX, la “culpa” del 18 de octubre hay que buscarla en
los apetitos económicos de los militares y en la ambición desmedida de poder de
Rómulo Betancourt. El primer argumento constituye un elemento y justificado de
la irritación castrense, un subteniente, graduado en la Academia Militar,
ganaba 14 bolívares diarios, menos que un obrero. Pero mucho más importante era
la imposible pervivencia del sistema existente para los asensos y los cargos
–es decir al capricho del príncipe- y la coexistencia de una oficialidad
superior “chopo e´piedra” y semi-analfabeta con los oficiales surgidos
de
las escuelas y academias de tierra, mar y aire.
En
cuanto a la ambición de poder de Betancourt, imposible negarla, pero lejos de
desmedida fue, en extremo, medida. Es cierto que apenas contaba 37 años de
edad, pero claro y definido estaba en su cabeza un proyecto de país, de
transformación profunda, que empezó a implementar apenas llegado al poder.
Lo
que es palmariamente cierto, es que las Fuerzas Armadas, no resistían más ese
estado de cosas. Ni López Contreras ni Biaggini –léase Medina- les garantizaban
sus justos anhelos de superación técnica y profesional, no era cuestión de
“nuevos uniformes” ni “juguetes bélicos”
como han dicho irresponsablemente algunos intelectuales de “izquierda”. Se
trataba de una institución vital para la República que exigía el rol al que
tenía derecho, dentro del marco constitucional.
El
golpe iba, con o sin Acción Democrática, ¿qué era lo históricamente correcto? dejar todo al
albur de las circunstancias o apoyarlo y encauzarlo hacia la vía democrática.
Los
hechos son que, si AD no “tumbo” a Medina
lo cierto que lo sustituyó y le dio forma a un régimen que colocó, con
casi 50 años de retraso, a Venezuela en el siglo XX.
¿NECESITA
JUSTIFICACIÓN ARREPENTIDA EL 18 DE OCTUBRE?
Hasta
ahora nos hemos limitado al análisis de los factores políticos que llevaron a
desembocar en el derrocamiento de Medina. Es fácil deducir, por el desprecio
que le merecía al régimen la opinión de su pueblo, que grado de sensibilidad
podría tener para sus problemas económicos y sociales. Era el nuestro -como va
en vía de serlo nuevamente- un pueblo
desnutrido, palúdico y asolado por toda suerte de parásitos intestinales. Con
una inmensa mayoría analfabeta y embrutecida por el hambre. Los beneficios de
la industria petrolera se quedaban en los bufetes de los abogados de las
empresas o en los bolsillos de una camarilla privilegiada.
Así
puestas la cosas, creo que el 18 de octubre se justifica solo, fue producto de
una circunstancia que no ofrecía otra salida. Los partidarios del análisis
retrospectivo pretenden manejar fichas de tableros y argumentar ahora, a
posteriori, sobre ese hecho. Hasta hay algunos que han llegado a afirmar que
sin el 18 de octubre no hubiese habido un 24 de noviembre (fecha del
derrocamiento de Don Rómulo Gallegos) el argumento es tan arbitrario como si yo
dijera que, de no haber muerto Joaquín Crespo en “La Mata Carmelera” los
andinos nunca hubiesen llegado al poder.
LOS
MUCHACHOS DE OCTUBRE.
Perdone
aquel a quien le suene irreverente, pero un Presidente de 37 años merece, por
la insolencia de esa edad, ser llamado un muchacho. La edad promedio de los
miembros de la Junta Revolucionaria de Gobierno, no obstante la presencia de
Gonzalo Barrios y de Luis Beltrán Prieto, los dos mayores, debía estar en los
cuarenta años. El relevo no solo era cualitativo sino generacional, que es lo
deseable, cuando se logra esa rara y feliz coincidencia.
Escapa
al espíritu de este trabajo, un estudio de la labor de gobierno cumplida en los
40 meses de la Junta y en los nueve meses de la presidencia constitucional de
Gallegos, ricos en iniciativas positivas y en errores políticos. Pero con un
balance histórico muy importante.
En
ese trienio se fundaron las bases de las políticas fundamentales para un
desarrollo independiente y soberano del país, con un sentido
nacional-revolucionario genuino, con la exigencia de ética personal, política y
administrativa de los actores. De hondo y auténtico contenido social, se le dio
el voto a la mujer, a los analfabetos mayores de 18 años –es decir el 70% de la
población- se inició una política de integración económica, con la creación de
la “Flota Mercante Grancolombiana”. Hubo libertades plenas y por primera vez en Venezuela
elecciones auténticamente universales, libres y secretas, se erradicó la
malaria y se crearon sindicatos obreros y campesinos. Todo ello explica el por
qué durante tantos años, el pueblo venezolano le mantuvo su confianza a Acción
Democrática.
La
visión de un partido no electorero sino con doctrina y programa, con pasión y
amor por Venezuela, no fue una pose, ni un ardid político o publicitario,
fieles a ellas fueron sus líderes
fundamentales -que ninguna relación
guardan con los que ahora se autocalifican como tales-.
El
18 de octubre de 1945, significó una promesa de redención popular. Nadie hoy
-salvo los náufragos de esa jornada- y los “heredo resentidos”, cuestionan la
sinceridad de la vocación política, democrática y revolucionaria de sus
protagonistas.
Alfredo
Coronil Hartmann
acoronil2@gmail.com
@Alfredo43
Miranda
- Venezuela
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