En
los primeros días de su historia vieron los aborígenes llegar las temerarias naves
que trajeron al eterno Colón hasta sus costas. No sabía si al fin había
encontrado a las Indias remotas o algún lugar distinto, le sorprendió observar
como el mar combatía iracundo con la
extraña corriente que traía en sus aguas enramadas y flores, agua dulce de
colores terráqueos proveniente de un sitio inexplorado que comparó al Edén.
"Tierra de Gracia" -dijo-, hecha por Dios en el día supremo de las
creaciones, y al superar aquel encrespamiento el golfo se trocaba azul, sereno,
inmóvil, permisor de las navegaciones.
Más
allá de la costa observó un verdor indecible y mientras la naturaleza se
exhibía aparecieron unos hombres desnudos, corpulentos, broncíneos, portadores
de plumas de aves y garras de tigres.
Encontró
el europeo un lugar de abundancia, una
tierra de infinitas riquezas a la que bautizó: "Golfo de Perlas", y
vuelto a "La Española", alucinado como estaba, junto al dibujo
geográfico el almirante envió a la reina las joyas para que: "le hagan
rico adorno", como escribió Villet, lo cual justificó con la aquiescencia
real la inmediata salida de otros navegantes con la misión de descubrir y
conquistar. Ojeda, Pinzón, Niño, Guerra, Lepe, vinieron a explorar y extender
los descubrimientos de aquel almirante afortunado.
Al
lado de los hombres feroces llegaron igualmente los hombres de la fe. En el
sitio, junto al río principal, en 1515 y años sucesivos, se levantó el
monasterio de los frailes, donde se resguardaron ellos y los aborígenes
conversos que aprendieron a orar. Fray Garceto conocía sus lenguas y un indio
repitió: "Nora papa amoxo Dios...", "Padre nuestro que en los
cielos estás...".
Los
franciscanos y los dominicos quisieron alejar a los hombres armados buscadores
de riquezas y esclavos. Fray Pedro de Córdoba, establecido en ese año, y fray
Bartolomé De Las Casas, después, denunciaron al rey la inhumanidad de la
conquista. La justicia acreditaba en sus relatos la verdad de una raza
oprimida.
Ciudad
de las batallas: tropas, plazas, prisiones, fortalezas, castillos: San Antonio
de la Eminencia en la tierra y el de Araya en el mar. Los religiosos se
enfrentaron contra la cruel violencia: De Las Casas hizo erigir en Cumaná un
pequeño edificio para impedir las invasiones que se realizaban desde el
mar. En las cuentas de don Diego de
Arroyo, y en la de otros, figuraron entre los gastos principales municiones,
armas y bastimentos para sostener a las salinas y a Nueva Andalucía que era
provincia inmensa extendida hacia el sur.
Ciudad
de los dolores: la naturaleza le mostró su furor infernal. De la tierra
entreabierta salió de sus entrañas el fuego y el azufre, las corrientes
volcánicas, el bitumen oscuro del futuro. Nada ha quedado en pie: el castillo,
los templos, el hogar, el convento, cuando el gobernador tuvo que huir a una
barraca para escribirle al rey sobre los sucesos de ese día terrible de 1684.
Ciudad
de los corsarios: A tantos derrotó con valor y denuedo. En 1639 la ciudad
venció a los piratas holandeses que osaron atacarla otra vez.
Ciudad
de los gobernadores: La corona le asignó a Cumaná hombres distinguidos,
formados en las armas y en las academias, capaces para impulsar el poblamiento,
la edificación de la ciudad, la defensa del territorio, el uso de las tierras,
la organización de los indígenas, de sus rentas y la administración, la
disciplina militar y cuando representó autoridad, derecho, progreso e
instituciones. Fernández de Serpa, el del impulso poblador; Suárez de Amaya,
defensor de las salinas; Fernández Angulo y Sandoval, constructor de Santa
María de las Cabezas; De Hoyo Solórzano, repartidor de tierras a los indios;
Padilla Guardiola, organizador de la milicia; De Tabares, protector de las
misiones en el sur; González, capitán general de Venezuela; Marmión, descriptor
de Guayana y defensor de nuestros límites; Carbonell, acusador de los ingleses.
Ciudad
libertadora: A sus costas llegó la ilustración y en contrabando los:
"derechos del hombre y del ciudadano" para apoyar como lo hicieron la
sublevación de Gual y España de 1799. Junto a Caracas soportó cien asedios, mil
combates, mil batallas y en los momentos en que aquella resultó sometida,
Cumaná se erigió en el bastión de nuestra independencia. La venganza fue atroz,
Boves, el peor de los monstruos, contra ella se ensañó. Cien gladiadores
ofreciste a la patria, ninguno se rindió, y cuando los fastos le exigieron para
su eterno nombre un ejemplo mayor de nobleza y virtud, Sucre fue el elegido
para alcanzar con heroísmo las excelsas alturas de la historia.
Hombres diste a la guerra, hombres diste a la paz: estadistas, soldados, pensadores, científicos, artistas, maestros, oradores. Tu gesta merecía elevados poetas para rememorar tus hechos inmortales: cantos de Ramos Sucre, versos de Andrés Eloy. ¿Cómo podía el mariscal honrarte sin mostrar ante ti la gloria?
Jose
Felix Diaz Bermudez
jfd599@gmail.com
@jfdiazbermudez
Anzoategui
- Venezuela
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